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La simbología de la autoridad

Maria M Gonzalo Garachana

Hace poco, una película me permitió evocar una profunda reflexión acerca de la inefectividad de la autoridad cuando no es debidamente trabajada y lograda por parte de todos sus actores.

Se trata de la película El regreso del soldado (Taking Chance, 2009), protagonizada con su acostumbrada maestría por el actor Kevin Bacon. Él representa al teniente coronel de la Marina de los EU, Mike Strobl quien, por lesiones sufridas, ya no se encuentra en el frente de la guerra de Estados Unidos. Al fallecer su amigo en combate pide a sus superiores el honor de custodiarlo hacia su morada final al pueblo donde nació y viven sus padres. Cuánto sentido y sensibilidad logró recrear el film ante un hecho que, en época de guerra puede hasta considerarse, como la cola de un cometa, parte de la guerra y generar insensibilidad colectiva.

La película revela el respeto casi devoto por un militar muerto en combate que se traduce en gestos y actuaciones personales, protocolos, ceremoniales institucionales, ritos familiares, y símbolos desarrollados a través de todo un sistema, que evidentemente, va más allá de la cultura de la guerra.

Su rescate es casi un asunto de seguridad nacional. Su cuerpo es tratado con respeto por todos y cada uno de los miembros del ejército que lo preparan. Aunque algunas de las partes de su cuerpo hayan sido destruidas y desaparecido en la batalla, no se escatima esfuerzo ni recursos en reconstruirlo. Tampoco en su impecable vestimenta, con todo lo cual se evita evidenciar a sus parientes el infierno de los últimos momentos de su vida.

En su largo trayecto desde la base en el exterior del país, hasta su ciudad natal, cada vez que es cambiado de avión, el teniente, quien viaja con él, se apersona al área de carga del aeropuerto para rendirle honores militares. A él se suman solícitos, personal de los servicios de tierra de la aerolínea, su piloto, tripulación y los pasajeros incluidos niños, que advierten con sentido de reverencia la escena. Lo mismo la caravana de automóviles en la carretera, que, en señal de respeto, enciende sus luces al paso del oficial cortejo.

Al ver la película, lo primero que retengo es el comportamiento de los militares, policías, inspectores y ostentadores de la autoridad en general en nuestra empobrecida nación, y la comparación no cabe. Sencillamente porque la propia autoridad ha restado autoridad a quienes ostentan autoridad legalmente atribuida. Para delimitar el alcance de esta reflexión, debemos entender la autoridad en sus aspectos formal y funcional, en cuanto se ostenta legítimamente y en esa misma medida, cumplida conforme los procesos para ello establecidos.

En realidad no pretendo plantear que la falta de la autoridad sea un problema local exclusivo. De hecho, la fractura de la autoridad es aguda y universal. La diferencia podría estar en la elevada proporción en la que en nuestro país se evidencia debilitada. Y es que su importancia es tal, que basta para ello la categórica afirmación de Hannah Arend: "si se pierde la autoridad, se pierde el fundamento del mundo."

Aunque de un concepto de autoridad que hoy ya es inaplicable en todo estado de derecho, en el 46 antes de Cristo, Publio Siro ya había dicho "El que manda mal, pierde la autoridad de su mando". Al fin y al cabo, era la legítima de su época. Por su parte, cónsono con su evolución, Víctor Hugo sentenció con la embriaguez de los aires de su tiempo "Todo poder es deber".

Se suele mencionar que en la Época de Trujillo la policía era respetada. En realidad, al hacerlo, se respetaba al jefe. Con Balaguer ese respeto al jefe degeneró en animadversión por las persecuciones políticas que no necesitan mayor comprobación. Por supuesto, estas fueron autoridades desnaturalizadas que no cuentan al tema. No era autoridad en su debido y actual sentido. Por tanto, difícilmente ha habido en los anales de la historia local referencia de que la policía era respetada por la debida autoridad que ostenta y se le debe.

En la última década, el valor de los miembros policiales se revelaba en los escándalos de corrupción. De la falta de la autoridad en los agentes policiales, están de la mano la falta de autoridad de los agentes de AMET y de los inspectores de los órganos de Administración Pública en general. Solo tiene autoridad el presidente de turno.

Ante la falta de autoridad otorgada por ley, y desapegada con los actos de la propia autoridad que no la delega conforme con la ley, y la sensible función pública que ostenta, es la carencia de la autoridad de la policía la que en la actualidad gravita con recelo. Policías sin indumentarias ni recursos y con falta de entrenamientos y tecnología adecuada. Carros policiales que no tienen combustible. Policías que presencian hechos delictivos y no actúan en consecuencia.

En la actualidad, ha sido presentada por el Poder Ejecutivo una propuesta de ley que implicará un cambio radical de la concepción de la autoridad formal que emana de la Policía Nacional; y por la forma en que se ha presentado, por el crédito de su presentador, se percibe una voluntad política sin precedentes para el logro de esos cambios, a pesar de los debates que con seguridad generará.

Es por ello que la autoridad legalmente conferida es como la ley de la física, "acción-reacción". El filósofo Juan Antonio Marina, en su ensayo reciente "La recuperación de la autoridad" (de los directores y autoridades escolares en España), plantea dos recomendaciones básicas que resumo: 1) Fomentar el respeto por la institución educativa. Proteger la escuela, prestigiarla, porque de ahí deriva todo lo demás: la dignidad de la función docente, y la necesidad de que sus protagonistas puedan ejercerla debidamente; y 2) Poner en funcionamiento mecanismos ... necesarios para que todos los que trabajan en el sistema ... sientan que su misión es importante y respetada."

Aunque difiero en la parte central del ensayo de Juan Antonio Marina, porque habla de un "rescate de la autoridad" aplicado a las autoridades educativas, porque creo que en realidad la autoridad sana, noble, democrática no se ha desarrollado aún en ese ámbito en España, concuerdo en su propuesta en las acciones que deben ser encauzadas para que las propias autoridades se empoderen de su propia autoridad.

Su propuesta va en concordancia con las actuaciones de la película. Me emocioné recientemente cuando a propósito del penoso asesinato del coronel de la policía en el cumplimiento de su deber, próximo a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se le rindió honores militares. Pero eso no fue suficiente. Debió la policía realizar actos de una solemnidad tal que los medios de comunicación lo reseñen con mayor amplitud. Honores que debieron ser eco en escuelas, localidades apartadas, ayuntamientos y agrupaciones cívicas y religiosas.

Es por ello, que lejos de lo superfluo que estas acciones de la cultura militar estadounidense pudiere parecer; en realidad estas acciones constituyen una cuidada, inducida y necesaria simbología de la autoridad y a uno de los máximos sacrificios de su cultura; y con ello, a la autoridad y poderío que detrás de los combatientes los sustentan. Con ello, y como lo afirma el citado Juan Antonio Marina, se "fomenta el respecto a la institución, el prestigio, se ponen en funcionamiento mecanismos para lograr en sus integrantes la importancia de su misión."