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El día que decidí olvidarte

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El día que decidí olvidarte

“Me han dejado y he dejado”, ley de vida en la siempre tumultuosa, agridulce aventura que es toda relación de pareja: síntesis de caracteres opuestos, búsqueda intensa de una comunidad de intereses, encuentros y desencuentros que envuelven dramas y, a veces, tragedias. Es la complejidad del humano elevada al máximo cuando trata de resolver en plural cuestiones vitales que, urgentes o aplazadas, constituyen la razón misma de la existencia. Amar y ser amado, meta inaplazable que redime de la soledad, del egoísmo, y conecta con la intimidad del otro en episodios de felicidad que el tiempo igual debilita que fortalece por causas no siempre controlables. Porque el amor tiene mucho de pasajero, de la veleidad que sigue a las debilidades; y, sin embargo, ha desafiado siglos de transformaciones sociales y de cambios culturales mayúsculos sin perder su signo definitorio de generosidad y solidaridad.

Teatro tú es uno de esos espacios experimentales en cualquier barriada madrileña a los que se acude con sobresalto. Actores cuasi clandestinos se valen de textos de autores prácticamente desconocidos para poner en escena las obras más diversas. He tenido buena y mala suerte en la persecución de esa pieza a la que intérpretes inteligentes y osados conviertan en magistral. Esta vez acerté plenamente y el aplauso también provino de la familia y la amiga acompañantes. El día que decidí olvidarte, desde mayo pasado prorrogada una y otra vez en el austero local, repone con creces las expectativas perdidas cuando se accede a instalaciones mínimas, con el mostrador de un bar chico como boletería –caluroso como la calle Velarde donde se sitúa–, cuyo único patrón dispensa tragos, cuida que nadie ingrese a la sala de representación y reparte las boletas sin verificar la identidad de los reclamantes.

La definición de Teatro tú que leí luego reporta cabalmente lo que sus patrocinadores ofrecen a quienes aceptan la invitación para sumarse a un arte escénico con características propias: “SALA TÚ Madrid, es un espacio abierto para la creación artística situado en el corazón del Barrio de Malasaña. En el nombre de nuestro espacio está nuestra primera y clara declaración de intenciones.

“Abrimos nuestras puertas a toda persona que tenga el arte como bandera y modo de expresión. Lo hacemos en unos tiempos objetivamente difíciles, en los que parecen derrumbarse las estructuras e instituciones que creíamos cimentaban nuestra sociedad”.

Con algunos minutos de retraso, se abre la puerta a lo inesperado. Hay una sala con sofás y sillas plegables para un aforo que ronda la treintena de parroquianos. De escenario, otro diván al fondo ?anqueado por una mesa, un trozo de madera que dobla como sombrerera, focos de luces allá en lo alto y lo demás, pasto de la imaginación. Si había dudas, se desvanecen como nubes tras la tormenta cuando Pablo Tercero y Raquel Guerrero, en el papel de Antonio y Ana, la pareja en proceso de disolución, se adueñan del auditorio y de todas las intenciones de Juan Carlevaris al escribir el texto y dirigir la obra. Un toque singular es el preámbulo regalo de Sofía Comas, de la banda Tucan Morgan. Camuflada de espectadora en un mullido sillón de color llamativo, ase la guitarra que inadvertida reposa a su lado y tararea en acústico una canción en inglés que habla de lluvia, pasión, amor y cuantas emociones coronan los enamoramientos.

De la cosecha de Ana es el “me han dejado y he dejado”, como justificativo de la decisión que ha tomado se ignora cuándo y transmitido a Antonio en un restaurante de sushi no muy lejos de la emblemática Plaza de Oriente. Paso terrible que, como confiesa el amante en el limbo que es la soledad de su casa apenas en la apertura del drama, le ha roto el corazón. En marcha un montaje soberbio que con inteligencia subvierte los tiempos para retornar por breves momentos al argumento lineal. Una y otra vez. Pablo y Raquel mimetizan los zapatos, las mentes, los espíritus y los huesos de dos adultos en conflicto y que corto tiempo atrás participaban en una relación a prueba de adversidades, de diferencias; en fin, a resguardo de ellos mismos y de las inconsistencias anejas.

Las incongruencias del amor y el desamor se instalan a porfía en la psiquis del espectador mientras Ana y Antonio pasean en tiempo real y virtual las causas aparentes del desenlace que a los dos afecta, mas no con la misma intensidad y consecuencias. Detrás de las apariencias de la pareja perfecta van surgiendo las sombras, pero ninguna lo suficientemente fuerte como para definir la verdad del instante destructivo que acontece esa noche, aunque incubado quién sabe en qué momento de la rutina de Ana y de la vida en pareja. ¿Necesita el amor una razón para nacer y morir? ¿Cuándo descubrimos que existe como fuerza vital o simplemente como ilusión pasajera condenada por demás a desvanecerse? ¿Damos tanto o más que recibimos, y al hacerlo nos convertimos en sujeto y objeto de un sentimiento compartido? ¿Desmedidas las posibilidades que le asignamos al calor de una presumida identificación del tú y el yo?

La noche que decidí olvidarte reta lo más profundo del yo. El dejar y ser dejado que informa el acontecer de las relaciones, de repente deviene complejidad absoluta: ventana abierta de par en par a una y mil interpretaciones, todas lacerantes del ánimo y con sabor amargo a calamidad. Quizás en la intensidad del amor se agazapa la desolación. Porque el Antonio aún enamorado, sobreexcitado por una Ana sublimada a la que se resiste a replegar al olvido incluso antes de intentarlo, entiende perfectamente las implicaciones del momento estelar. Empero, la sensatez no le devuelve a la realidad sino que, por el contrario, lo aprisiona en el terreno pantanoso de la desesperanza. Maldice la esperanza apercibido de que en su caso cesó de existir. La realidad que se obstina en rechazar ha terminado por imponerse. De poco vale su descreimiento de cara al hecho apabullante.

El ritmo de la obra transita de lo trepidante a una lentitud calculada para hinchar de dramatismo la tarea de los actores. El ambiente intimista propio de una sala mínima facilita la comunicación. Una vez consumado el cisma amoroso, Ana y Antonio distan más uno del otro que del auditorio. Con fortaleza histriónica admirable, ambos enredan al público en las vivencias que anteceden y proceden al episodio escabroso de la ruptura. Los soliloquios en que descargan las honduras y verdades de sus emociones e interpretaciones encontradas, con sus miradas penetrantes repartidas entre todos y cada uno de los espectadores, tocan las fibras de la empatía. Sin que podamos resistirlo, asistimos ya no a un teatro sino a la reproducción fiel de un relato en el que todos, adultos, hemos sido protagonistas alguna vez. De todos es el dolor de la pérdida. De todos es la angustia de la ruptura. De todos es el alivio de haber emergido más o menos incólumes de una relación insípida, agotada en la caducidad de un tiempo cuyo advenimiento imaginábamos y casi deseábamos.

Partir c´est mourir un peu, sentenció ya el poeta francés. Y sí, en cada partida morimos un poco porque atrás dejamos algo de nosotros mismos e imposible ya recomponer los colores del cuadro sobrepasado. Tanto o más que físico, el adiós impone distancia entre las metas que ilusionaron y la realidad que invade con la dureza de lo inevitable. En cada impulso hacia el nuevo panorama sellamos un pasado que fue presente sin posibilidades de futuro, que alentó sueños y cautivó las mejores energías en un esfuerzo cuya esterilidad ha quedado determinada por la partida voluntaria, o involuntaria, del otro. Cuesta despachar a lo irrelevante la rutina del amor. Ana se debate entre el tormento de las dudas y la satisfacción del escape de una relación que ya no la satisfacía. Somos animales de costumbre y la cercanía impone una liturgia de la que no se prescinde sin coste. Ana vacila y mira el móvil anhelante, a la espera de la llamada que le permita recomponer el día que decidió dejarlo. Antonio no se resigna, y la mirada fija en el teléfono, el discado interrumpido, son las armas fallidas para reconquistar el amor perdido. Ambos se refugian en los recuerdos, y en ellos Ana busca y rebusca los argumentos que validen aquella declaración de desamor con la que en aquel restaurante en los alrededores de la Plaza de Oriente puso candado a su relación de pareja.

Desde siglos y siglos atrás, el teatro como género literario reproduce en el escenario todas las pasiones humanas. Inmune a la tecnología, acomoda sin dificultad en el escenario los textos e ideas de Aristófanes, Shakespeare o el mismísimo Juan Carlevaris. Muchas decisiones de olvidar han ocupado las tablas. No obstante, Teatro tú es una muestra de cuánto se puede hacer con tan poco, de cómo lo pequeño se eleva en grande gracias al talento de unos actores y un escritor-cum-director iluminado. Pablo y Raquel transmiten emociones a raudales y pese a lo intrincado de la situación, hay lugar para la risa. Los promotores de esta revelación con que he tropezado en mis jornadas madrileñas aseguran que “el teatro, las artes plásticas, la música, la literatura, la fotografía, el cine, son aparte de nuestras profesiones, nuestros instrumentos para RESISTIR. Tenemos la obligación de resistir y creemos absolutamente que el Arte es uno de los puntales que aseguran y sanan las sociedades, que será como ha sido siempre, uno de los remedios que nos sacará del túnel. Los griegos ya hablaban de la Risa como elemento de Resistencia”.

Hay la necesidad imperiosa de resistencia cuando se acaba el amor y se pone a prueba la entereza de nuestras convicciones más íntimas. La incertidumbre es el signo de esos días posteriores, encallados en el vacío inconmensurable que deja la ausencia del compañero o compañera, y en peligro de sucumbir al temor de que nunca habrá reemplazo para quien se ha marchado. Es la historia cuando nos dejan. Hay la necesidad imperiosa de resistir la tentación de comenzar de nuevo cuanto antes y encontrar en la libertad recién recobrada el dinamismo para echar a un lado la noción de mejor solo a mal acompañado. Es la historia cuando dejamos.

Al final, la voz y guitarra de Sofía Comas enmarcan el duelo en pinceladas musicales mientras Ana y Antonio se funden en un abrazo con todas las pintas de que solo en el pasado estarán unidos. Epifanía no será de lo que viene.

adecarod@aol.com

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