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¿A dónde va el pasado?

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¿A dónde va el pasado?

En septiembre de 1953 los insomnes londinenses (no imagina Ud cuántos son) que dejaron sus televisores encendidos fueron despertados de su duermevela después de las doce de la noche por un programa en el que se veían caballos corriendo a lo largo de una pradera con una alegre música de fondo, seguidos por unas letras que aparecieron identificando el programa y la estación de televisión: KLEE, de Houston, Texas, EE.UU. Sorprendidos por el inesperado horario y remoto lugar de transmisión (en ese entonces y por varios años más, la televisión inglesa, sólo transmitía hasta las 10:00 p.m.) llamaron a la estación única de televisión de Londres. Se les respondió que hacía más de dos horas había concluido la transmisión del día y transmisores y planta fueron a aquella hora apagados.

Indagando sobre la identificación aparecida junto a la escena en las pantallas se comprobó que, efectivamente correspondía a una pequeña estación televisora de Houston, Texas, EE.UU. localizada a una distancia trasatlántica para la que no existiría tecnología de transmisión o recepción hasta muchos años después, con los satélites de comunicación. Pero lo más sorprendente no fue la distancia a la que pudo transmitir esa pequeña estación, con un radio de alcance de señal de apenas 150 kilómetros, sino que esta televisora ¡ya no existía! Había dejado de transmitir y vendido sus equipos ¡tres años atrás!.

A raíz de este evento se descubrió que las imágenes y los sonidos no desaparecen ni desvanecen en el tiempo, sino que se alejan sin extinguirse o “cambian” a otra forma o manifestación de energía que permanece en una de las todavía ignoradas regiones, espacios o dimensiones físicas y de alguna manera pueden volver a la nuestra. Grupos de investigadores desde entonces han conducido una serie de experimentos en búsqueda de hechos imágenes y voces concretas de otros tiempos logrando recuperar sólo una serie de sonidos, ruidos y oscuros fragmentos de diálogos pasados, aunque aún no han podido reproducir imágenes como las que por un accidente de probabilística apareció aquella noche de 1953 en los televisores de Londres y de la mayor parte de las islas inglesas

Este fenómeno documentado nos replanteó el concepto de tiempo, particularmente, del pasado, con nueva óptica científica.

El tiempo es una dimensión cognoscible sólo por los que nos encontramos atrapados en el curso específico de una relativa interacción de materia y energía. Esto ya lo había explicitado Albert Einstein. ¿Dónde pues, está el pasado? ¿Cómo salirse del presente y llegar a él?

Uno de los más connotados pensadores de principios del siglo XX, Georgi I. Gurdjieff, cuyo trabajo y enseñanzas pudieron ser conservadas gracias a los esfuerzos del alumno y pensador Petyr. D. Ouspensky, explicaba ampliamente la percepción que tiene de sí mismo un ser que vive o está sujeto a una condición espacio-temporal tridimensional y finita: “el presente lo vemos como aquél observador que está atisbando por una ranura desde un tren en movimiento; apenas puede apreciar un muy corto espacio o fragmento del paisaje, es decir del espectro amplísimo y total de la realidad”. Pero si de alguna manera pudiéramos remover aquello que crea la interferencia y que tan sólo nos deja una ranura para atisbar, el tiempo dejaría de existir, pues la realidad temporal se percibiera y por tanto se convertiría en la totalidad: pasado, presente y futuro juntos simultáneamente. Esto es inconcebible para nuestra simple conformación psíquica, que hasta ahora, por el desarrollo neuro fisiológico de nuestro cerebro sólo puede establecer puntales de referencia a través de mediciones de intervalos reconocidos o puntos distinguibles en el entorno de espacio o tiempo físico que nos rodea.

¿Qué es el presente? En 1993, un equipo de investigadores japoneses estableció, luego de un largo estudio entre numerosos sujetos de experimentación una medida temporal por la que la inmensa mayoría de los seres humanos percibimos el presente: El presente dura 2.9 segundos. De manera que sólo podemos retener en la mente como presente, una idea, recuerdo o una percepción viso-sonora, u olfativa, gustativa o táctil, por no más de 2.9 segundos. Después de este breve lapso de tiempo esta impresión o percepción se convierte en pasado.

Por muchos años se pensó que todos los sucesos y acontecimientos de la realidad, de nuestra realidad física, una vez cambiados o sustituidos por otros nuevos sucesos y acontecimientos dejaban de existir, permaneciendo sólo en los récords o registros físicos que levantamos, o en la memoria y conforman en la mente humana, un extraordinario caos, como inferimos de nuestra incontrolable vida onírica, nuestros sueños. Se ha venido dando peso a la teoría de que (gracias al Cielo) el pasado de alguna forma queda archivado como si fuera fichas de realidades incontables organizadas de una manera aún inaccesible al ser humano, excepto como recuerdos.

Pero los intentos de entender o visitar el pasado continúan. De las enseñanzas tibetanas de más de tres mil años de antigüedad se conservan los escritos que confirman que los seres humanos desde ya habíamos intuido la existencia o conservación del pasado en forma totalmente ajena a nuestra voluntad o intervención. Le llamaban a esta dimensión o lugar los archivos arcanos. El pasado, según anotaban, permanece intocable por toda la eternidad. Los monjes lamas llegaron a desarrollar una técnica para visitar tiempos pasados de una manera que ellos describían como “semicorpórea”, los ahora conocidos como “viajes astrales”.

Personas de diferentes épocas han experimentado fortuita e involuntariamente fenómenos de desplazamiento temporal al pasado... y también al futuro. Dos damas parisinas que paseaban por los Campos Elíseos, una mañana de 1971, de repente y mientras conversaban sintieron un leve golpe de aire y observaron que el paisaje se ondulaba. No obstante, siguieron conversando y de pronto notaron que todo había cambiado a su alrededor. Los arreglos, árboles y paseos eran totalmente diferentes. Más asombroso aún: los otros paseantes vestían a usanza distinta y antigua. Este nuevo estado de entorno físico real duró casi diez minutos.

En 1978, un padre y su hijo viajaban en su automóvil Volkswagen por una carretera del estado de Mina Gerais en Brasil. Cercanas estaban las nueve de la noche, cuando sintieron ambos una pesadez y el camino se les hizo más lento y empezó a desvanecerse. Casi inmediatamente padre e hijo se percataron que ya no estaban rodando por encima de la carretera, ni encima de ninguna otra parte. Todo se les fue oscureciendo excepto las luces del tablero, pues los faroles no lograban despejar ni advertir nada en la espesa oscuridad que delante, como a los lados ni por detrás permitía distinguir cosa alguna.

Continuaron así, como sintiendo que a pesar de estar sentados en el vehículo éste parecía desplazarse ingrávidamente, con leves, muy suaves movimientos. No daban explicación hijo ni padre a lo que estaba sucediendo, mas no se atrevían a abrir las portezuelas para salir. Hablando de lo que sucedía se encontraban cuando empezaron a distinguir en la lejanía una especie de luz irregular difusa de fulguración más bien rojiza que en el lento flotar, si eso era, del vehículo, al acercarse se tornaron o definieron en muchas, muchísimas luces suaves, de un rojo matizado, que dimanaban de lo que parecía ser ventanas de edificaciones muy altas, muy atrevidas y diferentes, muy extrañas, pues aunque no permitía la penumbra distinguir sus exteriores claramente, sí advirtieron, formas romboidales, cónicas, cilíndricas y trapezoidales invertidas muy hermosas y sugestivas, cual no hubieran visto antes, ni siquiera en cuentos ni fantasías. No advirtieron ni un solo ser viviente, mientras en el más absoluto silencio el escarabajo volante se deslizaba entre los espacios que separaban estas innumerables edificaciones. Luego de esta desconcertante vista, que duraría más de quince minutos, se sumieron los brasileños de nuevo en la oscuridad, por aproximadamente el mismo tiempo en que se encontraron en ella al principio de su insólita experiencia y sin sentir contacto violento, ni roce ni estremecimiento volvieron a verse rodando encima de la carretera, que no pudieron reconocer apropiadamente, ya volante en mano, hasta minutos después, cuando se dieron cuenta que se encontraban en una sección, ¡300 kilómetros más adelante! El total de la experiencia ingrávida duró, a su medición de relojes unos 30 minutos, por lo que el Volkswagen, cuyo odómetro marca solo 120 km/h, debió moverse para llegar allí a unos ¡seiscientos kilómetros por hora!

Se pueden contar por cientos las historias y testimonios documentados de fenómenos que ya empiezan, a la luz de las nuevas teorías a pasar, de lo misterioso-paranormal al plano de hecho científico. Como ejemplo de estos estudios son los casos por los que un acontecimiento muy feliz o muy desafortunado, en alguna casa, estancia o lugar se repite incesantemente, con imágenes y hasta sonidos y los testigos que los han presenciado, totalmente ignorantes de lo allí antes sucedido, describen la experiencia sobrenatural, que no es más que una imagen residual, una de las muchas repeticiones de un pasado tan intenso que ha podido fijarse, impregnarse allí, en el contexto espacio-temporal.

El editor de la película “Tres Hombres y Un Bebé” (“Three Men and a Baby”, (Touchstone Pictures-Silver Screens-Partners III, 1987) se extrañó al advertir en el revelado la presencia de un niño de unos diez años observando de frente a dos actores, cuando uno de ellos, haciendo el papel de un solterón, a cargo de un bebé junto con dos amigos igualmente alérgicos al matrimonio, estaba en el apartamento de su madre conversando o discutiendo con ella sobre la posibilidad de casarse con la mamá del bebé, que por razones forzosas había dejado al cuidado de los tres. Se desplazaban Ted Danson y la señora en el apartamento utilizado para esta filmación. El editor llamó al Director de la película, mostrándole la escena, que había sido, como todas las demás, preparada cuidadosamente, asegurando el espacio en completa privacidad con los encargados de seguridad, camarógrafos y asistentes de filmación. No había forma posible de que en esta toma en la que, detrás de las cámaras y alrededor había dieciséis personas trabajando y supervisando, pasara inadvertido el niño de cuerpo entero, que mostraba los ojos algo expectantes, alegres. Algo curioso: a medida que la filmadora giró para tomar de continuo el desplazamiento de los actores y enfocar un nuevo ángulo, el muchacho seguía siendo filmado todavía dando el frente al lugar donde originalmente fue captado, lo más parecido a una imagen bidimensional, sin movimiento.

Investigando con propietarios y vecinos, descubrieron que pocos años atrás había vivido con sus padres allí un niño de unos diez años, que había fallecido al caer de una ventana de ese apartamento, ubicado en un piso alto. ¡Precisamente el niño que aparecía inesperadamente en la toma!

Con esto tal vez pueda dar algo de respuesta a la pregunta que con sabia curiosidad hiciera mi madre “¿A dónde va el pasado?” sabiéndola poseedora, quizá en mayor medida, de ese secreto que nos elude, al relatar un fragmento de una vieja poesía que de joven ella escribiera:

El tiempo no pasa, pasamos nosotros / en la caravana de los largos días / y pasan las horas que no tienen rostro / y nadie sabe a dónde se irían./ Nacen las auroras, mueren los ocasos / en el lago abstracto de la mente humana / pero nada existe, ni tiempo ni espacio / lo ha creado el hombre y vuelve a la nada.