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Dos espantosos problemas que debe enfrentar el nuevo gobierno

Puedo afirmar, categóricamente, que en el acervo genético del macho dominicano no existe alguna tara que lo predisponga al asesinato de su mujer, pareja, expareja o exnovia. Por supuesto, no me arriesgaría decir que ese mismo macho, colectivamente, es psicológicamente sano, ya que la escandalosa cifra de asesinatos de mujeres con cargo a la iniciativa homicida de sus maridos, constituye la última manifestación de un hombre que quiere expresar mediante un tiro o un trío de puñaladas cómo se satisface la necesidad de controlar y dominar. Y al hombre que le resulta imposible mantener un vinculo físico y emocional con una mujer si el vínculo no incluye dominio total sobre ella y la tácita frase “unidos para toda la vida” o “hasta que la muerte nos separe”, independientemente del nivel socioeducativo del hogar donde se crió o que su madre lo mime como, al más listo y laborioso de la familia, este es un hombre emocionalmente trastornado, relacionalmente enfermo.

En nuestro país mueren más mujeres bajo el plomo homicida del revólver de su marido o exmarido o por la larga punta de su ominoso cuchillo, que por accidentes de tránsito. Y en caso de que el Estado y la sociedad no le asigne un “resignificado” a esa tragedia, a fin de pararla abruptamente, no está lejano el día en que los asesinatos de mujeres bajo la condición de compañera o excompañera de un hombre, sobrepase la tasa de mortalidad materna en nuestro país que actualmente ronda 95 muertes por cada 100,000 nacidos vivos. Insisto en que este gravísimo fenómeno no debe enfocársele como si fuera una derivación de los homicidios comunes que vemos en cualquier sociedad. El marido que mata a su mujer parte de circunstancias emocionales y conductuales muy diferentes al resto de los homicidas. Este individuo interpreta su vínculo con una mujer como “indisoluble”, por tanto para él adquiere una brutal relevancia la infidelidad, el rechazo o el abandono por parte de ella. Ese hombre abandonado por una mujer pasa de vivir la falsa ilusión de que ella estaría siempre junto a él, a experimentar el insoportable vacío que trae perder la relación vincular que reducía su inseguridad.

El hombre celoso, y el que ve el hecho de ser abandonado por una mujer como el fin de los siglos, siente un inmediato derrumbe de su realidad emocional, y dado que casi siempre tiene un bajo nivel de formación socioeducativa, no usa el discurso de las palabras para un reencuentro amoroso y sincero con su mujer o exmujer, sino el discurso que está más allá de estas, el del homicidio o ejecución ciega con una herramienta metálica: revólver o cuchillo.

El nuevo gobierno, a mi modo de ver, sólo tiene en lo inmediato dos caminos para afrontar este gravísimo problema, y los dos tiene que caminarlos simultáneamente: el preventivo y el represivo. El más costoso es el preventivo, pero es el más eficaz a largo plazo. El país cuenta con decenas de sicoterapeutas de familia subutilizados o sin trabajo, que junto al Ministerio de la Mujer, el MINERD, el Departamento de Salud Mental de los hospitales y las iglesias y los Departamentos de Psicología de las universidades es mucho lo que puede hacerse. El represivo queda a cargo de un sistema judicial y policial responsable y laborioso.

El segundo espantoso problema que tiene que afrontar de inmediato el nuevo gobierno, es el de la inseguridad pública. No es posible que niños de teta con apenas 16 a 18 años, sean autores del 20% de los atracos, asaltos, agresiones y asesinatos y robos que salieron mal. Los ciudadanos no comprendemos cómo es posible que un sujeto que con tres y cuatro fichas policiales por robo con uso de armas que matan, cometa tranquilamente y hasta muerto de risa, su quinto delito, y casi siempre usando un arma de fuego robada o adquirida legal o ilegalmente, y que luego sus familiares y compañeros de fechorías contraten costosos abogados para quedar libres y desde estrados “le sacan la lengua” al sistema judicial, policial y al Estado.

A principios de los 60, don Ramón Raposo era el Juez de Paz de Altamira, mi pueblo. Un conocido abogado de Puerto Plata asumió la defensa de un joven acusado por varios robos con escalamiento y agresión. A pesar de la brillante y cara defensa que mediante tortuosos argumentos legales hizo aquel letrado de su cliente, el juez lo condenó. Aquel culto abogado, en forma airada le voceó: “¡Qué más se puede esperar de un juez analfabeto!”. Y don Ramón respondió serenamente: “es que usted como sabe de letra, sólo ve las pruebas de afuera, pero como yo no sé leer ni escribir, veo las de afuera y las de adentro, y los que leen muchos libros nunca ven las de adentro que son las mejores porque estas me ayudan a evitar soltar un ladrón que mañana puede matar a una gente buena que defiende lo suyo.”

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