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Crónicas del Tiempo: General Antonio Duvergé Duval (2)

La actitud asumida por José Duvergé (o Duverger) contra los esclavos revolucionarios de Saint Domingue tiene explicación en la reacción humana a las atrocidades y abusos, contemplados por sus ojos en las acciones de los esclavos en la persecución contra los grandes blancos y la oligarquía mulata. No cabe duda de que las cruentas escenas impactaron sicológicamente a la familia Duvergé Duval, víctima de ella, lo que influyó en la postura guerrera que contra los haitianos asumieron José y Antonio, su hijo.

Fue el movimiento burgués francés de 1789 el que sirvió de inspiración a los esclavos de la parte oeste de la isla de Santo Domingo para levantarse contra los grandes blancos y la oligarquía mulata. Aquella fue una guerra social, racial e independentista, un dato de la realidad que mencionado por los historiadores, no desdibujan la verdad ni asumen postura racial.

En Europa se produjo un choque de ideas. Por un lado, la filosofía de la Restauración en Europa, encarnada por pensadores europeos que se oponían a la Revolución Francesa y a las acciones de Napoleón en el continente y, en otro tenor, la que representaban las fuerzas liberales burguesas, clase social que se caracterizó por su afán de ganancia y su interés de ascender en la escala social.

En la colonia francesa, pues, crecieron las injusticias y los abusos, que se expresaron de muchas formas en la vida de cada esclavo, lo que les obligó a revelarse. Pero si bien la revolución de los esclavos de Saint Domingue, la más compleja del continente, constituyó una mutación radical en las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales, que derribó el colonialismo de la época, donde las masas haciendo de motor de la historia, irrumpieron con la misma violencia con que fueron subyugadas, empleando métodos salvajes de eliminación de sus opresores.

José Duvergé, arrastrado en ese proceso de los primeros años de principios del siglo XlX, permaneció ajeno al incomprensible mundo de ideales europeos, como estaba la mayoría en Saint Domingue, tanto opresores como oprimidos.

La enseñanza que dio a su hijo Antonio sería determinante en el rol que este jugó en las guerras de independencia de la República Dominicana contra Haití a partir de 1844 hasta su ejecución en El Seybo en 1855.

José, no obstante la presunción de ignorancia respecto de la confrontación ideológica, tanto en el padre como en el hijo, José sí vivió la realidad de la colonia francesa caribeña, y el único dato verídico del que disponía era su propio testimonio, de manera que habría de celebrar con júbilo cuando Toussaint Louverture fue deportado a Francia. Pero él, como otros oligarcas mulatos y grandes blancos que pudieron huir por temor a las acciones violentas del jefe de los esclavos, desconocía que en el alma del nuevo Emperador, Jean-Jacques Dessalines, se anidaba una mezcla de venganza y crueldad.

Cuando el 1ro de enero de 1804, se lee el acta de proclamación de la independencia de Haití en la casa de emperador Dessalines, uno de sus secretarios personales, Louis Boisrond Tonnerre, historiador, redactor del documento, exclamó la siguiente sentencia: “Todo lo que se ha dicho no está en armonía con nuestras disposiciones actuales. Para levantar el acta de la independencia, necesitamos la piel de un blanco como pergamino, su cráneo como escritorio... su sangre como tinta y una bayoneta como pluma”.

Cuando la voz del asistente Boisrond Tonnerre apagó su eco, Dessalines se levantó como un resorte para reprocharlo, aunque los horrores acaecidos bajo su reinado quedaron pequeños, grabados en la piel y en la memoria de los que sobrevivieron, como la familia Duvergé Duval.

El nuevo emperador no hizo nada para evitar la barbarie. Aunque Napoleón Bonaparte envió sus fuerzas para restablecer el dominio de la colonia, y querer implantar el “orden”, el esfuerzo fue inútil. Dessalines impuso un régimen de crueldad y venganza, no contemplado en el documento de independencia, pero sí en aquella frase lapidaria de su asistente.

Los testimonios de quienes salvaron la vida, aparecidos en los ensayos de historiadores haitianos y franceses, sirven para escribir la otra cara de la historia, sin que con ello se intente justificar la crueldad de la esclavitud en el Caribe, que no tuvo parangón. Con la misma magnitud de violencia se expresaron las dos clases sociales en Saint Domingue. Del sudor y la sangre de los esclavos salió la prosperidad de la colonia de Saint Domingue.

Marial Iglesias Utset, en su ensayo “Los Despaigne en Saint-Domingue y Cuba: narrativa microhistórica de una experiencia Atlántica”, se hace eco de la estampida de blancos y mulatos hacia el resto de las islas de El Caribe: “Las declaraciones de los capitanes de los barcos, que abarrotados de refugiados arribaban a la entrada del Morro de Santiago de Cuba, dan cuenta del alcance de la violencia de la revolución y del trauma experimentado por sus participantes: Jean Arnaud, el capitán de la goleta Alegre, declaraba: “que haviendo (sic) sido la jurisdicción de Jeremías casi enteramente devastada por los negros rebeldes, todas las haciendas, dos de sus pueblos, Los Abricots y el Corail acometidos e incendiados y el de Jeremías amenazado de la misma suerte, sus habitantes se hallan obligados, para escapar al cuchillo de aquellos levantados, a buscar en las islas vecinas y amigas, la protección que ya no pueden encontrar en ningún puerto e aquella colonia”.

Así la familia Duvergé Duval huye de Saint Domingue, pasa por Puerto Rico, vive allá un tiempo y toma el camino hacia El Seibo.

A su llegada a la región este de la isla, se había emprendido la campaña de la Reconquista y un año después, 1809, ya era territorio español. Llegaron en medio de cambios bruscos y fugaces, de manera que la población criolla de mayor poder adquisitivo había abandonado el país, llevando consigo títulos de propiedad, muebles, joyas y hasta los esclavos. Atrás dejaron en Quisqueya la ruina y el desconcierto.

Para ese tiempo, un solo sector social quedó incólume, adquiriendo poder económico y social: los hateros. Fue, la de los hateros, la organización social que dirigió la campaña de la Reconquista, teniendo en Juan Sánchez Ramírez uno de sus miembros más destacado, nacido en la villa de Cotuí en 1762 en el seno de una familia propietaria de ganado y tierra, los dos elementos básicos que definen su origen hatero.

La estancia de la familia Duvergé Duval en la región este de la isla no se extendió por muchos años. Se fueron a la villa de San Cristóbal y allí Antonio Duvergé casó con Rosa Montás el 27 de agosto de 1831 en la parroquia, a donde sentaron hogar sus padres, que conforme con lo escrito por el biógrafo del general Luperón, Joaquín Balaguer, “el acta matrimonial original se encuentra en el Libro 11 de Mat. Fol. 173”, de lo que dio fe y testimonio el párroco Juan de Jesús Fabián Ayala, que los casó.

El matrimonio Duvergé Montás -apunta Balaguer- procreó por otro lado a Isabel, María Loreto, Policarpio, Alcides, José Daniel, Nicanor y Tomás. La primera falleció a muy temprana edad, un año antes de declararse la independencia de 1844. Luego, con excepción de María Loreto y Policarpio, los cuatro varones restantes fueron condenados a muerte, siendo Alcides, de 23 años, el primero en aplicársele la sentencia mientras los otros fueron confinados en Samaná por disposición de la Comisión Militar que les juzgó junto al padre.

rafaelnuro@gmail.com,

@rafaelnunezr.

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