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El rocanrol en Santo Domingo (1 de 4)

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El rocanrol en Santo Domingo (1 de 4)

“En el principio, no había nada que manejar ni montar; entonces, alguien inventó la rueda... y justo ahí, comenzó el Rocanrol”

Los Coasters: “That is Rock and Roll”

Sin tal vez, este es el artículo en que más dificultades tendré para consignar objetiva y apretadamente las vivencias, evocaciones, nostalgias, semblanzas, historias, experiencias locales de la sin duda más extraordinaria epopeya musical que cambió a prácticamente todos los habitantes del planeta e impuso nuevos marcos referenciales y un nuevo paradigma para tomar ritmo a la vida, confiriendo un nuevo consciente musical colectivo a la humanidad: Me refiero con toda explicitud al “Rock and Roll”, o como se conoció, además de República Dominicana, en la mayoría de los países hispano americanos, el Rocanrol.

Tomado de una inflexión de doble sentido usada por la gente negra norteamericana (ya no más “afroamericanos” ni “de color”, por favor) desde hace más de cien años, el término fue recogido, aplicado e incorporado nacionalmente al argot estadounidense por el famoso e injustamente vilipendiado locutor, productor, presentador y promotor Alan Fredericks, el icónico Alan Freed, el Rock and Roll (“mécete y rueda”) se aplicó a un nuevo ritmo de música vocal e instrumental, mayormente animada, con compases de 4 o como más popularmente se le llama, 4x4.

Un conjunto vocal poco conocido, The Crows –Los Cuervos- estrenó en junio de 1953, una canción que rompió con las tradicionales baladas animadas. Con el cortísimo nombre “Gee”, que es interjección de admiración contraída proveniente de Oh, Jesus –pronúnciese O, Llísos- (Oh, Gee, ) los jóvenes la diferenciaron y aunque con ritmo animado, pero relativamente suave, le dieron una gran recepción, convirtiéndose en el primer Rock and Roll.

Tras algunos intentos no bien comercializados de canciones similares, surgió un músico que a mediana edad, -llegando a los 30 años- incorporó la guitarra eléctrica, concedió más espacio y vigor a la batería, y con clarinete, saxos y bajo acústico envolvió una canción con letra de pura cotidianidad del día a día: fue ‘Bill Haley y sus Cometas’ y su “Rock around the clock” –Al compás del reloj-que al salir a la radio a mediados de 1954, en poco tiempo se convirtió en un éxito nacional, ocupando el primer lugar durante ocho semanas en el tabloide de puestos musicales “BillBoard”. Esta canción dio en ese tiempo la vuelta al mundo y fue escuchada no solo en Europa y América Latina, sino en distantes lugares en que los sistemas políticos habían prohibido la difusión de música y cultura occidentales, como Rusia y China.

Nació pues con pantalones ya largos, el Rock and Roll y aunque con sus inicios de rechazo y resistencia de sectores conformistas y conservadores, como virus se fue extendiendo a todos los confines del mundo.

Fue precisamente en 1955, coincidiendo con la inauguración de la “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre”, un megaproyecto del dictador Trujillo, cuando el Rocanrol impactó en Santo Domingo, con un efecto relámpago que cambiaría notablemente el panorama de los gustos musicales y la percepción de la joven generación de esa época. El culpable de tal cambio fue un negro norteamericano, ‘Little Richard’, en nuestro país conocido como ‘Ricardito’, que lanzó una estruendosa bomba rítmica inimitable, repleta de interjecciones onomatopéyicas altisonantes, para el tiempo -y aún para hoy- escandalosas, sobresaliendo y siendo acompañadas de saxo tenor, batería, piano y teniendo como sencillo y suculento título “Tutti Frutti”. (Wop bop a loo bop a lop bom bom!)

Es impensable para las generaciones de hoy, acostumbradas a escuchar y bailar en compases más moderados, menos velocidad y más contorneo los ritmos modernos, comprender cómo en un Santo Domingo, en una República de mediados del siglo XX, sólo con algunos ribetes de modernidad, pero aficionada al son, a los boleros, y a los animados ritmos de nuestro glorioso merengue, además de las guarachas, se desatara en una buena parte de la población urbana de las ciudades y pueblos más habitados del país una fiebre generalizada por el Rocanrol, ocasionada tal vez por una misteriosa invocación, un secreto sortilegio musical que colocando a muchos en especie de trance les disparaba generosas dosis de adrenalina y les impulsaba a bailar, aprendiendo en asuntos de minutos a seguir el ritmo tanto solos como acompañados, con automáticos, casi atávicos, movimientos dotados de una energía inexplicada y sorprendente.

Por alguna razón, cuyos motivos no están clarificados, el barrio San Carlos, de Santo Domingo aglutinó no sólo a los más entusiastas escuchas, cinéfilos, clubes y bailadores rocanroleros sino también a muchos de los intérpretes y músicos de los conjuntos de esta cautivante música, que debutaron a final de los años 50 y principios de los 60, dejando una estela de recuerdos memorables con sus actuaciones, muchas de ellas de gran calidad. Cultores de la música popular norteamericana, entre los que destaca de manera especial el inolvidable comunicador, autor, artista y promotor José Manuel Henríquez, -Mané, han dado en llamar a San Carlos “El barrio más rocanrolero de República Dominicana”

Fue subiendo la cuesta de la calle 16 de Agosto, en junio de 1955, que escuché por primera vez el Tutti Frutti de Ricardito, saliendo de una radio de la casa de Rafelito Díaz, hijo del inmortal Héctor J. Díaz. Aun siendo niño, comprendí que estaba escuchando algo totalmente diferente, que a mí como a las docenas y docenas de personas que días después pudieron ver mis infantiles ojos, les impulsaba no sólo a escuchar, sino en alguna forma volverse parte cinética, del extraño ritmo. Observé con asombro las aglomeraciones en colmados y parques alrededor de una pareja o de alguna solitaria bailarina que lograban rápidos, acompasados movimientos de piernas, pies, brazos y cinturas con extraordinaria sincronía. El rocanrol inició pues con una vocación integradora de todos los niveles socio económicos y culturales. Se disfrutó desde el principio por mezclados grupos de entusiastas escuchas, cultores y bailarines indistintamente compuestos por todos los orígenes, barrios y educación en el país.

Recuerdo a mi mentor, que me hizo fácil el camino al cultivo del Rock and Roll: mi amado y añorado hermano mayor Frank, dotado de hermosa voz para cantar y de excepcional dominio corporal, que me permitió aprender por imitación, los principales pasos y giros del RnR, al observarle bailando con nuestra única hermana, Martha –Nena- ‘Rock Around the Clock’ o ‘See You Later Alligator’- ‘Te veo luego, caimán’, tomándola con los dos brazos desde atrás y en impecable movimiento halarla hacia delante pasando ella por entre las piernas de Frank y logrando con su ayuda incorporarse una vez salida, para luego ser levantada e impulsada estando ella rígida, hacia los costados: primero el derecho, luego el izquierdo, en hermoso y coreográfico vuelo a la altura de las caderas. Mi hermano Rafael, un poco más introvertido, en cambio se convirtió en excelente cultor y oyente de los principales programas radiales de música norteamericana y me introdujo en el gusto por los grupos musicales y las armonías vocales rocanroleras, otro fenómeno que se unió al R’n’R , le confirió gracia y brillo inimitables por muchos años y que luego fuera conocido como Doo Wop (Pronúnciese Dú-uóp)-

Bajo este embriagador influjo musical se formó, en 1957 el primer conjunto rocanrolero dominicano del que se tenga noticia: “Robert (Ruiz) y sus Meteoros” cuyo director musical fuera Blas Carrasco, padre de la internacional intérprete Angelita. Blas tocaba la guitarra eléctrica y José Castillo la batería. Robert Ruiz engalanaba el espectáculo con efervescente baile de rocanrol en pareja en el escenario. Otros de sus integrantes fueron los hermanos Thevenín, que luego estudiaron abogacía. Debutaron en varios centros sociales de la capital y ofrecieron entre otras funciones una muy especial en el teatro Santomé, en El Conde.

Las primeras manifestaciones del contagioso ritmo salidas de la radio, no fueron del agrado del dictador Trujillo y se hubiera inclinado al principio por obstaculizarlas de no haber sido por su hijo Ramfis, que sí mostró preferencia por estas, lo que neutralizó y morigeró su rechazo. De todas maneras, al parecer, el astuto olfato del tirano detectó que la afición musical, aún foránea, era un factor de distracción de las juventudes en tiempos en que se iniciaba la decadencia de su régimen.

Tras la aparición, relativamente breve, de Robert y sus Meteoros, aproximadamente a principios de 1959, surgieron con gran energía, entusiasmo novedad interpretativa y una diferencia de menos de dos meses los más recordados grupos pioneros del “mécete y rueda”: Los ‘Happy Boys’, compuesto por talentosos nóveles músicos y vocalistas, dirigidos por el incomparable saxofonista Mario Rivera, y el icónico conjunto rocanrolero de instrumentos y voces en Santo Domingo: ‘Walterio Coll y sus Dominican Boys’.

Fui testigo del enorme entusiasmo que en espectáculos, y hasta en la calle, despertaban ambos conjuntos. Por vez primera grupos de muchachos y muchachas en plena vía y con algarabía solicitaban a Walterio Coll les diera autógrafos, y había en las presentaciones celebrantes chillidos femeninos, algo totalmente novedoso en la época. Los Happy Boys, se componía, además de su Director, Rivera, y el futuro gran maestro Jorge Taveras al piano, por Domingo -Dominguito- Herrera y Julito Castillo y posteriormente Pedro, –Pedritín- Delgado Malagón, guitarras, José Manuel –Mané- Henríquez, bajo acústico, Pericles Mejía y Abreu, vocalistas y Luis José –Cuqui- De Castro, voz curiosamente firme al tiempo que aterciopelada, que con sus interpretaciones cautivaba a todo público con sonido singular que le mereció el sobrenombre de “El Elvis Presley Dominicano”. Increíble como pueda parecer y para el deleite del público rocanrolero, el ingeniero De Castro, que conserva su aspecto juvenil y gallardo, sigue ofreciéndonos en la actualidad y en presentaciones selectas, con igual o superior calidad vocal, exquisito repertorio de rock and roll, acompañado magistralmente en instrumentos y vocalizaciones por sus hijas e hijos en su agrupación ‘DeCastro Brothers’.

Los Happy Boys iniciaron con ensayos y de inmediato hicieron su debut en la estación HIZ, del Sr. Frank Hatton, que repitieron con mucha audiencia en las semanas siguientes, incluidas sus presentaciones en el programa televisivo “El 777” producido por Tutín Beras Goico.

Mucho hay que decir de Mario Rivera, indudablemente el mejor jazzista en la historia del país, con tal calidad de ejecutoria que le mereció posteriormente interpretar en funciones de la Feria Mundial de 1964, en Nueva York. Rivera tocó con Tito Rodríguez y tuvo participación destacada como músico de la ‘Fania All Stars’ y Johnny Pacheco. Fue uno de los participantes del gran Concierto que la Fania ofreció en Zaire, África, en 1974 y que complementó asombrosamente con armonías y jerigonzas vocales con las que además intervino para dar más brillo a sus ejecuciones.

Los Dominican Boys, por su parte, usaban camisa de vaqueros, pantalones jeans negros, un pañuelo amarrado al cuello y botines negros. Walterio usaba, como Director, vestuario de camisa azul claro con adornos y pantalones negros. Se presentaron en numerosos lugares y centros sociales de Santo Domingo y Santiago. Walterio Coll poseía un innegable carisma que le hacía muy popular y demandado entre las jóvenes de la época.

Un nuevo mundo, un fenómeno más complejo estaba naciendo ante nuestros ojos que precipitaría cambios sustanciales en la República Dominicana, prohijado, lubricado, impulsado por el Rocanrol, aunque entonces ninguno de nosotros lo entendíamos bien. Tan solo era el comienzo.

*Mi agradecimiento a los amigos José –Cabeza- Rosado e Ing-. Luis José –Cuqui- De Castro, por sus valiosas precisiones en esta imperecedera pasión de la que son notables protagonistas.

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