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Restauración
Restauración

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (1)

Nació el 8 de septiembre de 1839 en una familia monoparental. Desde niño tuvo la inquietud insatisfecha de conocer la identidad de su padre. Adolescencia, niñez y adultez fueron etapas de su vida eclipsadas por la misma interrogante: ¿quién es mi padre?

Aunque su paternidad es atribuida a Pedro Castellanos, se entiende que la espada de la Restauración no conoció a su progenitor, ni llevó su apellido, sino el de su madre, Duperón, de origen francés, llevado al español por el propio muchacho cuando fue declarado. De haber sido Castellanos, éste no le dio su apellido.

La actitud asumida desde muy temprana edad, enseñaría que el calor de su padre no le fue indispensable, porque su voluntad inquebrantable para salir adelante, se constituyó en el acero que galvanizó su estirpe de guerrero para acometer las tareas necesarias, dirigidas a que el país recobrara su independencia.

Por las frágiles condiciones económicas de la familia, se vio arrastrado a trabajar a los 12 años para ayudar a su madre de origen inglesa, Nicolasa Duperón, y a sus hermanos (Ramona, Dolores, Bernardo y José Gabriel), dedicados a tareas domésticas y a la venta de dulces, frutas, legumbres y pan.

Su madre, sus hermanos y el propio Gregorio dedicaron su existencia a servir al cristianismo y a trabajar honradamente para subsistir en un medio limitadísimo, en un país que, aunque recientemente liberado del yugo haitiano, era víctima de nuevo de las traiciones de sus propios hijos y del caos reinante debido a las trapisondas políticas de los grupos en pugna por el poder.

Mientras forjaba su temple de futuro soldado restaurador en la segunda mitad del siglo XlX en los aserraderos de los intrincados bosques de Puerto Plata, aquel muchacho que bregaba con los cortes de madera, ignoraba lo que le depararía el futuro inmediato.

Su patrón, quien le da la oportunidad de probar las dotes de trabajador disciplinado, valiente y soñador, fue generoso con el muchacho.

Pedro Eduardo Dubocq se llamó. Fue uno de las tres grandes figuras importantes radicadas en Puerto Plata en esos años, amigos entre sí, que dieron apoyo y protección a los prohijadores de la Patria, en la primera y segunda República. Los otros dos fueron el presbítero Manuel González Regalado y William Tawler. González Regalado y Dubocq integraron una célula de la sociedad La Trinitaria, como muestra de su compromiso con la joven nación.

El protector de Gregorio en los primeros años de su infancia y adolescencia, se radicó en la “Novia del Atlántico” en 1830, cuando Haití ocupaba el territorio dominicano. Se dedicó a comercializar madera. Cuando Juan Pablo Duarte visitó Puerto Plata, el 10 de julio de 1844, se hospedó en la casa del general Pablo López Villanueva, lugar que fue develado, por lo que el patricio tuvo que ocultarse en una residencia que Dubocq tenía en la falda de la loma “Isabel de Torres”, donde el líder de los “Trinitarios” fue hecho preso junto a sus guardaespaldas Juan Evangelista Jiménez y Gregorio del Valle, luego llevados al fuerte de San Felipe por órdenes de Pedro Santana.

La solidaridad en los ideales, la gratitud y lealtad al hombre que encarnó el ideal patriótico, llevó a Dubocq a visitar a Duarte a la cárcel día por día para darle apoyo. Había, pues, entre ellos no solo propósitos comunes en el ideal independentista, sino una amistad verdadera.

No puede extrañar que la influencia de las primera ideas patrióticas acerca de la necesaria independencia del país las escuchara Gregorio en casa de quien no sólo le dio trabajo, sino que le trató con aprecio y consideración, aparte de sus cualidades personales que caracterizarían a Gregorio en su adultez.

En los tiempos en que Gregorio dejó el hacha de leñador para cambiarla por la espada, la República se debatía entre dos corrientes que pugnaban, una por la entrega vergonzosa a la antigua colonia española, la fuerza del mal, y otra por el mantenimiento de los ideales puros de independencia de los padres de la Patria, la fuerza del bien, sustentada esta última en sublimes pensamientos que se convirtieron en la luz fulgurante que no cesó en su empeño de iluminar el mejor de los destinos para sus hijos: La Restauración de la Independencia.

A muy temprana edad, Gregorio hizo conciencia de que esa batalla fuera entre los dos grupos rivales. Pero en su conciencia se escenificó otra batalla que lo arrastró hasta el final de sus días cuando murió a la edad del 52 años. Se echó a los brazos de la política muy joven contra el primer tirano que usurpó el prestigio de los filantrópicos del 27 de febrero de 1844, a los fines de no solo sacarlo del poder, sino de frenar su objetivo por devolver la soberanía al coloniaje español.

Desde los 15 años, el muchacho dio muestras de una laboriosidad y rectitud de proceder sin igual en una persona de semejante mocedad. Como no tuvo oportunidad de acudir a la escuela, Gregorio aprendió de la vida, sacando ventajas a las difíciles circunstancias que enfrentó en múltiples tareas laborales. El inglés, lengua que se hablaba en su casa, lo mejoró yendo a una escuela inglesa de Puerto Plata a la que acudía cuando el tiempo se lo permitía.

Gregorio se radicó luego en Jamao para atender los negocios de su patrón, quien adquirió terrenos en esa demarcación cibaeña, tupidos de caoba de explotación. En la casa de Dubocq, Gregorio dedicó las escasas horas de ocio para hurgar en su biblioteca, en la que satisfizo sus curiosidades de aprender, dedicándose a estudiar de manera especial las obras de Plutarco de Queronea, por medio de quien se enteró de las culturas griega y romana.

“Dos vidas paralelas”, obra que inmortalizó al pensador griego, habría sido una de las que cautivó, conforme con las narraciones del prominente intelectual contemporáneo Manuel Rodríguez Objío.

Residiendo en Jamao, el joven Gregorio había dejado en Puerto Plata la imagen de probidad, laboriosidad, valentía y patriotismo.

Una carta del 25 de marzo de 1861, firmada por sus amigos Baldomero Regalado y Federico Sheffemberg, invitándole a ponerse al frente de su provincia natal contra la afrenta de Pedro Santana de anexar el país a España, se constituye en la luz que guiaría para siempre en el camino que procuraba la restauración de la República, del que nunca se apartó. He aquí la carta: “Al fin se ha quitado la máscara el general Santana, y verifica la traición de entregar la República a la Monarquía española. Puerto Plata se opone y resistirá hasta la muerte. Tú haces falta en tu pueblo; jamás habíamos visto este pueblo más decidido por la defensa de su independencia. Ven inmediatamente para que nos opongamos a esto. Es preciso que probemos al tirano que ningún pueblo honrado y heroico pierde su libertad y su independencia, sino con su muerte. Te esperamos para que juntos todos los hijos de este pueblo, nos esforzemos (sic) en despertar a los que todavía están aletargados y nos lancemos a la lucha sin mirar los peligros que nos aguardan”.

Con apenas 22 años, el joven Gregorio, entendió prematuramente que la espada libertadora solo fungiría como sable en la defensa de la libertad y soberanía, y para el servicio de aquella inteligencia humana que, por el soberano dictamen del pueblo, fuera puesta en el más alto cargo de la nación.

rafalnuro@gmail.com,

@rafaelnunezr

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