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Bernardo o el diario de las revelaciones

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Bernardo o el diario de las revelaciones
Bernardo Vega

A los ocho años de edad, Bernardo Vega laboraba en la fábrica de bloques de la familia Menicucci, instalada en Gurabito, Santiago, con un jornal de diez centavos diarios. Allí, aprendió a manejar el barro y, en este oficio, le encargaron confeccionar las olivas que adornan la serpentina floral del ángel de la paz que corona el Monumento a los Héroes de la Restauración. Nunca ha podido verlas de cerca por la altura en que se encuentran, pero nadie podía suponer, hasta ahora, que en el cogollo de la edificación símbolo de la Ciudad Corazón está la primera, y única, obra artística del reconocido historiador y economista.

Tres años después, cuando Bernardo tenía once años, inició sus estudios en Inglaterra, una etapa formadora que influenciaría luego toda su vida. Su padre, Julio Vega Batlle, el autor de Anadel, había sido designado embajador en Londres y aquel nuevo destino –como los otros muchos que tuvo y tendría, dentro y fuera de la geografía dominicana- marcarían su trajinar humano, social y profesional. “Vivíamos en el barrio más aristocrático de Londres, Eaton Square, en una casa alquilada a la viuda de Neville Chamberlain, el desacreditado Primer Ministro inglés. Su biblioteca había quedado en la casa y mi padre la escudriñaba buscando las raíces de su actitud conciliadora hacia Hitler”, escribe Vega en el primer volumen de sus memorias, pactadas a cinco, donde las revelaciones sobre su trajinar vital se instalan en cada página, sorprendiendo al lector y permitiendo conocer la verdadera argamasa con la que se construyó la vida y trayectoria de esta relevante personalidad de la vida pública dominicana de los últimos decenios. Desde sus padres hasta su austera educación inglesa, desde sus recuerdos infantiles y su paso por el colegio de La Salle hasta el nacimiento de sus inquietudes políticas, Bernardo Vega desbroza un caudal de noticias personales e íntimas, alrededor de las cuales están también las andanzas de muchos conocidos. Bajo un esquema casi telegráfico –cortante, a saltos, como si a veces no quisiese sacarle filo a la buena memoria–, donde en no pocas ocasiones al lector minucioso se le habrán de quedar sobre la página una que otra interrogante, el autor desgrana su paso por la vida en medio de aconteceres que, tal vez, muy pocos dominicanos han vivido. Como el tiempo en que estudiando en una escuela de monjes benedictinos en Inglaterra, pasada la Segunda Guerra Mundial, tenía que recoger papas en los sembradíos del centro escolar debido a la falta de mano de obra como consecuencia de los miles de hombres que perdieron la vida en la conflagración.

“La mayoría de los niños tenían caja de dientes, las veía en los lavamanos cada mañana, pues la escasez de leche durante la guerra les había afectado”, anota Vega en un pasaje estremecedor de su vida preadolescente.

Cuando se reinstaló en Santo Domingo y no quiso seguir acompañando a su padre en su periplo diplomático, Bernardo y su hermano Wenceslao –hoy también un notable historiador– conociendo ya la verdadera dimensión del gobierno trujillista, cerraron filas en conciliábulos contra el régimen. En algún lugar habrá de explicar que muchos de los hijos de destacados funcionarios de la dictadura cuando alcanzaron la mayoría de edad comenzarían a rechazar las ideas políticas de sus padres. Concluidos sus estudios secundarios, ante la negativa silente de Trujillo de concederle una beca para estudiar en el exterior, su padre vendió una finquita que tenía en la Junta de los Dos Caminos, en Santiago, y Bernardo salió hacia Estados Unidos, matriculándose en el prestigioso Wharton School of Finance de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia, de donde vino convertido en el primer economista dominicano, en tiempos en que esa profesión era totalmente desconocida en nuestro medio.

En el país, decidido a no trabajar para el régimen, obtuvo un puesto en Pedernales, en la mina de bau xita que explotaba entonces la Alcoa. Su jefe allí fue un puertorriqueño, Félix Caolo, padre de la que luego sería la esposa del prominente intelectual Federico Henríquez Gratereaux, quien para entonces era considerado un joven prometedor porque vendía bacalao y arenque para la Preetzman Aggerholm, un negocio propiedad de Máximo Pellerano que se ubicaba en la calle El Conde. Es desde Cabo Rojo donde Bernardo Vega comienza a llevar un diario de los acontecimientos que vivía el país durante la época final de la dictadura. Lo construyó recortando las noticias que aparecían en El Caribe y en otros periódicos de la época y haciendo algunas anotaciones al margen. Esos recortes los guardó en una caja y con ellos ha escrito ahora este diario –con fast forward incluidos–, escritura que se constituye en el centro de la narrativa que el autor levanta como nervio vital de su autobiografía. En su observatorio político, en la más completa confidencialidad, Vega va recogiendo las reseñas de su diario clandestino desde su “triste y monótono campamento de Cabo Rojo”, donde nada había que hacer después de cenar y desde donde viajaba cada quince días a Santo Domingo para enterarse de los acontecimientos. Lo inicia en enero de 1960 y lo concluye en enero de 1962, forjando en el hoy con las miras del ayer el episodio central de estas memorias donde las revelaciones son tantas y tan diversas que obliga a un abordaje a profundidad en las aguas procelosas de esos mares desbordados de los días aciagos de finales del trujillato. Son las miras de un “testigo a distancia de los últimos veintitrés meses de la dictadura de Trujillo”. Este primer volumen concluye con un repaso crítico sobre el Consejo de Estado, en cuyo gobierno laboró en el área económica.

Para escribir unas buenas memorias hay que despojarse de miedos, prejuicios, ambivalencias y acomodamientos. Y acusar valentía. Bernardo Vega cumple cabalmente con esta norma. Las suyas, que apenas comienzan, constituyen un paseo vigoroso y fluido por su historia personal y por la del país de su mocedad y de su preadultez. No se la pierdan.

“Intimidades en la era global. Memorias de Bernardo Vega de Boyrie. Tomo I. Los años formativos. Fundación Cultural Dominicana, 2016 / 326 pp.

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