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Los presidentes no tienen amigos

... la afirmación de que los presidentes no tienen amigos no es nuestra; es del profesor Juan Bosch, quien la utilizó el 5 de marzo de 1963, en el primer discurso que pronunció al país después del que dijo en la toma de posesión el 27 de febrero de ese año.

Sí, así como lo acaba de leer. Los presidentes no tienen amigos. Amigos pueden tener, y deben de tener —consideramos nosotros—, los ciudadanos de la calle, y pueden tenerlos y conservarlos incluso los dirigentes políticos, hasta el momento en que llegan a la presidencia de la República. El cargo les impone a quienes lo desempeñan algunas condicionantes en las que al parecer se halla la nada cómoda de no poder disfrutar de amigos. Lo que los presidentes tienen es colaboradores e intereses. Y en ambos casos, de los más variados matices y dimensiones. Sabemos que esta afirmación les resultará un plato duro de digerir a no pocos, extraviados como hemos vivido desde hace mucho en el dilema entre “el como deben ser las cosas” y “como realmente son”.

Por no entender esa realidad es que muchos dirigentes políticos no aciertan a comprender el porqué se han sacado el premio en la lotería de los nombramientos por decreto ni la causa de la destitución con que a veces se les sorprende. Los ejemplos son numerosos, y ninguno mencionaremos para no herir susceptibilidades.

Recordamos que cuando Leonel Fernández era presidente de la República era frecuente que amigos y hasta familiares nuestros se extrañaran por que no desempeñáramos en el gobierno una buena posición si, en su opinión, éramos amigo de mandatario. Pero estaban equivocados. Éramos amigo —y todavía lo somos— del doctor Leonel Fernández, no del presidente Leonel Fernández, que son dos cosas distintas, aunque a algunos esto les parezca un ocioso juego de palabras.

Quienes incurrían en la confusión que acabamos de enunciar partían del hecho cierto de que durante varios años compartimos responsabilidades con el doctor Leonel Fernández en lo que se denominaba en los años 1987-1990 Departamento de Prensa del PLD. A lo que se suma la circunstancia de que fuimos alumno suyo de varias materias en la Universidad. Con el conocimiento de esa situación, o de parte de ella, a esas personas les resultaba difícil creer que no se hallara entre los agraciados el boleto que nos atribuían de la lotería de los cargos.

Pero la verdad era que nosotros no habíamos jugado ningún número en ese sorteo. Desde el principio tuvimos el acierto de comprender las responsabilidades del presidente del país y las nuestras. Por esa razón durante los doce años que gobernó nunca lo visitamos ni gestionamos por ningún medio que nos recibiera. Tampoco la empatía y condescendencia con que nos saludaba cada vez que coincidíamos en alguna actividad en la que debíamos estar por el trabajo que realizábamos en ese momento, nos animaban a considerarnos un amigo del presidente Fernández. El “¿Cómo está, profesor? Estamos algo distanciados últimamente”, con que nos saludaba en esas ocasiones lo recibíamos como parte del juego diplomático que de tanto jugar se convierte en una segunda naturaleza en personas de su preeminencia política y social. En el caso del doctor Leonel Fernández —la verdad sea dicha—, es algo natural en él el saludar con esa efusividad y hacer sentir al saludado que realmente le interesa su situación. Esa bonhomía es parte de su personalidad.

Algo parecido nos pasa con el presidente Danilo Medina. Sentimos que nos aprecia y nos distingue. Sin embargo, por lo que hemos dicho, nunca lo visitamos durante los cuatro años que gobernó (2012-2016) ni lo visitaremos en el período que acaba de iniciar (2016-2020).

Debemos dejar sentado que la afirmación de que los presidentes no tienen amigos no es nuestra; es del profesor Juan Bosch, quien la utilizó el 5 de marzo de 1963, en el primer discurso que pronunció al país después del que dijo en la toma de posesión el 27 de febrero de ese año. De manera textual dijo Bosch:

“El Presidente de la República no puede tener amigos ni sentimientos ni debilidades. Si un enemigo personal nuestro reúne las condiciones necesarias para ir a un cargo, ese enemigo personal nuestro irá a ese cargo. Si un hermano nuestro no reúne las condiciones necesarias para ir a un cargo, un hermano nuestro no irá a un cargo. Por mucho que lo queramos y por mucho que él desee estar en ese cargo”.

Para entender bien lo que Bosch quería decir hay que tener en cuenta que poco antes había expresado: “en este gobierno (del 1963) los puestos no son para los hombres sino los hombres para los puestos. Se escogerá a cada quien no solamente según su honestidad sino también según lo reclamen los intereses políticos del momento”.

Precisamente con eso, “intereses políticos del momento” y colaboradores, es con lo que a nuestro juicio los presidentes llenan los huecos que dejan las ausencias de los amigos que no pueden tener por exigencia del cargo.

Es probable que además de Juan Bosch sea Ulises Heureaux —Lilís— el otro político dominicano con más conciencia de lo que estamos tratando. Por lo menos es lo que se desprende de una célebre anécdota que se le atribuye. Se cuenta que Lilís tenía un compadre dado al juego. El compadre era empleado del gobierno y una mañana temprano fue a la casa de gobierno a ver a Lilís, a quien le dijo que necesitaba dinero. El presidente, algo hastiado por lo frecuente de esta situación, le expresó que volviera alrededor del mediodía. En efecto, así lo hizo el compadre, quien fue recibido en la recepción con dos sobres lacrados. Ambos estaban escritos por fuera. En uno de ellos el interesado vio que decía “De su compadre Lilís”, y contenía el dinero que había solicitado; en el otro leyó “Del presidente Ulises Heureaux”, y traía su cancelación. Como amigo, Lilís le dio la ayuda que necesitaba; como presidente lo canceló por vicioso. Esa es la dualidad en que se debaten los que tienen la fortuna de llegar a ocupar la presidencia de nuestro país.

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