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Con abundancia de razones

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Con abundancia de razones

Anda el presidente norteamericano por el Lejano Oriente en estos últimos días primaverales, en un esfuerzo encomiable por imprimir un significado histórico a su gestión de dos períodos en los meses que le restan al frente del país más poderoso de la tierra. Se le agotan el tiempo y la capacidad de maniobra en la Casa Blanca y prefiere darle la vuelta al mundo y quizás también a políticas ajadas que, como el bloqueo a Cuba y la guerra en Vietnam, mueven a pensar si los norteamericanos son imbéciles.

Contrastar culturas, geografías, paisajes urbanos, tradiciones e historias es pasatiempo que enriquece y convierte los recuerdos en un presente constante e inagotable. Anima ese espíritu inquisitivo que llevamos dentro todos, colocados a voluntad en un aula a la medida en la cual somos alumnos y maestros, con nuestras propias reglas y didáctica. Pasatiempo he dicho, y con el término no resto méritos ni importancia a un quehacer espontáneo que nos remonta a las bondades de la multiplicidad humana, a las tantas interpretaciones posibles para un mismo fenómeno y que, en fin, también muestra la grandeza o pequeñez de que estamos investidos. Al comparar y extraer conclusiones, simultáneamente apreciamos en una dimensión más apropiada lo que parecía carente de lógica. Querámoslo o no, estamos marcados por la idiosincrasia, y el punto de partida para entender al otro y lo otro es el yo y sus circunstancias.

Parada importante en el periplo actual del Obama que toma vacaciones de la estulticia en política exterior es Hiroshima, donde el horror de la primera explosión nuclear incubó la aversión, insuficiente, a las armas de destrucción masiva. Podría antojarse contradictorio que el presidente del país progenitor de la bomba que aniquiló a miles de japoneses en menos tiempo del que toma una de las barrabasadas de Donald Trump visite el hogar de la tragedia, mas no lo es. La superposición de realidades y aprehensión de cuánto importa el pasado en la determinación del presente y futuro constituyen la ruta más fácil para escapar de la trampa del pretendido monopolio de la verdad. Porque el resultado final del ejercicio deviene comprobación de que hay otros mundos válidos allende al nuestro, con normas que obedecen a razones propias y que, aunque extrañas, informan valores ante los cuales se precisa una inclinación respetuosa. La universalidad en el hombre transita por la aceptación de que en la diversidad estriba una gran riqueza –inasible para el estólido–, la cual potencia la creatividad y llena de sentido la vida.

Tostones en La Habana, tango en Buenos Aires. Calor y lluvias caribeños en Cuba y temperaturas otoñales en Argentina. Unas pocas semanas en el Washington que huele a campaña electoral por doquier, y de nuevo al Air Force One para cruzar la vastedad del océano en cuyas orillas países milenarios protagonizan historias de éxito y encuentran en modelos políticos y económicos diferentes respuestas a problemas que también cargan años en exceso. De Pacífico, el nombre.

Obama trae Hiroshima y la reconsideración de Vietnam al hervidero mediático y la atención mundial en un instante emblemático del calendario norteamericano: Memorial Day, el día del recuerdo, designado per saecula saeculorum el último lunes de mayo para revivir el aporte de quienes cayeron en combate. Detalle importante, porque sin necesidad de la inclinación de testa que con tanta insistencia y asiduidad reclaman chinos y coreanos a Japón, este mulato manufactura de ADN cultural y genético encontrados reinterpreta la historia. Aliados y rivales sufrieron por igual las consecuencias de la vesania bélica, y es el recuerdo que debe primar para beneficio de esta y todas las generaciones futuras.

La teoría de la selección de las especies no excluye al humano. De ahí que clima, ambiente y fenómenos naturales influyan el carácter y la fisonomía. El comportamiento de un esquimal no es el mismo de un caribeño; hasta las emociones están condicionadas por la ferocidad o la templanza de las temperaturas. Japoneses y vietnamitas adscriben su modo de pensar y vivir a otras culturas, tradiciones y desarrollos. No hay diferencia, empero, en el sufrimiento y el dolor. A todos afectan las consecuencias de guerras en las que, de intentar establecerlas, las responsabilidades necesariamente se reparten de manera desigual. En el relato del Japón imperialista hay capítulos extensos de barbarie, de crueldad extrema y racismo elevado a la enésima potencia. Vietnam es la víctima propicia, la pieza codiciada en un ajedrez político del que han desaparecido los colores encendidos de la ideología para asimilar el tono del final de la historia a lo Fukuyama, regalo de origen japonés a la academia norteamericana.

La vieja teoría del dominó político quedó relegada a los libros de texto. En la nueva, que se desarrolla en términos de alianzas comerciales regionales, preferencias arancelarias y libertad de movimiento para bienes y servicios, Vietnam tiene la ficha del tranque en el Sudeste asiático. El mandatario norteamericano busca el empujón final al Trans Pacific Partnership (TPP), Acuerdo Transpacífico, para tender un cerco comercial a China. Las repercusiones se sentirán en las zonas francas dominicanas y el ojo al Cristo ya fue lanzado.

Obama salió ileso de su excursión culinaria en un callejón de Hanoi, donde décadas atrás caían bombas made in usa en cantidades industriales. Comió bun cha con palitos y bebió cerveza vietnamita como un asiático más, pero en compañía de otro norteamericano, el chef-cum-celebridad televisiva Anthony Bourdain, el mismísimo que se atrevió con los chicharrones de Villa Mella y los comederos del Pequeño Haití en contornos de la avenida que también lleva el apellido del tercer patricio. Las bombas vinieron del cielo pero es en tierra donde contaminan los bellos paisajes del Vietnam reunificado y aún son letales. Luego de terminada la guerra, más de cuarenta mil vietnamitas han perecido a causa de estos artefactos de muerte que no explotaron en su tiempo y que ahora toman desprevenidos a humildes campesinos, jóvenes, viejos o chicos.

Estados Unidos es un continente, una mezcla de trópico y temperaturas extremas con cuatro zonas horarias (Hawai incluido), decenas de etnias y donde cercanía y lejanía encajan como consideraciones mentales. Para acercar distancias, Vietnam colocó un pedido de cien aviones norteamericanos Boeing por un valor estimado de 11.300 millones de dólares. Por su parte, Estados Unidos le reabrió la venta de armamentos al país al que ahora preocupan las políticas expansivas de China, su aliado de cuando el dominó se jugaba de otra manera. Y todo durante la visita de Obama, la primera de un mandatario norteamericano. Intervenida dos veces en un siglo por los Estados Unidos, la República Dominicana no registra huésped tan distinguido en su libro del alto protocolo.

Hiroshima y Nagasaki son heridas abiertas en el cuerpo social del Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial. Como tales, se las mantiene a resguardo. Lo entendí hace dos décadas cuando en ajetreos periodísticos conocía el archipiélago nipón de la mano oficial. Había sugerido incluir una de esas dos ciudades en la agenda y nunca obtuve respuesta. Fue más fácil satisfacer otra de mis peticiones, una gira por proyectos de granjas marinas de camarones en unos lugares apartados cuyos nombres no recuerdo.

En una disposición muy discutida, el parlamento aprobó el año pasado una ley que permite el envío de tropas al exterior. De inmediato se levantaron en contra numerosas voces por entender que viola el pacifismo consagrado en el artículo 9 de la Constitución nipona. Sin esa reforma, la industria armamentista japonesa no tiene posibilidades de imitar el éxito de la automotriz. Curiosamente, la patria de Obama, con tropas en 74 países, hoy es más militarista que Japón en una vuelta de la historia que envuelve a Hiroshima. La guerra del Pacífico estaba perdida y la caída de Tokio se daba ya como un hecho. El costo, sin embargo, sumaba números prohibitivos en términos de bajas aliadas a juzgar por la disposición japonesa a defender con denuedo y hasta el último soldado el suelo nativo, comprobado ya en Okinawa. La invasión soviética de Manchuria, en manos del Imperio del Sol Naciente, y el bombardeo atómico de las dos ciudades en agosto de 1945 doblegaron el ánimo combatiente nipón. Llegaba el final del expansionismo asentado en un militarismo parte ya de la cultura. Doloroso pero una probabilidad, la destrucción de esos dos asentamientos urbanos sirvió para salvar vidas y, en alguna medida, la infraestructura física sobre la cual se ha levantado el milagro japonés. Ciertamente, en Hiroshima y Nagasaki solo murieron japoneses, civiles la mayoría.

Contrario a Japón, en Estados Unidos, la tradición, usos y costumbres son otros. Hay un esfuerzo evidente para colocar al soldado en un aparte ciudadano, acreedor del reconocimiento público y sacrificado servidor del bien colectivo. En los aeropuertos, por ejemplo, de tiempo en tiempo se escucha un anuncio público que invita al militar en uniforme a disfrutar de lugar preferencial en las colas para abordar los aviones y cumplir los requisitos de seguridad. Algunas aerolíneas los aceptan gratuitamente en las salas para viajeros importantes y les permiten más equipaje adicional.

Las campañas de reclutamiento resaltan el valor de los militares y siembran la idea de que el uniforme viste a seres extraordinarios de quienes depende el resto del colectivo. Hay pegatinas en los coches a tono con el ritual de elevación de lo castrense, y aunque los conflictos sean objeto de las más variadas interpretaciones y críticas, quienes los viven armas en mano están por encima del error en la decisión de enviarlos al peligro por causas que la mayoría ciudadana estima estériles. Sorprende el número de horas que canales especializados dedican a reportajes sobre las guerras mundiales, la estrategia y armamentos empleados. Los expertos e historiadores discuten esos conflictos como si fuesen acontecimientos recientes. Una y otra vez se revive la ofensiva norteamericana en el Pacífico, el desembarco en Normandía y la marcha de los blindados hacia el corazón industrial de la Alemania nazi.

Y así es el mundo, el que conoce y desconoce Obama. Una lección a cada paso, y verdades que son de otros y el respeto a ellas, nuestro.

adecarod@aol.com