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La guásuma histórica La guásuma histórica

Nadie hubiera creído que se confabulara, como lo hizo, para que el tirano cayera, definitivamente y para siempre, bajo su singular copa de hojas puntiagudas.

El día anterior, sin que se esperara tormenta alguna, el cielo se encapotó y cayeron lluvias gruesas que purificaron su tronco, ramas y hojas del polvo sucio que provenía del casco del caballo del arrogante general, que había dado horas de gloria a la patria pero degenerado con el largo uso del poder.

Ya Lilís no era otra cosa más que un dictador sanguinario y desalmado, sumergido en una espantosa corrupción. El mal ejemplo que prodigaba desde las alturas, maleó el espíritu de la nación e hizo rodar la ética social por el piso, abatida, llena de manchas oscuras.

Sus papeletas, emitidas sin respaldo y sin medida, habían llevado a la ruina y sus empréstitos indecorosos comprometido por largos años el crédito y la soberanía.

El día previo al que habría de convertirse en episodio de honra nacional, al dirigirse el ya cansado titán al almacén del viejo Jacobo de Lara, sus botas pisaron las hojas caídas de la hermosa guásuma. Fue en ese momento cuando sintió el estremecimiento tormentoso del árbol, testigo de la conjura desde mucho tiempo atrás, y lo tomó por mal augurio.

Silenciosa, callada, enigmática. Había escuchado a sus pies las quejas de los conjurados; sus lamentos por la triste situación imperante en el país; la amenaza de prisión y tal vez de muerte que flotaba sobre Horacio Vásquez y sus planes de convertir la nación en democrática; el ansia de reivindicación que anidaba en Mon Cáceres Vásquez; el arrebato juvenil de Jacobito de Lara, el adolescente que dibujaba caprichos de héroe; y los sueños por un país mejor y distinto expresados por el nutrido grupo de participantes en el movimiento.

Pero, ¿cómo una guásuma, con vida si pero desprovista de inteligencia, podía hacerse parte de la conjura sin que sus integrantes ni siquiera lo sospecharan?

No se supo ni hoy se sabe, pero fue testigo y también actuó.

Al día siguiente al del mal augurio que penetró la costura de la conciencia del general, el tirano recorrió las calles de la en aquel entonces aldea de Moca. Lustró sus botas de cuero. Y se introdujo en su vistoso uniforme que destilaba poder e instintos desbordados.

Su presencia imponía respeto en aquella villa poblada por agricultores, cuyo medio de vida era la tierra negra que fructificaba acorde a sus desvelos.

Era un día espléndido, sin una nube que desfigurase el contorno.

La guásuma lo contempló desde lejos, mientras se acercaba. Movió sus ramas con inusual vigor, como si hubieran sido impulsadas por un resorte, pareciendo decirles a los conjurados ¡ahí viene! Lo vio entrar al almacén, confiado pero aún así inquieto, porque ese maldito árbol le daba mala espina.

Fue entonces cuando, antes de que Lilís se percatara de que Jacobito se encontraba armado en la parte posterior del almacén preparado para dispararle, la guásuma produjo una súbita y breve ventolera, acompañada de un ronquido profundo, que distrajo al tirano.

De pronto surgió el primer fogonazo que le rozó el cuello, y lleno de espanto reculó herido hacia la acera.

Mon lo esperaba. Con objeto de evitar que el monstruo herido lo viera, la guásuma concentró su savia y produjo un aterrador torbellino que expulsó sus hojas y nubló la visión del titán de tantas gloriosas batallas.

Ahí entró Mon en acción y consumó el magnicidio junto a quienes le acompañaban. El tirano atinó a disparar, hiriendo a un pordiosero transeúnte que por allí se encontraba.

El monstruo sanguinario, con la muerte rondándole los entresijos, fue atraído por la guásuma para que muriera bajo sus ramas en el piso acolchado por sus hojas ya desprendidas, porque quería enjugar esa sangre envilecida para que la raíz del despotismo quedara cercenada hasta el final de los tiempos, aunque luego se supo que no pudo lograrlo a plenitud porque esa naturaleza viscosa es huidiza y engañosa.

Desde aquel entonces, la guásuma es símbolo de combate a los tiranos y defensa de la libertad.

En 1929, una resolución del cabildo de Moca, propuesta por el munícipe Elías Jiménez, dispuso que ese árbol, ubicado en el lugar del tiranicidio de Lilís, fuese preservado para que sirviera de ejemplo y disuasivo de futuros dictadores. La tiranía de Trujillo hizo olvidar aquella guásuma y la democracia que advino perdió la memoria. No se recuerda cuando aquel glorioso árbol se quebró abatido por el cruel olvido en que se le mantuvo.

El Ayuntamiento de Moca acaba de reintegrar un retoño genérico de aquella guásuma al sitio donde contempló el episodio augusto, para que sirva de símbolo de la lucha por la libertad, valor intrínseco a este pueblo, y ayude a conformar la consciencia nacional.

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