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Bogotá en contraste con Santo Domingo

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Bogotá en contraste con Santo Domingo

Hace poco se publicó que algunas ciudades latinoamericanas ocupan un lugar prominente entre las de mayor calidad de vida en el mundo, tales como Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá. No se incluye a Santo Domingo.

Si se tomara Bogotá como ejemplo, podría constatarse que cuenta con una temperatura envidiable de entre 10 grados centígrados a 20, con pequeñas variaciones a lo largo del año. No hace frío extremo ni tampoco calor. No se requiere aire acondicionado ni calefacción, y ya eso es una gran ventaja concedida por la naturaleza.

La mano del ser humano también cuenta, y como consecuencia de su acción deliberada no se ve basura en las calles, no se va la luz, y se dispone de agua en condiciones apropiadas de potabilidad.

Se observan amplias y crecientes áreas verdes y parques. Y las aceras son anchas. Los edificios no terminan en las calles, sino que se encuentran retirados de las calzadas. No existen redes ni nidos horrorosos de alambres aéreos de teléfono, electricidad y tele cables.

No hay competencia por tocar la bocina al conductor que va delante. Los semáforos se dejan funcionar. Se aprecia orden en la circulación, aunque los tapones existen en horas picos. Los agentes del tránsito son respetados, y a su vez estos sirven a la ciudadanía.

El sistema de transporte Transmilenio utiliza centenares de unidades de autobuses dobles que circulan en rutas con carriles especializados y rápidos y disponen de unidades alimentadoras para hacer fluir el tránsito. Ha sido una solución que ha terminado con el caos institucionalizado, que es lo que ha cambiado en beneficio de la gente.

La cultura tiene su espacio sin estridencias, pues no es sinónimo de escándalo, ruido, embriaguez, vacilones ni fanfarrias. Pueden encontrarse museos esmeradamente cuidados como el del oro, Botero, o maravillas como la Catedral de Sal de Zipaquirá, y muchos más, los que junto a sus símbolos urbanos históricos bien mantenidos conceden gran prestancia.

La comida típica es variada y sabrosa. Hay restaurantes que sirven comida internacional, pero los de mayor demanda son los de auténtica comida nacional.

Y hay educación, mucha, que se nota en la amabilidad y finura de su gente, así como en el correcto hablar y pronunciación del idioma, sin recortar o “comerse las eses”, ni socorrerse de anclas idiomáticas, tales como “cosa” o “vaina”, que recortan el vocabulario y el pensamiento hasta hacerlo desaparecer.

Pero lo que más llama la atención en domingos y festivos es el funcionamiento de las ciclo vías, desde la 7 de la mañana a las 2 de la tarde, en avenidas y calles, con una longitud de alrededor de 120 kilómetros que se cierran a la circulación de vehículos.

Así se ve a familias enteras montando bicicletas que se pueden tomar a préstamos, o patines, o trotando, o caminando, muchas de ellas en compañía de sus mascotas. Es un espectáculo de integración familiar y vida sana. Y simultáneamente se acondicionan los parques para presentar entretenimientos variados, sin consumo de alcohol.

Lo único que causa pesar es el proceso de aminoración de la majestuosidad de los Andes, que lucen vencidos por la voracidad urbanística.

Cuando el avión toca el aeropuerto de Santo Domingo, ya al regreso del viaje, es inevitable reflexionar que antes, cuando se llegaba de un país desarrollado, la impresión era que faltaba mucho trecho para que pudiéramos compararnos. Pero ahora, ¡qué duro es! La comparación no es con los desarrollados, sino con los que todavía no lo son, pero han avanzado mucho más en organización social, como Colombia, a pesar de todos sus problemas de guerrilla y subdesarrollo.

Tanto es así, que se termina deseando poder vivir allí con mayor calidad de vida.

Y, ¿cómo están ellos consiguiéndolo y nosotros no? La educación parecería ser la palabra clave. ¡Que atrás hemos quedado! Y esto incluye a la clase profesional, en la que una parte parece haber entendido que la vida consiste en embriagarse hasta la obnubilación y no abrir un periódico o leer un libro, dejando el pensar como un ejercicio alienígena. Y la clase gobernante, que tampoco ha acreditado haber cumplido con sus deberes.

Si se piensa que en Bogotá y otras ciudades los síndicos o alcaldes suelen ser personas con gran preparación, no resulta extraño explicarse la evolución que han tenido y el contraste con lo ocurrido en Santo Domingo. Aquí parecería un prerrequisito haber sido comediante o merenguero, o de la farándula, buscando lo popular; allá no. Una ciudad, al igual que un país, necesita lo mejor de su gente en cada área para aspirar a disfrutar de mejor calidad de vida.

No es el bochinche incivilizado lo que hace atractiva una ciudad, sino su organización, orden, trazado, limpieza, espacios, servicios y educación de su gente.

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