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Creciente control cambiario

¿De qué sirve una tasa de RD$46 pesos por dólar, exhibida como tótem contemplativo de la fortaleza del peso, cuando cientos de empresas se quejan de que cuando necesitan 50, 100, 200, 300 o 500 mil dólares para pagar sus importaciones, los bancos le dicen que no disponen de semejantes cantidades y que, por tanto, sus demandas serán anotadas en una lista de espera? ¿Acaso una actitud más flexible, que pudiese llevar la tasa de cambio al nivel de RD$47 por dólar, por debajo de la tasa promedio de RD$47.21 que se estableció en el Presupuesto General del Estado para el 2016, desataría los demonios de la inflación galopante en el país? Andy Dauhajre, El Caribe, septiembre 5, 2016

La prensa dominicana reseña que durante esta semana los demandantes de dólares han confrontado dificultades para conseguirlos y cumplir con sus compromisos externos. Esto ha sido parte de los ciclos recurrentes de escasez que caracterizan al mercado cambiario de nuestro país. En principio, las variaciones de precios en cualquier mercado son parte natural del continuo proceso de ajuste que se da entre la oferta y la demanda de los bienes y servicios transados en la economía. Pero ese proceso no puede ser objeto de un control externo que impida que el precio refleje la escasez relativa que en un momento dado pudiera experimentar un bien o servicio, como ocurre actualmente con la moneda norteamericana. Pudiera decirse, por tanto, que si hay escasez de dólares se debe -fundamentalmente- a que la tasa de cambio no está reflejando su escasez relativa.

Desde el punto de vista de la política cambiaria no es una buena explicación aducir razones estacionales para justificar la escasez del dólar. Si ese fuese el caso, la presión en el mercado cambiario pudiera ser anticipada con cierto grado de precisión, tal como se pueden anticipar los meses del año. Esto significaría -en la práctica- que los diseñadores de la política cambiaria estarían en condiciones de contrarrestar los efectos de la escasez con una adecuada política de acumulación de reservas. Sin embargo, lo que se observa es que en los meses previos las reservas internacionales netas -al mes de julio- se habían incrementado en más de USD300 millones. Esta acumulación no parece ser razonable en el contexto de una previsible escasez estacional. Ahora bien, si la idea era preservar los niveles de reservas ya alcanzados, lo lógico era permitir que la tasa de cambio se ajustara a la nueva realidad. Lo imposible era preservar las reservas y decretar una tasa de cambio por la vía administrativa, pues los agentes cambiarios se limitarían a colocar el precio de referencia, pero racionalmente buscarían mecanismos para dosificar la entrega de las divisas. Y eso es -justamente- lo que ha estado pasando.

Con frecuencia la fijación cambiaria es justificada por los ahorros que pudiera generar para un gobierno que se endeuda a un ritmo sorprendente, pues la depreciación encarece el servicio de la deuda externa. Pero con la misma frecuencia se ignora que hay daños no visibles que superan con creces a los beneficios visibles. Como es sabido, la tasa de cambio afecta los precios relativos, el valor de los activos y los pasivos, así como el retorno y la competitividad de la economía. En otras palabras, tiene un impacto extraordinario en la asignación de los recursos económicos, independientemente de que esos efectos puedan cuantificarse contablemente. A pesar de esa realidad, los gobiernos tienden a preferir un control cambiario, aunque al final no les garantiza que su balance fiscal resulte mejorado.

Lo cierto es que hay elementos para asumir que el control cambiario es cada vez más agudo con medidas burocráticas que dificultan la fluidez de las transacciones en dólares; lo cual, no solo afecta a la compra de dólares, sino también a retiros en dólares de cuentas existentes. En efecto, un creciente control cambiario entra en contradicción con una política monetaria basada en un compromiso con las metas de inflación, que presumen que las autoridades monetarias no tienen objetivos cambiarios al definir sus objetivos de inflación. En nuestro caso, es evidente que los aspectos cambiarios son parte importante de la política monetaria.

Dados los registros oficiales de inflación es razonable suponer que las autoridades monetarias tienen un amplio margen para permitir una mayor flexibilidad cambiaria sin poner en riesgo los objetivos de inflación. De hecho, los niveles de inflación no guardan una proporcional relación con los niveles de crecimiento de la economía. Por definición, un crecimiento por encima del potencial -como es el caso dominicano- debe traducirse en una mayor presión inflacionaria, pues la demanda de los factores de la producción estaría por encima de la disponibilidad de esos factores en la economía. A su vez, esto significaría mayores presiones hacia el alza de la tasa de política monetaria. Pero -curiosamente- podemos crecer por encima del potencial sin desencadenar esos efectos. Definitivamente, algo no está bien calculado: o el PIB potencial o la inflación. En el caso de la inflación, su desviación de la meta -desviación, al fin y al cabo- es estadísticamente muy significativa.

Se trata, pues, de un entorno muy favorable para flexibilizar la política cambiaria mediante la operación de una mayor autonomía de los mecanismos de mercado para asignar las divisas. Una diversidad de factores condiciona el nivel de la tasa de cambio -desde factores monetarios, fiscales, de expectativas, hasta la política de acumulación de reservas-, pero lo que no se puede esperar es que la política cambiaria sea el corrector de los desajustes en otras áreas, y mucho menos el sustituto de la política monetaria.

@pedrosilver31

Pedrosilver31@gmail.com

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