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Meteorología. Las presas. Decisiones urgentes

Tantos han sido los desmanes cometidos por los humanos, que la naturaleza ha empezado a pasar factura. El temido cambio climático es ya una realidad.

En lo inmediato y en nuestra área geográfica los expertos están advirtiendo que se ha entrado en un ciclo en que habrá lluvias con mucha frecuencia, algunas torrenciales. Y temperaturas más bajas. Lo atribuyen al fenómeno de La Niña y sugieren que podría prolongarse por un buen tiempo.

Siempre ha llovido, a veces más, con inundaciones descomunales; otras menos. La diferencia es que ahora somos más vulnerables.

Esa mayor vulnerabilidad exige que se adopten decisiones urgentes sobre los siguientes aspectos: informes meteorológicos, manejo de las presas, población que se ubica en lugares de riesgo, hábitos formados por la negligencia en hacer cumplir normas que protejan el interés común, obras de infraestructura, apoyo a la agropecuaria.

Se requiere de un organismo de meteorología capaz de presentar predicciones más certeras, oportunas, y dirigidas hacia lugares concretos, que permitan a los ciudadanos conocer qué viene en el día de hoy, en el de mañana y siguientes. No es que no las haya; es que se adolece de márgenes mayores de precisión.

En otros lares los partes meteorológicos raras veces se equivocan. Aquí las deficiencias llevan en ocasiones a mantener a todo un país en vilo con alertas de todo tipo, emitidas como por si acaso, cuando el riesgo quizás se limita a áreas muy localizadas, y a veces se sitúa en lugares diferentes al pronosticado, o a no avisar sino cuando ya el fenómeno se viene encima.

Todo esto dicho no sin antes reconocer la evidente mejoría que ha habido en los recursos humanos especializados en esta materia que dirigen y laboran en el organismo responsable de la información meteorológica. No obstante, es patente que se requiere de mayor apoyo material (equipos), técnico (asesoría internacional), y profesional. Es decir, se necesita de mucho más, para llevar tranquilidad y confianza a la ciudadanía.

Pecaríamos de injustos si dejáramos de reconocer la vocación de servicio de que hace gala no solo el organismo de meteorología sino todos los que se agrupan para prestar ayuda y asistencia alrededor del COE y la Defensa Civil. En ese sentido, son motivo de orgullo para todos.

Las presas, en vez de constituirse en la salvación para ahorrar el líquido vital en prevención de sequías, se han convertido en una bomba de tiempo por las aguas acumuladas en demasía que en determinado momento se sueltan cauce abajo y se juntan con nuevas lluvias, creando así destrucción y picos de gran peligro que rondan alrededor de la posibilidad de que se produzca una gran tragedia.

Si ya se sabe que se ha ingresado en un período de abundancia de lluvias, el manual de manejo de los embalses debería establecer que la prioridad sea mantener el nivel de esas aguas en cotas mínimas razonables, sí, mínimas, que faciliten hacer frente a contingencias prolongadas de períodos de lluvia, sin poner en peligro todo lo que se encuentre aguas abajo de las presas.

Pero no; las presas han estado todas cercanas a sus cotas máximas desde hace ya muchos días, en los que ha habido tiempo para aliviarlas, pero se ha permitido que llegaran a sus niveles máximos y coincidiera con la llegada de nuevas y prolongadas lluvias. Peligro evidente, tanto que habría que rogar porque no se produzca una hecatombe.

Los daños a la agropecuaria y a las actividades económicas causados por las presas cuando se suelta el agua coincidiendo con lluvias torrenciales y de larga duración, son muy elevados. Y afectan en mayor medida a los pequeños y medianos agricultores que tienen sus cultivos a orillas de los ríos y carecen de voz para expresar su queja y desesperanza.

Es ingrato mencionar esto sobre todo si se sabe que se ha trabajado con conciencia para conseguir estándares más elevados de manejo profesional de estos embalses. Hay que reconocerlo, pero hay que cambiar la práctica de operación hacia una más conservadora, que proteja a la población y agricultores, en vez de poner el énfasis en mantener rebosantes los embalses.

Ahora los ríos crecen súbita y rápidamente. Y eso se debe en buena parte a la deforestación a que han sido sometidas las principales cuencas hidrográficas. Las aguas bajan crecidas y para vergüenza de todos transportan toneladas de basura, que muestran la falta de conciencia ambiental y la permisividad a que se ha llegado.

Hay desplomes de barrancas y deslizamientos de tierra, que son las cicatrices que recuerdan el daño que la humanidad hace a la naturaleza. Lo peor es que se pierden vidas humanas de aquellos que en su precariedad construyen sus techos al borde de lugares de riesgo, donde nunca debió de haberles sido permitido.

La quiebra de las obras de infraestructura (puentes, carreteras, caminos), incluyendo cientos de viviendas establecidas en lugares vulnerables, de algún modo señalan que las construcciones no siempre se hacen teniendo en cuenta los riesgos que han de afrontar ni las normas de calidad que habría que respetar.

La agropecuaria ha sufrido un rudo golpe. Ahora corresponde a la actividad política tener la sensibilidad de no empeorar la situación de los productores con medidas populistas que agraven sus pérdidas.

Y sobre todo desarrollar una labor incesante de construcción y reconstrucción de caminos vecinales, pues siendo la infraestructura de menor costo relativo es fundamental para aliviar la situación de los productores agropecuarios, a lo cual debe agregarse apoyo técnico.

Este prontuario resumido puede tomarse como una agenda de emergencia. Es mucho lo que hay que hacer en cada uno de los aspectos aquí reseñados.

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