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La lucha de Ana: retrato de una innegable realidad

Escribí esta reflexión cuando vi la película. Ahora que ganó El Soberano, es una buena ocasión para publicarlo.

Es cierto, "Un mundo mejor es posible", pero como siempre nos recuerda el Dr. Pedro Sotolongo (físico, filósofo y experto en ciencias de la complejidad), "no podemos perder de vista que también es cierto que un mundo peor es posible". Y ahí está La Lucha de Ana para recordárnoslo desde muchas aristas. Esta película nos sacude, espero que en esa misma medida nos haga reaccionar. En este artículo, no tengo interés de realizar una crítica en términos cinematográficos, aunque admito que me impactó muy favorablemente su guión, edición, actuación, en algunas escenas la fotografía es muy buena, me gustó la producción; pero en lo que me interesa profundizar es en mi percepción de su mensaje y metamensaje.

Cuando terminó la proyección, todas las personas que estaban en la sala de cine comentaban: eso pasa, eso es cierto, eso es un reflejo de nuestros barrios y nuestra realidad, es muy fuerte; pero es así, nada esta exagerado, al contrario, pasa más de ahí… La película cuenta la historia de lucha de una mujer madre soltera, que en una situación de drogas su hijo es asesinado. Y todo lo que se desencadena en la búsqueda de la impunidad del niño "bien", hijo de diplomático que es el asesino, quizás como remembranza de un caso muy sonado en el país y un joven sacado hacia Argentina.

Eso duele, porque parece que cada vez se hace más difícil que sea cierto que podremos vivir en paz. Realizamos procesos "participativos" para "darnos" una Constitución que nos define como Estado social y democrático de derecho. Pregonamos a los cuatro vientos que nos interesa y nos importa la institucionalidad, el fortalecimiento de las garantías, el respeto a los derechos; pero parecería que las actuaciones se encaminan en el sentido inverso a lo que divulgamos como deseo y como ideal.

En una ocasión escuche a alguien comentar que le resulta muy chocante el comportamiento de las personas en los estacionamientos después de la misa, porque son las mismas que al momento de recibir la comunión ceden el paso con cortesía y amabilidad, y un momento después no son capaces de salir de forma organizada y con moderación, sino que lo intentan todos a la vez y nadie está dispuesto a ceder el paso. Esto parece simple, pero a mí me pareció una excelente ilustración de ese hacer cotidiano que desdice el discurso y el deseo de vivir en armonía y en paz.

La inseguridad ciudadana que afirmo, no es un asunto de percepción, sino una situación concreta que cada día se agudiza más y no se están tomando las medidas adecuadas pertinentes y oportunas para contrarrestarlo (un máster en Seguridad y Defensa, un Curso Avanzado de Estrategias de Seguridad y haber sido víctima reiterada de la delincuencia común, me convierten en una "autoridad en la materia"). La descortesía, la falta de educación doméstica, la corrupción, el narcotráfico, así todas mezcladas y reburujadas aunque sean de diversos orígenes, causas y magnitudes, y todas las otras amenazas latentes en nuestra sociedad, no pueden ganarnos la batalla.

Trabajemos, aportemos, asumamos el compromiso con la calma, la dignidad, la disciplina, la capacidad de trabajo honesto y profesional, la responsabilidad, la honestidad, la consideración, el orden, la formación en valores, la capacidad de entrega, la moderación, la conciencia. Hagamos lo que nos toca para vivir en un mejor país. No seamos de los-as buenos-as, "que miramos en lontananza" y creemos que nuestro rol es desde nuestra poltrona quejarnos, despotricar, deprimirnos, resignarnos. Está bueno, no permitamos que los peores intereses, la degradación humana, la inversión de valores, el dinero fácil, ese abrirle las puertas de par en par a todo el que tiene dinero, y ese hacerle tan difícil el mundo a los que intentan vivir de manera honrada, sea el norte de nuestra sociedad. Aportemos nuestra parte, de la forma que sea, desde la opción que nos parezca posible, pero cerrémosle el paso a tanto descontrol. Hagamos del honor algo posible, hagamos del decoro algo posible, hagamos del respeto a la valía humana algo posible, que el peso de las personas no se mida por lo que ostente.

Eso requiere instituciones fuertes, una sana administración de justicia, un sistema de consecuencia que funcione. Convirtamos en un mito la creencia de que el peso de la ley cae fuerte sobre el que coge poco, pero los que roban mucho salen ilesos de cualquier proceso, a menos que toquen intereses más fuertes…

Que en mi país no haya honorables con fortunas amasadas en base a la corrupción, la evasión, la explotación. Que las personas valgan porque son personas y nos importe que todo el mundo tenga acceso a educación de calidad. Es nuestra responsabilidad personal lograr la transformación que como sociedad merecemos.

Que la degradación, el tráfico de influencia, la falta de institucionalidad, la corrupción menor y mayor, el descontrol que enseña La Lucha de Ana, no merezcan expresiones de resignación como las escuchadas en el cine. Modifiquemos esta realidad, no la silenciemos, no la obviemos. Que el manto de la justicia, la paz, el amor, la compasión y la misericordia nos arrope más temprano que tarde. Si no han visto la película, les recomiendo que lo hagan, de vez en cuando la realidad que tenemos al lado, nos resulta más fácil identificarla mirándola como si no nos tocara, aunque luego caigamos en la cuenta de que eso pasa aquí, ahí al ladito en cualquier barrio del país. Y nos convierte en sus víctimas. ¿Lo vamos a seguir permitiendo?