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Las señales de humo del Fondo

Al ser un organismo en que los socios son los gobiernos, el Fondo Monetario Internacional suele utilizar en sus informes anuales sobre los países miembros un lenguaje “técnico” que comunica y no comunica, sugiere y no sugiere, aclara y no aclara.

Los informes son una perla de equilibrio situados en el filo de lo políticamente conveniente. A la vez zalameros y críticos. Lisonjeros con el presente y cáusticos con el futuro.

Siempre colocados lejos del compromiso y cerca de la insinuación.

Más que dotados de un lenguaje estructurado, parecerían contener un conjunto de señales de humo, solo entendibles por los “expertos”.

Hace poco, la Misión que visitó el país produjo un comunicado, preludio de un informe. Y, ¿qué dijeron? Lo que vienen diciendo desde hace años, en envoltura renovada, como si se tratara de algo nuevo.

Por ejemplo, expresaron que “la Misión vio con beneplácito el continuo compromiso de las autoridades con la disciplina fiscal. “ Ahí está la zalamería, el reconocimiento a la autoridad presente.

A continuación soltaron esta perla, que contradice lo anterior: “En ausencia de medidas de política, los déficits consolidados del sector público—que incluyen los déficits del sector eléctrico y del Banco Central, se proyectan en alrededor de 5% del PIB en el mediano plazo. Como resultado, la deuda pública consolidada ascendería desde menos de 50% del PIB estimado por la Misión para el año 2015 hasta alrededor del 54% del PIB para el año 2020.”

Y eso que por prudencia o diplomacia olvidaron decir que la recompra a PetroCaribe bajó en tres puntos porcentuales el coeficiente deuda/PIB, solo para que en pocos meses volviera a subir.

Para sugerir luego que el Gobierno debe de “lograr un balance primario positivo al nivel público consolidado suficiente para revertir la trayectoria ascendente de la deuda.”

Lo que en señales de humo significa que hay que dar marcha atrás a la espiral de crecimiento de la deuda.

La tierra prometida la encuentran en el pacto fiscal, pues brindaría “ la oportunidad de institucionalizar el compromiso a la consolidación y establecer un ancla para políticas fiscales.”

Estimulados por ese atrevimiento se lanzan a recomendar “la reducción de la dependencia de los préstamos en moneda extranjera, lo cual requiere un mayor desarrollo del mercado nacional de bonos.”

Pero bueno, ¿y que es esto? Acaso no se dan cuenta que son los propios organismos multilaterales los que continúan ofreciendo al gobierno préstamos en dólares de apoyo presupuestario, desligados de proyectos de inversión.

O sea, a Dios rogando pero con el mazo dando.

En el área monetaria no hay un año en que la Misión no haya repetido que es necesario “facilitar un movimiento gradual hacia una mayor flexibilidad de la tasa de cambio e incrementar la capacidad de la economía para asimilar los choques externos a través del aumento de la acumulación de reservas.”

Pese a lo anterior, los informes empiezan alabando el nivel de reservas internacionales alcanzado. ¿Con cual nos quedamos?

Y nunca falta la alusión al sector eléctrico en el sentido de la necesidad de “encarar problemáticas de larga data en el sector energético, incluidas mejorías en la distribución y un movimiento hacia precios para la recuperación de costos.”

Son ya decenas de miles de millones de dólares los que se han colado por el agujero profundo del sector eléctrico. E informes van, informes vienen. Sin solución. ¿Por qué? Porque ahí confluyen intereses empresariales y políticos, donde las lealtades y el negocio se confunden.

Una fuente tan lucrativa para muchos no se suelta si no es mediante una crisis profunda, o con la llegada de un mesías que expulse a los mercaderes del templo.

También toca la Misión otro tema sensible al proponer que haya “flexibilidad en el mercado laboral que fortalecería la competitividad de la economía.”

Y, ¿cómo lograr esa mayor flexibilidad laboral, si la oferta de trabajo está distorsionada por la abundante mano de obra indocumentada e informal, sin que surjan señales fuertes de que se va a empezar a enfrentar el problema?

Y si la rigidez y costo de la cesantía tiene postradas a la mayor parte de las empresas formales, quebradas sin que ni ellas mismas lo sepan.

El reto es enorme, pero no hay cabida al cansancio. Este país tiene que dar un vuelco sustancial en su compromiso de cambios estructurales para que haya un porvenir mejor.

Y las políticas deben ser propias, nacidas de la necesidad, puesto que poco se gana con introducir reformas que sean copias de experiencias ajenas, sin que nadie las asuma a fondo.

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