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Cuando se llamaban paquitos

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Cuando se llamaban paquitos

Al presente zumbido inexorable, indetenible de la era digital con tan novedosos, más nítidos, claros y veloces medios personales de comunicarnos en imagen y sonido con nuestro entorno, es difícil imaginar para las generaciones nacidas después de 1980 que sus padres, abuelos, bisabuelos y aún más atrás hayamos sido beneficiarios de un entretenido recurso educativo e instructivo que naciera en el siglo XIX en que por medios impresos a tinta se nos narraban historias reales o ficticias a través de imágenes casi siempre dibujadas y coloreadas acompañadas de diálogos que facilitaban la comprensión y la ilación de la historia.

Recibiendo diferentes nombres, de acuerdo a la cultura popular y editorial, tales entretenimientos, encantadora introducción universal al conocimiento, del ancho mundo y la vida desde la más temprana edad en que nos alfabetizábamos, recibieron en el continente diferentes nombres: Historietas Ilustradas, en México y Guatemala, Cómicos, en Sudamérica, Comiquitas en Cuba y Puerto Rico, Comics, en los Estados Unidos y Canadá y paquitos en nuestra República Dominicana.

Este valioso complemento formativo constituyó por mucho tiempo un auspicioso preámbulo o sala de recibo que permitía acceder eventualmente a lecturas de grandes obras literarias y clásicos más completos y complejos que nos proporcionaban los libros y las obras de texto de estudios de nuestra formación de bachillerato y universitarios.

Tan variados y ricos como la imaginación eran los paquitos que llegaban al país, tanto con dibujos caricaturescos como de figuras humanas más reales que ansiosos, niños y adolescentes –y por cierto muchos adultos- esperábamos, buscábamos y leíamos con gran deleite.

¿Como olvidar las ocurrencias y travesuras?... de la Pequeña Lulú, con Toby, Anita, Fito y los miembros del Club donde ingenua e inútilmente rezaba un letrero “no se admiten mujeres”, los engaños del taimado pajarraco en La Zorra y El Cuervo, con su baúl de “disfraces para toda ocasión”, las inefables Historietas de Walt Disney, con Mickey Mouse, el avaro tío Rico Mc Pato, y los Chicos Malos, S.A. siempre detrás de su dinero, el distraído Inventor Ciro Peraloca y sus locas novedades, la mascota Pluto, el no muy inteligente Tribilín, la bella novia de Mickey, Mimí y Clarabella, el temperamental Pato Donald y sus sobrinos y la hermosa pata Daisy, las apasionantes aventuras de Superman, todas pletóricas de tramas ingeniosas, que contenían trasfondo ético, alguna enseñanza moral, aún con su genial comicidad y, más que nada con diálogos impecables en ortografía, propiedad, corrección y sintaxis que con facilidad y casi inconscientemente absorbíamos a la par con los novedosos léxicos, nuevo vocabulario que se nos hacía claro a la luz de las imágenes que le acompañaban,

Recuerdo cómo niños, y adultos, ávidos comprábamos regularmente en la Librería Amengual de El Conde y en varias librerías de la Duarte y La Av Mella los últimos números que llegaban de nuestros paquitos favoritos, de los que éramos, así lo puedo ver ahora, no sólo lectores, sino mas bien lecto-veedores.

iQué manera más ingeniosa de instilarnos conocimientos con placer y entretenimiento, cuando aprendíamos, sobre historia, geografía, vidas, mitos y leyendas cuando lecto-veíamos las ‘Vidas Ilustres’, ‘Leyendas de América’, ‘Vidas Ejemplares’, ‘Joyas de la Mitología´, entre muchas otras fascinantes series. Los rincones de las casas, y patios; el banco de un parque, cualquier lugar, fuera la cama o una acera, siempre que tuviera algo de luz, era más que suficiente para entregarnos a las historietas.

Los clubes informales de coleccionistas y lectores de paquitos se multiplicaron geométricamente a partir de la década de 1950. En Santo Domingo y las principales ciudades y pueblos del país, con el propósito de intercambiar ejemplares o de prestarse sus números a cambio de otros. Eran también un medio de hacer nuevos amigos y acercarse a las que aspirábamos que llegaran a ser noviecitas.

No pocos buenos escritores dominicanos, y podía decirse que de Latinoamérica, galardonados y premiados a lo largo de los primeros tres cuartos del siglo XX, privilegiaron su culturización precoz y favorecedor inicio en el idioma a través de los muchos y variados paquitos, que, pese a la presencia en nuestro país, de la televisión desde 1952, del cine desde la segunda década del siglo XX y la existencia consuetudinaria de emisoras de radio, desde poco antes de 1930, constituían el medio más económico, transportable, privado y accesible de entretenimiento sano disponible en el país y en general, en el continente.

Las grandes editoriales de América, incluyendo la gigantesca Marvel Comics, de EE.UU. las Editoriales ER –Ediciones Recreativas y SEA, que luego se fundieron en la formidable Editorial Novaro en México, la Editora Atlántida de Argentina con su muy conocida revista Billiken, que también traía artículos y otros entretenimientos para niños y jóvenes, la más famosa y conocida en Latinoamérica, fundada por Constancio C. Vigil, constituyeron los puntales de revistas e historietas ilustradas que conformaron el imaginario cultural e idiosincrático colectivo de gran parte de la población americana.

México dio también un gran salto adelante en la búsqueda de sus propios héroes y mitos con las fotonovelas de El Santo, El Enmascarado de Plata, y de un especial y admirado personaje que robó el corazón de los amantes de historietas en Santo Domingo y toda Latinoamérica: Chanoc, con sus Aventuras de Mar y Selva y el travieso y gracioso Tsekub Baloyán. Muchas de las frases idiomáticas y jerga autóctona mexicana de la época se permeó a otros países del continente a través de estas interesantes ficciones.

La presentación de los paquitos –no importa dónde se imprimieran– era bastante homogénea: 32 páginas más cubierta de portada y contraportada satinada, de tamaño 7 ½ por 10 pulgadas en papel periódico con casi siempre mayor compresión, mostrando cada página de 6 a ocho recuadros de imágenes y diálogos. En ocasiones las editoriales publicaban super-historietas, de 96 páginas, que eran todo un festín para los lecto-veedores.

Todos los periódicos incluían tiras cómicas, costumbre que perdura en muchas cadenas periodísticas de Estados Unidos y México, que constituían lectura diaria y devota por todo público en nuestro país. Muchas de estas tiras eran de producción y creación netamente hispanoamericana, como las argentinas, de El Doctor Merengue, con su doble personalidad de caballero correctísimo y alter ego, terrible y mundano; el sin par Avivato, con sus “avivatadas”, talentosas para sacar provecho y ventaja de todos los que le rodean; Don Fulgencio el adulto serio, que no podía ocultar su alma infantil y juguetona; Doña Tremebunda, singular mujer de edad mediana y pecho de acorazado que a fuerza de su intrepidez y poco tacto se salía siempre con las suyas y la continental niña Mafalda, con sus geniales reflexiones profundas y humorísticas acerca de las absurdidades de los adultos, los gobiernos y la vida en general.

México no se queda atrás con sus tiras y paquitos de Hermelinda Linda, una horrible simpática bruja; Petronila, una joven mexicanita, de poca estatura, que trabaja en una casa de familia poniendo a sus empleadores en apuros, y a veces salvándolos. Los ya pasados meridiano mucho extrañamos estas pequeñas dosis diarias de humor y entretenimiento que ya no aparecen en los periódicos dominicanos.

Mundo feliz, el de los paquitos: Aventuras y conocimientos en los que recreábamos las realidades de otros tiempos, vivíamos la historia y vida de singulares o diferentes personajes en los primeros asientos de nuestras manos y ojos, nos entreteníamos, y reíamos a bocajarro con tantas ocurrencias de personajes ficticios, pero muy reales que comparto en recuerdo con mi generación y aspiro a que de ellas quede alguna reminiscencia perdurable en los maravillosos seres que nos continúan, objeto de nuestro amor para que, con afecto las conserven, conjuntamente con las novedades que nos siga deparando el futuro.