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Belindia en el Caribe

La creación de riquezas, sin una mejoría sustancial en la calidad de vida material y espiritual de la gente, puede ser cualquier cosa, menos desarrollo.

La producción –junto a la educación— tiene que ser nuestra pasión y obsesión como nación. El impulso de la industria, la agropecuaria, el turismo, la artesanía, entre otras, es decir, la generación de riquezas propias, es lo que nos puede dar una base material para avanzar hacia el desarrollo económico-social. Pero la creación de riquezas, sin una mejoría sustancial en la calidad de vida material y espiritual de la gente, puede ser cualquier cosa, menos desarrollo.

Si el desarrollo fuera sinónimo de crecimiento de la economía, la RD estuviera en la cúspide de él. Conforme el Banco Mundial, en el país, de 1992 hasta 2014, el crecimiento promedio del Producto Interno Bruto fue de 5.4%, uno de los más altos de la región. Sumemos a esto las bondadosas cifras que auto difunde el gobernador del Banco Central, que dan cuenta que, en el 2014, el PIB creció un 7.3%; en el 2015, un 7%, y en los primeros 9 meses del presente año, un 6.9%.

Para comprender mejor estas cifras hay que decir que, en el 2015, el PIB del país representó un volumen de bienes y servicios equivalente, a precio corriente, de US$68 mil millones, mientras que en el 2005 fue de US$35 mil millones. Es decir que, en estos 10 años, la generación de riqueza casi se duplicó en el país.

¿Cómo se tradujo en la población ese crecimiento de la economía? ¿Acaso se distribuyó en una mejoría de las condiciones de vida de la población? La cruda realidad es que no. La economía dominicana crece, se duplica, se triplica, pero, atrapada como está en la lógica neoliberal, es incapaz de generar empleo decente, salarios dignos y, el Estado, lejos de garantizar derechos y servicios públicos de calidad, los privatiza, deteriorando aún más las condiciones de vida de la gente.

Este país, en que algunos califican como “espectacular” el crecimiento de la economía, desde el año 2000 mantiene un índice de desempleo en una media de un 15%, cifra que aumenta a un 40% para la mujer y es un 26 % para los jóvenes entre 18 y 24 años. Lo que domina en la economía dominicana es el empleo informal, representando un 55%, y excluyendo al sector público, la informalidad del empleo privado representa un 65%.

El Banco Central fijó el costo de la canasta familiar básica para una familia de 4 miembros en 27,968 pesos. Pues resulta que, en este “paraíso económico”, el salario mínimo en el sector privado es de RD$7,843 en las empresas pequeñas y de RD$ 12,872 en las grandes, lo que significa que perciben, respectivamente, el 28% y el 46%, del costo de la canasta familiar básica.

Para hacernos una idea más concreta, conforme un informe de la Tesorería de la Seguridad social, de los 1,696,439 trabajadores cotizantes, el 45.4% recibe salarios menores a RD$10,000; el 21.5% entre RD$10,001 y RD$15,000; el 9.1%, entre 15,001 y RD$20,000; y el 5% gana entre RD$20,001 y RD$25,000. Solo el 19% de los asalariados que aportan al sistema, perciben sueldos por encima de los RD$25,000.

En el sector público, el salario mínimo promedio es de RD$7,558 y lo reciben unos 239 mil empleados; 168,864 reciben un promedio de 14,500 y solo 60,223 tienen un salario promedio de 24,500. Es decir, el 90% de los servidores públicos tienen un salario inferior a la canasta familiar y en proporciones muy distintas.

El propio gobernador del Banco Central, en días pasado admitía que “el salario real dominicano se encuentra con el mismo poder adquisitivo de 1991, en el mismo periodo que la productividad se había elevado en un 65%”, poniendo al desnudo la concentración del ingreso en el país.

Por eso, la característica de fondo que define al modelo económico vigente en el país es su esencia injusta, capaz de hacer crecer la economía al tiempo de reproducir la pobreza y exclusión social. Así quedó retratado en un informe de la CEPAL, mucho más confiable que las autocomplacientes evaluaciones oficiales, al establecer que la RD, para el 2013, figuraba entre los países de la región con más alto número de personas en condición de pobreza y pobreza extrema: Un 40.2% y 20.2%, respectivamente. El propio informe puntualiza que los niveles de pobreza general del país no superan los del año 2000. Del 2014 al presente, nada significativo ha cambiado en el país que hagan variar estas cifras.

Es verdad que no fue el PLD quien introdujo la orientación neoliberal en la economía dominicana pero, en sus más de 16 años gobernando, es quien más lo ha profundizado y expandido: se inició regalando al sector privado, bajo el eufemismo de una supuesta “capitalización”, las empresas del Estado; ha privatizado los servicios públicos y sus gobiernos han permitido que a la par del calendario de entrada en vigencia del DR-CAFTA, se produzca la quiebra de millares de industrias y de explotaciones agropecuarias.

Este cuadro de extremos de la economía dominicana recuerda la fábula creada por el economista Lisboa Bacha, quien presentaba los habitantes de un país imaginario llamado “Belindia”, ocupando un mismo territorio pero en mundos paralelos: unos pocos con un nivel de vida similar a los habitantes de Bélgica y, una inmensa mayoría, con una existencia similar a los parias de la India.

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