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Eduardo García Michel: memorias, reflexiones morales y ficciones

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Eduardo García Michel: memorias, reflexiones morales y ficciones
Portada del libro.

Eduardo García Michel fue un joven inquieto en esos años en que la mocedad trae en su aparejo las virtudes de la rebeldía, la insatisfacción y la dubitación frente a todas las contingencias que la vida acarrea y distribuye.

Virtudes, porque con ellas un joven puede perfilar su porvenir, dependiendo de hacia dónde dirija sus objetivos y en cuáles terrenos busque desarrollar el plasma anchuroso de sus aspiraciones y metas. La villa mocana donde vio la luz de la vida le habrá servido de puente para aprender a encauzar las roturas de la inocencia y desechar las aparentes minucias que la cosecha parvularia acumula en los espíritus intranquilos para que tiempo más tarde se pueda dar cuenta de ellas transformadas en realidades de provecho.

Cuando la juventud provinciana rompió sus ritos de sublevación originaria, el mozuelo se hizo hombre a fuerza de ideales, de sueños y sacudimientos personales e intelectivos. Acampó en él la audaz movilidad de los instintos, el afán consciente de los tiempos de ilustración y la firme certeza de cabalgar sobre el lomo robusto de la madurez. Dijo adiós a la aldea cuyo paisaje físico y humano modeló su personalidad para conectarla con sus energías de futuro y plantó raíces en España y Venezuela donde se hizo economista y amplió su formación profesional con el conocimiento de materias fundamentales para entender los añejos dilemas de nuestras torceduras políticas y de la integración económica que, décadas más tarde, la globalización de modo variopinto pero irremediable explicaría y ejercitaría con clara contundencia.

Independientemente del cuadro profesional alcanzado y de sus posteriores contribuciones al debate económico y sociopolítico del país dominicano, Eduardo cargaba en sus genes y en su conciencia, como producto directo de su hechura familiar, la secuela de hechos históricos que marcaban parte de su existencia. Casi podría decirse que la historia más reciente de la nación, la que transformó la estructura dirigencial que acorraló el destino de los dominicanos por tres décadas turbias y nefastas, caminaba con él sobre sus sienes y sobre sus hombros. Pasados los años, decidió un día contar esa historia que estaba llena de revelaciones, de sucesos ignorados y de heroicidades no reconocidas. Dejó a un lado al escribano economista y se sumergió en la historia que llevaba a cuestas y que le urgía contar. 30 de mayo, Trujillo ajusticiado (1999) se convirtió en un libro clarificador, certificado por el documento y el testimonio, convertido de inmediato en lectura necesaria para comprender con nuevos y demoledores argumentos la osadía heroica de aquel martes de mayo de 1961 en que las balas certeras de un mocano ponían fin a la dictadura. La historia contada ponía en el lugar justo que merecía a su padre, don Eduardo Antonio García Vázquez, activo intelectual del magnicidio, pero también a otros que jugaron roles sobresalientes en la conjura y que aún no habían sido resarcidas sus improntas de colaboración directa y, en consecuencia, aceptados sus nombres en la nómina heroica.

Años después, la columna de opinión diarial lo ganó para su causa. Y comenzamos a leer a Eduardo en otra faceta, donde se apreciaba la libertad creadora que exhibía para, a través de personajes de ficción, relatarnos realidades del momento, sugerir el enderezamiento de entuertos nacionales, dinamizar debates éticos y desarrollar, para decirlo de alguna manera, las virtudes de emancipación que sus años de mocedad vieron mostrarse en la comarca provinciana hacía ya varias décadas.

De esas columnas y de una cosecha inédita que nos demuestra que al lado del economista -escudriñador de números, estadísticas y fórmulas desarrollistas- se ha formado también el escritor de temas diversos con un diapasón estilístico sin sobrantes, nace un nuevo libro de Eduardo García Michel. Es una saludable mezcla tripartita: memorias, reflexiones morales y ficciones. La base es el testimonio de una heredad y de una andadura fértil por la vida, las cuales generan un conjunto de cavilaciones que traen un mensaje a los nietos de la sangre y a los hijos de la lectura más deleitosa y aprovechable que pueda concebirse. Y sobre ese entramado, la ficción utilizada como vehículo para dialogar con la realidad y sus duelos, con la realidad y sus desatinos, con la realidad y sus índices acusadores.

La escritura de García Michel tiene su origen. El no lo señala, pero en su casa siempre vio a un padre-lector, dueño de lecturas amplias que le sirvieron en la tribuna y en los estrados para sentar cátedra. Pero, zagal que se abría a los conocimientos de la profesión que anhelaba ejercer, un poco para espantar la nostalgia y un poco más para ejercitarse en la otra materia que parecía crearle cierto grado de fascinación: la escritura, se dedicaba en esos años de estudiante en Madrid a diseñar y reunir ideas en un cuadernillo a modo de periódico que hacía circular entre sus colegas de estudio. De esa acción periodística se cumple por estos días cincuenta años, pues corría el año 1966 para la época en que elaborara y redactara ese boletín estudiantil madrileño.

Este nuevo libro de García Michel es diferente a los suyos anteriores. El economista no desaparece, pero el escritor se muestra en facetas variables que tienen la finalidad en común de reflexionar sobre esas cosas sencillas que otorgan a la humanidad su carácter trascendente. Nos sobrecoge su firme preocupación social, sus reflexiones éticas, los valores y principios que norman su vida y que desea transmitir a su descendencia. Nos sorprende el hombre que crea su propia filosofía de vida y que es capaz de interrogar a Stephen Hawking, el maestro de la ciencia sin Dios, el arquetipo de la inteligencia cósmica que ambula por los agujeros negros de la historia del tiempo en busca del gran destello donde la física y la metafísica se entrecruzan. Y me cautivan sin rubor sus diálogos, que han hecho fama entre sus lectores porque con la compañía de Vitriólico y su filosofía casera, nos cuenta la realidad para cuestionarla, intentando en su andadura fictiva transformarla para convertirla en un espacio mejor para sus congéneres.

Abuelo a los 45. Bisabuelo a los 68. Eduardo García Michel asume su rol de progenitura para referir a su prole vivencias múltiples, en relatos bien estructurados, narraciones vivas de un abuelo que desea y busca que la sucesoría familiar afiance su porvenir en la escala de valores que la trayectoria humana, profesional y social del pater familias ha desarrollado para ser un hombre de bien que sirve a la sociedad sin menoscabar su integridad moral y su arsenal de principios. Estilo, lenguaje y tema conforman en estos relatos una unidad donde los componentes de probidad, rectitud y justicia edifican una esencialidad inalterable. Relatos para nietos que también pueden serlo, y lo son, para mayores. Con sus cargas sugerentes. Didácticos. De agradable lectura. Y con un halo poético que bordea los textos con eficacia abrumadora, mientras en el centro de cada narración hay un autor asentado en sus raíces. Telúrico. Por eso, su tierra, Moca, siempre estará presente como un ardid de la nostalgia, como una herencia salvadora, como un hechizo que corporiza las instancias de la creación y sus recovecos.

Relatos que pare la realidad pero que la ficción viabiliza. Lilís. El tiempo pasado. El SIM y sus miedos. Constanza, no como el arribo de la heroicidad de junio sino como remanso familiar donde la paz interior aterriza entre flores, pinos, aromas y soledades que elevan los ardores del espíritu y calman los azares que cobijan las sordideces citadinas. En fin, un libro múltiple. De variados recodos donde descansan haberes y saudades. Bien ensamblado. Con textos de precisa y limpia redacción. Un libro de viajes y sueños. Memorias de cruceros marítimos y de cruceros humanos, los de una humanidad vertida sobre los reencadenamientos epocales, las perseverancias éticas, las vueltas sobre los ejes de la memoria y los homenajes perennes. Y por sus veredas, sus luces y sus sombras, las cobijantes sombras del amor: Eugenia es una presencia firme que aborda junto a Eduardo el crucero de las delicias.

Con Vitriólico, Abimbao, Abimbaíto y Cucharita, sus personajes dialogantes, los que le dan el pie de amigo a sus inquietudes de vida y pensamiento, de creación y de interrogación de la vida y sus impulsos, de la vida y sus arrebatos, de la vida y su arquitectura de ideales, remembranzas, cuitas, dolores y elevaciones, Eduardo García Michel escribe páginas maravillosas que no tengo dudas en recomendar como una auténtica lectura de exquisiteces que nos deleitarán y nos ayudarán a interrogar con él al mundo, a la sociedad, al hombre.

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