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A la sombra del manzano

Aquí, bajo la sombra de mi mata de manzanas, tomándome un café y leyendo Tradiciones Mocanas, un libro con relatos de Don Elías Jiménez y editado por Cultura, soy feliz. Esa felicidad que a pedacitos y de tiempo en tiempo nos regala la vida. Por eso, este momentito quiero compartirlo con mis lectores. (Sssshhh, si algún mocano quiere el libro, póngase en contacto con el Ministro, también mocano de origen y nacimiento.) Pues como les iba diciendo, esa mata es un amor. Cuando compramos esta casa, era invierno, y al llegar la primavera nos dimos cuenta que el jardín, el patio y las cercas que nos separan de los vecinos, estaban llenas de árboles frutales, de margaritas, rosas, claveles, lirios y muchas otras más, y al lado de esta mata de manzanas, una de cherry. Brotaron sus flores primero, y días después, ambas se abrazaban en un arco como si de un velo de novia se tratara. Así es aquí, las flores primero, porque el verano tiene con sus días contados.

Ahí nos reunimos los fines de semana. Invitamos amigos, venezolanos, mexicanos, colombianos y por supuesto a los vecinos norteamericanos, y a algún dominicano, de los pocos que hay aquí. Pero... ¡Oh, sorpresa! Una llamada para contactarnos, y llegó Ramón Colombo. Otra alegría que me dio la vida. Tenía mucho tiempo sin verlo, aun cuando nos comunicábamos por email, y allí, en El Rincón de los Borrachos, como lo dice una placa que le ha puesto mi hijo, bajo esa mata de manzanitas alegres y amorosas, conversamos de lo divino y de lo humano. Y como dice la canción: “Gracias a la vida que me ha dado tanto...”. Porque así es la felicidad, pedacitos, momentos, encuentros, conversaciones con amigos y compartir lo que se tiene.

Bajo la sombra del manzano, pienso, medito, converso conmigo misma, recuerdo pasados momentos, unos buenos, otros no tan buenos, y me regodeo oyendo el canto de las aves, a las que alimento para que vengan muy de mañana y al atardecer a alegrarme con sus aleteos. Desde ese lugar que quiero tanto, converso por teléfono con amigas, les cuento de mí, le pregunto cómo están, en fin, una visita telefónica, ya que la distancia no permite de otra. Ojalá, además de esos árboles queridos, pudiera tener uno de aguacate y otro de guayaba, pero aquí eso no es posible, ya en octubre llega el frío. Por eso, atesoro cada día de verano y lo vivo con intensidad como si de un regalo del cielo se tratara. ¡Ah, y otra cosa! Tiendo la ropa al sol, aunque alguna vez un pajarito hace caca o una ardilla se hace pipí sobre ella, y yo salgo con escoba en mano, a espantarlos.

Mi sueño, ya lo he dicho era retirarme a vivir en Jamao, en una casita de tablas de palmas, con galería y mecedoras, muchas flores, una mata de guayaba, otra de aguacate y alguna de cerezas, un par de gallinas, un perrito callejero, un gatito barcino, pero una cosa piensa una y otra el destino. Y estoy aquí, contenta, con mi jardín y mis manzanas. Pero como dice la canción “aunque he sido feliz, pienso en ti.” En mi país y en mi gente.

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