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Con Yupanqui en el Museo

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Con Yupanqui en el Museo
El folklorista argentino Atahualpa Yupanqui a su llegada al Museo del Hombre Dominicano. Le acompaña el director general de la institución, licenciado José del Castillo (1972).

Esta semana recibí una de las sorpresas gratas que suele deparar Facebook. El buen amigo lasallista Américo Mejía Lama –quien cuenta con nutrido archivo artístico- subió a su muro una foto que muestra la llegada de Atahualpa Yupanqui al Museo del Hombre Dominicano, acompañado de su director de entonces, José del Castillo. Fue el 20 de septiembre de 1982, en ocasión de la primera visita que realizara al país este “payador perseguido” que frisaba los 74, a quien había conocido en los años 60 en Santiago de Chile, cuando se presentó en recital magistral en el Teatro Municipal.

Amante del folklore sudamericano y de la guitarra –que cultivaba con esmero de orfebre mi querido tío Mané Pichardo Sardá, autor de un Rapi-Método patentado en México-, yo había adquirido una en la capital chilena junto con un manual de aprendizaje. Entre las lecciones figuraban Caminito del indio –“sendero colla sembrao de piedras/ Caminito del indio/ que junta el valle con las estrellas”- y Luna Tucumana –“compañera de los gauchos/ en la senda del Tafí”-, composiciones primerizas del cantautor argentino.

Atahualpa vino contratado por el empresario César Suárez. En rueda de prensa celebrada en La Posada, en el Malecón, el hombre se había molestado ante una pregunta de Francisco Álvarez Castellanos, requiriendo su opinión sobre la censura que los militares argentinos le impusieran a Mercedes Sosa. Yupanqui, residente en París, reaccionó de mala gana y dio por terminada la sesión. Yo había llegado justo a tiempo cuando se produjo el incidente y le acompañé a la salida del recinto. Me dijo “que un petizo de la prensa le había importunado con una pregunta sobre la Tucumana, la Negra Sosa, quien había dicho inconveniencias sobre los milicos” de su país.

Hice provecho de la oportunidad para acompañarle al hotel e invitarle a sostener un conversatorio en el Museo del Hombre Dominicano acerca de su trayectoria como investigador y cultor del folklore, clave en el desarrollo de su vida artística y su rica obra en la canción de autor. La idea le gustó y me dijo que en principio aceptaba. Tres cosas me pedía como condición: no quería grabadoras a su alrededor, flashes de cámaras de periodistas y mucho menos filmaciones. Le indiqué que solicitaría a la Radio Televisión Dominicana que filmara el encuentro sólo para fines de récord, a lo que accedió a regañadientes. Todo pactado. No habría actuación musical.

En velada social en casa de Milagros Ortiz Bosch previa al conversatorio, su manager griego, Papaleo, intentó reversar el trato, aduciendo que estaban hartos de que piratearan las actuaciones de Yupanqui, sacándoles provecho comercial. Sin embargo, el Viejo Ata me ratificó el compromiso. “Yo le he dado mi palabra al caballero y la voy a cumplir”, le expresó tajante al griego. Y así fue, puntual y pulcro llegó nuestro invitado al Museo para compartir una noche memorable, con lleno de público.

Habilitamos la Sala de Folklore y Religiosidad Popular, en la tercera planta, para realizar la actividad. Una pequeña tarina y sobre ella dos sillones con brazos para acoger a cada tertuliante y en medio una mesita con sendos vasos de agua y una jarra. Al arribar, a punto de sentarnos, mientras los aplausos de bienvenida resonaban, Yupanqui observó que el piso de la tarima había sido invadido por las grabadoras portátiles de los periodistas, al tiempo que los flashes de los fotógrafos disparaban inclementes, deslumbrándolo.

Fue cuando –en intento de fuga- reaccionó molesto y me espetó: “Pero, che, esto no es lo que habíamos hablado. Yo me retiro”. Raudo, le tomé firme por el brazo y le dije: “Usted no me hace eso”. Le pedí a los periodistas que retiraran las grabadoras y a los fotógrafos que cesaran los disparos de luz para poder iniciar el acto. Ya más tranquilo, todavía divisó la cámara de RTVD y me expresó: “¿Y eso?”. Le reiteré que era la televisora estatal, sólo para récord del MHD.

Superados los previos, la tensión cedió y la noche discurrió espléndida. Hice una breve presentación del personaje y su obra, indicando que “su poesía, su mensaje, su canto, habían servido de vehículo de comunicación a nuestros pueblos”, tal como reseña la prensa. La idea consistía en desarrollar un intercambio coloquial ameno a partir de una pauta temática convenida, ofreciéndole a Yupanqui el mayor tiempo para que contara sus experiencias, expresara sus opiniones como exponente señero del folklore americano y de la canción de autor con sentido.

Se definió como “un tonto romántico” dedicado por más de 40 años a estudiar las tradiciones de su país –que recorriera palmo a palmo para desentrañar sus raíces y aprender de sus aires, paisajes, cantos y silencios- y de otros visitados en su rodar por el mundo. Apuntó que como investigador nada le había sido más difícil “que penetrar en el silencio del indio” (algo que le sucedería al Che en su incursión guerrillera en Bolivia).

Refirió que en su hogar se acostumbró de niño a oír tocar guitarra, mandolina, violín, instrumentos que aprendió. En su casa, con el tío Gabriel, conoció el oficio del gaucho y su cultura. Del padre supo que no debía tener amigos tontos, sino inteligentes, bien despiertos, pero cuidarse de éstos. La pieza fílmica de este memorable encuentro se esfumó como por arte de magia y nunca llegó al Museo.

Ese día, en la mañana, Yupanqui fue recibido en el Palacio Nacional por el presidente Jorge Blanco y su esposa Asela Mera, introducido por Hatuey Decamps, acompañado por Milagros Ortiz Bosch, Aida Bonnelly y Haydée Kuret, ambas funcionarias del Teatro Nacional, donde se presentó en sendas funciones el 21 y 22 de septiembre a sala llena. Tanto la UASD como el Museo del Hombre le extendieron sendos diplomas de honor que hoy figuran en el Museo que la Fundación Yupanqui mantiene en Agua Escondida, Córdoba.

Atahualpa Yupanqui retornaría al país en dos nuevas oportunidades, 1984 y 1989, con actuaciones en el Teatro Nacional y en el Palacio de Bellas Artes. Para desplegar su arte limpio y contundente. Expresión de una digitación firme de la guitarra que este zurdo tocaba con destreza. De un canto poblado de historias ciertas, fraguadas en las soledades de la pampa donde el viento silba melodías y la guitarra despena el alma. Extraídas del dolor antiguo de los pueblos originarios, con sus parches sonoros en redoble y sus quenas quejosas. De la propia biografía del payador perseguido, del militante político multifacético, del filósofo de la vida que va en su ir y venir trazando ruta.

De ese artista inmenso que formuló las preguntitas sobre Dios, respondiendo: “Mi abuelo murió en los campos,/ sin rezo ni confesión/ Y lo enterraron los indios,/ flauta de caña y tambor”. De libre estirpe: “Yo sé que muchos dirán/ que peco de atrevimiento/ si largo mi pensamiento/ pal rumbo que ya elegí,/ pero siempre hei sido ansí;/ galopiador contra el viento”. Filósofo: “¿A qué le llaman distancia?/ Eso me habrán de explicar./ Sólo están lejos la cosas/ que no sabemos mirar”. Quien iba andando y cantando, que era su forma de alumbrar.

El 82 estuvo cargado de visitas distinguidas. Sinatra y Carlos Santana inauguraron el Anfiteatro de Chavón. El presidente López Portillo hizo lo propio con el Monumento a Montesinos donado por su gobierno con charla magistral sobre este precursor de los derechos humanos, de cuya comisión coordinadora formé parte. Se me escapó la Madre Teresa de Calcuta, recibida por el arzobispo López Rodríguez y don Andrés Dahuajre, un fiel devoto. Días felices.