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Crónicas del tiempo: Ulises (Lilís) Heureaux Level (2)

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Crónicas del tiempo: Ulises (Lilís) Heureaux Level (2)

Aquel muchacho dado en adopción desde su nacimiento, va de burdel en burdel haciendo encargos, conoce los nombres de pila de meretrices, celestinos y celestinas de Puerto Plata. Pronto se desentiende de esos menesteres hasta aprender el oficio de panadero. Entre una y otra cosa, ignora quiénes eran sus padres.

A los 18 años se enroló en los alzamientos revolucionarios hasta llegar a altos cargos. Ya venía de una experiencia de facilitador de las tropas españolas, brincando de cantón en cantón.

Por su origen, y forzado por las circunstancias, la vida le negó mejor ventura. Perfiló actitudes revanchistas, traicionó su militancia liberal, adquirió poder y desde él persiguió a sus opositores para sumarlos o hacerlos fusilar; compró voluntades y gobernó de forma autocrática.

Sin ruborizarse dividió y redujo el Partido Azul, mal gestionó el país, dio escasa participación a figuras de la organización en la que militó, pero abrió las puertas a gente destacada de otras organizaciones. Hizo de la administración pública un negocio del que disponía para favorecerse y gratificar a los suyos.

Sin embargo todos sus biógrafos les reconocen inteligencia, astucia y disciplina en las tareas militares y políticas. Tenebroso, ambicioso, cruel e inculto, pero de una presencia impecable.

Sus rasgos son descritos por historiadores dominicanos y extranjeros que han escudriñado la trayectoria de Ulises Heureaux Level (Lilís). De sus días descalzo en Puerto Plata hasta su asunción a la Presidencia de la República, pasaron muchos acontecimientos, en los que el gallardo guerrero esculpió una personalidad única.

Una actitud de indiferencia con familiares y conocidos, la recrean cronistas contemporáneos y modernos en el que se narra el momento a propósito de la gravedad y posterior muerte de su madre, Josefa Level.

“Evidencia de esta actitud (de indiferencia) fue el episodio de la muerte de su madre: estando en el apogeo del poder omnímodo, se le avisó que se encontraba moribunda, y sorprendió a los acompañantes al decirles que no iría a Puerto Plata para verla puesto que no era médico”.

Ese salvajismo y la evidente falta de sentimiento, Heureaux no solo la iba a demostrar con su progenitora. Su ascenso en la vida política y militar se lo debió, en gran medida, al apoyo y protección que le ofreció la espada de la Restauración, general Gregorio Luperón.

A pesar de no tener una elevada formación educativa, pues para él no era indispensable, según afirma el historiador Roberto Cassá, Heureaux hablaba inglés y francés (su padre era hijo de un francés radicado en Haití), pero aduce que “se limitó a adquirir los rudimentos culturales necesarios para ascender”.

No extraña, pues, que en las precarias circunstancias de la época donde el mal ejemplo de la traición en la actividad política era el pan nuestro, que Heureaux proyectara un perfil sumiso, colaborador y diligente ante el hombre que le extendió la mano para que se levantara, pero una vez se alzó con el poder, desató su verdadero espíritu e intenciones.

Sumner Welles, el diplomático norteamericano que en representación de su gobierno preparó la retirada del país de las tropas norteamericanas tras la primera invasión (1916-1924), en su libro “La Viña de Naboth” cuando se refiere a Heureaux, lo define así: “No obstante estas y muchas otras demostraciones de la salvaje crueldad que era peculiar en él, y posiblemente por la confianza que le depositaban los hombres que lo apadrinaban -Luperón y Meriño- Heureaux subió a la Presidencia proclamado con entusiasmo por sus conciudadanos. Aquiescentes por la tranquilidad y la creciente prosperidad que les habían proporcionado los Gobiernos anteriores de Luperón y Meriño, no podían adivinar lo que la Presidencia de Ulises Heureaux les tenía reservado”.

Para este escritor norteamericano -de juicio independiente-, por las venas de Heureaux no corría ni una gota de sangre dominicana. “...Y este hecho-dice Welles- fue causa de la modificación de la Constitución durante la Presidencia de su predecesor, el padre Meriño (Fernando Arturo), que establecía que solo los dominicanos de nacimiento y de padres dominicanos podían aspirar a la Presidencia. Sin embargo, es posible, también, que haya nacido en la isla de San Thomas, y no en Puerto Plata como él afirmaba”.

Fue un “fiel” soldado que se convirtió en sombra del general Gregorio Luperón, el liberal líder del Partido Azul que llevó a cabo la gesta para restaurar la soberanía del pueblo dominicano.

En esas condiciones, a la edad de 18 años, se enroló en la guerra que posteriormente permitió la fundación de la segunda República. Investido presidente el arzobispo Fernando Arturo de Meriño, tras ser señalado por Luperón como el candidato del Partido Azul, sobre Heureaux recayó la responsabilidad del Ministerio de Interior y Policía.

Fue por influencia de Heureaux que Meriño, un sacerdote de condiciones excepcionales como orador, firmó una disposición presidencial, el “Decreto de San Fernando”, con el que se pasaba por el paredón a todo aquel ciudadano que tomara las armas para conspirar.

El general Heureaux ya tenía experiencia en el manejo de los asuntos políticos en la Capital, pues Luperón se quedó confiado en Puerto Plata siendo el presidente provisional del país (1879-1880), mientras su alfil despachaba los asuntos de Estado en Santo Domingo y favorecía a los principales comerciantes, al tiempo que ganaba confianza y prestigio entre los representantes de la oligarquía azucarera ascendente.

Lo cierto es que aquel general de la República, el héroe de la Guerra de la Restauración, Gregorio Luperón, tomó la decisión de mantenerse atento a los intereses económicos personales que había desarrollado en su natal Puerto Plata, como el control de las activas aduanas del puerto.

Sin advertirlo, Luperón había propiciado su propia competencia, y así lo describe Roberto Cassá en su libro “Personajes dominicanos”: “De manera sinuosa, desde su proconsulado capitaleño, el extraño cibaeño de tez oscura se ganó la confianza de muchos. Sus dotes lo perfilaron como un garante del orden, punto que tenía la máxima connotación en ese momento, puesto que en las ciudades todo el mundo estaba conteste de que urgía, como condición para el progreso, la pacificación absoluta del país, sin importar los procedimientos ni las consecuencias que acarrease”.

¿Y quién mejor que aquel personaje moldeado por el líder Luperón?

“De ahí en adelante -refiere Cassá- para este advenedizo de 35 años, elevado a la cúspide del poder político, gobernar se hizo sinónimo de favorecer a los ricos. Gracias a su inteligencia, percibió que su poder se tornaría más estable si lograba convertirse en un promotor del progreso económico, y que eso requería la concesión de privilegios a los inversionistas, en su mayoría extranjeros. Además de los privilegios económicos que el Estado les ofrecía, la paz y el orden se pusieron a su servicio. Ahora bien, a cambio de las garantías para sus negocios, demandaba a los inversionistas y comerciantes apoyo a su autoridad personal”.

Cuando el presidente Fernando Arturo de Meriño enfrentó la primera rebelión que intentó tumbarlo, encabezada por el general Braulio Álvarez, el pico de oro venido de los púlpitos, echó mano de Heureaux para sofocar la afrenta, tarea que el general hizo con prontitud y eficacia.

Luperón no advirtió lo que se gestaba en la interioridad de aquel hombre, que Sumner Welles lo describe: “Las actividades que desplegó Heureaux como ministro de Meriño, bien podían, sin embargo, haber hecho vacilar a los que estaban a punto de llevarlo a la Presidencia, aun cuando carecieran de visión profética. Fue Heureaux quien ejecutó el notorio decreto que el Presidente fue llevado a promulgar, apodado por el sarcasmo popular como el Decreto de San Fernando, ordenaba aquella disposición que todos los que fueran sorprendidos con las armas en las manos, sufrirían la pena de muerte”. Y así Heureaux cooperó para enturbiar la imagen del gobierno del arzobispo Fernando Arturo de Meriño.

rafaelnuro@gmail.com,

@rafaelnunez.

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