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Diálogo entre sordos

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Diálogo entre sordos

La disyuntiva planteada por la propuesta del arquitecto Rafael Moneo para el rescate y consolidación de las Ruinas de San Francisco en el Centro Histórico de Santo Domingo, dentro del Programa de Fomento al Turismo Ciudad Colonial que vienen manejando el Ministro de Turismo y el Banco Interamericano de Desarrollo requerirá de mucha inteligencia para reconducir el asunto a lo que debió ser desde sus orígenes.

Está claro que en esa reconducción me refiero al rescate científico de uno de nuestros mayores monumentos coloniales, no sólo en lo que respecta a los materiales y su estado estructural si no en lo que se refiere, fundamentalmente, a un importantísimo bien cultural, patrimonio de los dominicanos, ícono de nuestra historia monumental y de la sabia manera en cómo se debe intervenir en esas situaciones, una de las cuales fue llevada a cabo con gran profesionalismo por el arquitecto Víctor Bisonó.

Dado el propósito de esta reflexión omitiremos aquí los detalles que confieren enorme valor a ese monumento específico y nos concentraremos en intentar redefinir con la mayor sencillez posible el objeto de la intervención que sería deseable hacer, y ello se contrae a la puesta en valor del monumento en sí, a su valor intrínseco y al entorno en que está enclavado, entorno barrial y entorno histórico urbano.

Esa puesta en valor se referiría a:

1.- Rescate documental completo del monumento y sus accesorios, inclusive de los vestigios arqueológicos pre existente, asunto que ha sido casi completado.

2.- Consolidación estructural no invasiva, evitando la intervención agresiva del tipo propuesto por Moneo y compartes que cubre y fagocita el monumento, haciendo que sus valores históricos, su imagen secular y la tradición que el monumento irradia hacia la comunidad circunstante prácticamente desaparezcan, convirtiendo el todo en una mole de concreto sin espacios verdes muy sólida y estable pero carente de referencias.

3.- Asignación de valores de uso en armonía con la categoría del monumento como se ha hecho exitosamente en otros monumentos religiosos del Centro Histórico, evitándose en esa asignación la desnaturalización del valor histórico y cultural como sería el de considerarlo exclusivamente como un destino turístico o de generación de recursos económicos.

4.- Concertar las opiniones fundamentales de los dominicanos y extranjeros, arquitectos, urbanistas, ingenieros estructuralistas, autoridades religiosas, población circundante y de la gente común que son al fin y al cabo los usufructuarios de ese legado.

Esta concertación daría origen a propuestas realistas, respetuosas, encajadas con la historia, que no sean el producto de gabinetes profesionales ansiosos de dejar su propia marca, ignorando el objetivo fundamental de la puesta en valor de esos ladrillos y esas piedras ensamblados en su origen como un organismo arquitectónico de carácter religioso en el mismo origen de la aventura española en el Caribe que luego se irradiaría a todo el continente. Significado este, el de esos ladrillos y esas piedras, que no es de soslayar ni de minimizar.

Lamentablemente se ha ido muy lejos recorriendo un camino tortuoso, focalizando el asunto inadecuadamente, creándose intereses, adoptándose pésimas decisiones e interviniendo el proceso de manera precaria y para nada institucional, lo mismo que ha sucedido en los otros trabajos del denominado Programa de Fomento al Turismo Ciudad Colonial que afecta a todo el Centro Histórico y ello se debe a una proyección de cómo se manejan conflictivamente las instituciones en nuestro país.

Para colmar el vaso se da una especie de celos profesionales extrañísimos, como que los ingenieros estructuralistas, en aparente calidad de potenciales contratistas, constituirían el sancta sanctorum de las soluciones para la puesta en valor y rescate de los monumentos históricos, refiriéndose estos a los arquitectos y urbanistas que han expresado sus serias dudas a los procedimientos en curso como que por ello “apoyo los profesionales de Turismo que otorgaron este concurso porque estructuralmente lo encuentro muy sano”, según se expresó uno de estos ingenieros, y otro se expresó en que los mismos ingenieros coincidirían “en la necesidad de la intervención para darle el valor y atractivo necesario para asegurar el éxito turístico de la zona colonial” (sic). No hay explicación posible a tales deleznables posicionamientos que no hacen otra cosa que empeorar las cosas intentando justificar lo injustificable sobre todo viniendo ello de profesionales de alguna experiencia.

Mala contribución hacen, tanto Carlos Báez Brugal como Alfredo Ricart Nouel y Fabio Herrera Miniño, con sus desacertadas contribuciones al debate público al querer subestimar y demonizar la intervención sana de la población y otro sector profesional que se opone a tales desaguisados que han querido pasarse como “debidamente socializados”.

Independientemente de que conozcan la diferencia de lo que es una estructura lábil, inestable, de una estable y de una hiperestática, sus opiniones no pueden ir más allá de eso, por su entrenamiento sectorial, de modo que las expresiones vertidas públicamente no han hecho otra cosa que complicar las cosas sin ningún otro resultado que no sea el de apoyar las autoridades envueltas en esta malas decisiones, poniendo una seria nota de duda en cuanto se refiere a la deontología de su profesión.

Es deseable que las cosas vuelvan al redil, que se reviertan los intereses creados por “contratos” de dudosa estructuración con extraño apoyo de instituciones de financiamiento internacional de la categoría del Banco Interamericano de Desarrollo e ignorando a la Unesco, al Ayuntamiento del Distrito Nacional, al ICOMOS (International Council on Monuments and Sites), a la Academia y al Ministerio que tendría competencia natural en estos asuntos, el Ministerio de Cultura. Todos ellos juntos no son poca cosa.

Mi exhortación va en el sentido de que se reconduzca todo a los inicios de lo que debe ser la institucionalidad. El Ministerio de Turismo no puede manejar un asunto tan serio como lo es el legado cultural de la Nación; que dedique sus esfuerzos a manejar adecuadamente sus competencias naturales y, a los ingenieros: “zapatero a tus zapatos”, sin catetos ni hipotenusas extraños.

El Presidente de la República debe tomar esto en sus manos, y que lo haga con la autoridad que le confiere la Constitución, que lo haga públicamente. Los dominicanos se lo agradecerán.

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