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Danilo Medina y el discurso histórico positivo

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Danilo Medina y el discurso histórico positivo
El presidente Danilo Medina. (FUENTE EXTERNA)

Pablo de Tarso camina entre los monumentos de Grecia y alcanza a ver una inscripción grabada sobre uno de ellos que reza: “Al Dios desconocido”. Se sorprende del hallazgo y cuando llega al Areópago, en su afanoso apostolado de conversión de infieles, dirige un valiente discurso a los habitantes de Atenas: “Ciudadanos atenienses, echo de ver que ustedes son casi nimios en todas las cosas de religión, porque al pasar, mirando yo las estatuas de sus dioses, he encontrado también un altar con esta inscripción: Al Dios no conocido. Pues ese Dios que ustedes adoran sin conocerle, es el que yo vengo a anunciarles”. Pablo continuó esbozando las características del Dios cristiano, haciendo mención de la tradición poética griega para convencer a su auditorio de que ellos, los griegos, eran del linaje o descendencia del mismo Dios, “porque dentro de él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 22-34). Algunos se burlaron de aquel culto apóstol, pero otros muchos se convirtieron y Pablo dejó instalado un importante núcleo de seguidores de Jesús en la Grecia milenaria.

Marco Tulio Cicerón, el mayor orador de la Roma antigua, investido como cónsul en el régimen republicano romano, recibe noticias de que el senador Catilina conspira contra él para darle muerte. Cicerón se presenta ante el Senado y pronuncia su célebre discurso que ha trascendido las épocas: “¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya? ¿Hasta qué límite llegará, en su jactancia, tu desenfrenada audacia?”. El largo discurso de Cicerón, audaz y certero en la tribuna, avergüenza a Catilina quien huye de la ciudad hacia el destierro, arrojado por sus colegas senadores y execrado por los hombres virtuosos de la época y por la mayoría de sus conciudadanos.

Aníbal, el más bravo general de su época, enemigo acérrimo de Roma como parte del Imperio Cartaginés, decidió penetrar el territorio romano al mando de 100,000 soldados y 37 elefantes, partiendo desde España. Cruzó los Pirineos y atravesó los Alpes en pleno invierno, algo que nunca antes había hecho ninguna fuerza militar. Cuando ya estaba listo para asestar un golpe de muerte a sus enemigos romanos, concentró a sus tropas y las arengó con su voz de trueno: “Aquí, soldados, en este lugar en el que habéis encontrado por primera vez al enemigo, tenéis que vencer o morir. La misma fortuna que os ha impuesto la necesidad de luchar guarda también la recompensa de la victoria... Donde quiera que dirija la mirada no veo más que valor y firmeza... Nosotros somos los que pasamos a la ofensiva... estamos, pues, dispuestos a combatir con más arrojo y menos temor que nuestro enemigo, pues quien ataca es animado por una mayor confianza y un mayor valor que quien se ve forzado a defenderse... No han creado los dioses inmortales arma más poderosa que anime a la conquista que el desdén por la muerte”. Aníbal, luego de su discurso, no solo logró que las tropas romanas que le acosaban salieran despavoridas, sino que siguió obteniendo victoria tras victoria contra sus enemigos, logrando incorporar a su causa a nuevos aliados.

Guillermo el conquistador, duque de Normandía, descendiente de los arrojados vikingos, predecesor de todos los monarcas de Inglaterra hasta nuestros días, afirmó ser el heredero natural del trono británico, en un momento histórico en que la corona era disputada por varios pretendientes. Hubo que ir a la guerra para defender los derechos dinásticos. Al frente de los normandos, Guillermo estaba listo para dar la batalla final contra el ejército inglés. Haciendo uso de su palabra vibrante y recordando la pericia militar de sus ancestros, Guillermo concentró a sus tropas para arengarlos: “No tengo duda de vuestro arrojo ni tampoco de vuestra fe en la victoria, que ninguna casualidad ni ningún obstáculo han conseguido nunca erradicar de vuestro ánimo... Llegada es la hora de inflamar el valor en vuestros corazones... Haced que cada uno de los ingleses, a los que cien veces derrotaron mis predecesores, se hagan presentes y comprueben que la raza de Rollon nunca ha sufrido una derrota desde su tiempo hasta ahora... ¿No es vergonzoso que un pueblo acostumbrado a ser conquistado, un pueblo ignorante de las artes de la guerra, un pueblo incluso sin flechas, avance en orden de batalla contra vosotros, mis bravos guerreros?... Que el rayo de vuestra gloria brille y el trueno de vuestra furia se escuche de este a oeste...” Guillermo y sus soldados dieron la batalla hasta ver caer vencidos a sus rivales. Marchó sobre Londres, se coronó rey, y sus herederos han gobernado Inglaterra hasta hoy.

Cuando mediaba el siglo diecinueve, Estados Unidos estaba partido en dos: los abolicionistas se ubicaban en el norte, y los esclavistas en el sur. Abraham Lincoln resulta electo presidente por el Partido Republicano, que era contrario a la esclavitud. Los estados sureños se apartan del redil y forman los Estados Confederados de América. Los norteamericanos vuelven a la guerra fratricida. Cuando la guerra está prácticamente ganada por los norteños, Lincoln se repostula y gana de nuevo las elecciones. En su discurso de juramentación apela por la unidad y la reconstrucción de la nación dividida: “Desde lo más profundo de nuestros corazones esperamos y fervientemente rogamos que el doloroso azote de la guerra cese cuanto antes. Sin malevolencia hacia nadie, con compasión para todos, con perseverancia en la justicia y usando la capacidad que Dios nos otorga para reconocer lo que es correcto, esforcémonos por terminar la tarea emprendida, curemos las heridas de nuestra nación, cuidemos de quienes hayan padecido en la batalla y hagamos todo aquello que pueda procurar y mantener una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones”. Lincoln propiciaría fórmulas para el entendimiento definitivo entre los soldados del sur y los del norte. Los llamados nordistas y sudistas. La guerra civil llegó a su fin, luego de aquel emotivo discurso, cerrando una herida que había durado cuatro años y costado más de medio millón de muertos.

En su discurso de juramentación como Presidente de la República el 16 de agosto de 1996, Leonel Fernández Reyna elogió las trayectorias del líder fundador de su partido, de su aliado electoral y de su más porfiado adversario: “En distintos momentos y bajo circunstancias diversas, estos tres hombres, comandando las tres principales fuerzas políticas del país, han sido la garantía de que la democracia dominicana no haya colapsado y de que el caos no se haya extendido como una mancha de aceite por todo el cuerpo social de la República Dominicana”. Y se interrogaba varias veces entonces el joven mandatario, por qué no podían actuar juntas las principales fuerzas políticas para contribuir en la conquista de las grandes metas nacionales “que nos permitan salir de la inocultable situación de subdesarrollo en que aún nos encontramos en víspera del advenimiento de un nuevo siglo y de un nuevo milenio”. Se daba fin en ese momento a un periodo político específico de larga data y se iniciaba el dominio de las riendas nacionales del partido fundado por Juan Bosch en 1973, interrumpido apenas durante cuatro años por razones de carácter histórico-político, que habían de ser luego debidamente analizadas.

En su bien delineado discurso de lanzamiento de su candidatura a un segundo mandato presidencial, Danilo Medina desarrolló ante su amplio auditorio de conmilitones y aliados, un discurso de reanimación, de examen abierto y contundente de su ejercicio direccional, y de propuestas enérgicas. Un discurso de convicciones, de mucha fortaleza y largo aliento. Un discurso para discutir el presente y el futuro del país, lanzado al consumo unitario de sus congéneres políticos y al debate activo de sus opositores. “Solo se avanza con buenas ideas! Solo se avanza con coraje! Solo se avanza con honestidad y sin benevolencia hacia lo mal hecho. Solo se avanza con paz, amor y unión. Pero la paz que queremos es la paz viva, dinámica, cuestionadora y creativa. La paz de los campos llenos de vida, no la paz de los cementerios. Queremos la paz de la conciencia tranquila, pero de la conciencia tranquila de los rebeldes y los que no tienen miedo. No la falsa paz de los conformistas, los cobardes y los hipócritas. Queremos la unión de los que tienen ideas, de los que debaten, dialogan y construyen consensos. No la falsa unión de los silenciosos y de los miedosos. Queremos la paz y la unión para avanzar, no para quedarnos paralizados. Queremos la paz y la unión para acelerar los cambios y no para dejar todo como está. Queremos la paz y la unión para continuar lo que está bien y para corregir lo que todavía está mal. Queremos mucha paz, mucho amor y mucha unión para seguir haciendo lo que nunca se ha hecho en la República Dominicana!”. El discurso positivo que ha cruzado todos los puentes de la historia de la humanidad, desde Pablo de Tarso a Simón Bolívar. Desde Aníbal a George Washington. Desde Lincoln a Churchill. Desde Patrick Henry a Ho Chi Minh. El discurso de propuestas afirmativas que ronda los senderos del éxito histórico durante todas las épocas en que las sociedades necesitan reafirmar valores y agrupar pensamientos y fuerzas para enfrentar los aprestos de las tropas adversarias. Ignorar el discurso positivo como arma de combate efectiva y trascendente es un acto de poquedad que profana las verdades acunadas en la realidad histórica.