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En el espejo de la tragedia

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En el espejo     de la tragedia

Las memorias jubilosas del Orlando de los parques temáticos, del Peter Pan escondido en el yo profundo y días interminables de sol ígneo sobre las cabezas de familias cansadas más felices, cargarán en el futuro otros rastros diametralmente opuestos. Pesará en el recuerdo colectivo que en ese punto de la geografía ?oridana, centro mundial del peregrinaje del ocio sin fronteras de edades, las perversidades y tormentos de una mente devinieron tragedia horrorosa, momentos de estupor y muerte y advertencia severa de cuán largo es el brazo de la intolerancia. Corrijo, de toda una sociedad, porque el yo y mis circunstancias de Ortega y Gasset sirve de luz premonitoria para adentrarse en las cavernas de un episodio que ha causado desolación y dolor urbi et orbe, pero que nos toca muy de cerca: entre las víctimas hay compatriotas nuestros, inmigrantes que asidos al sueño tan humano de una mejor vida se asentaron en esa península del sur estadounidense, donde la bota del conquistador español también holló y se encuentra el primer asentamiento urbano de los emuladores de Cristóbal Colón.

Compartimos luto y repulsión. A la conmiseración, empero, debería seguir la re?exión serena, la búsqueda de explicaciones y remedios al fenómeno de la violencia insensata, de la intolerancia arraigada en el arcano de la psiquis, de la obsesión por las armas y del entrampado social que crean monstruos al estilo de Omar Sadaqqui Mateen, el norteamericano de origen afgano protagonista de la peor matanza colectiva en los Estados Unidos y en la que perecieron tres de los nuestros. La siembra de vientos provoca tempestades. Apercibidos de cuán letal puede ser la conducta humana sin preventivos que eviten los desbordes, mirémonos a nosotros mismos en el espejo de la tragedia y extraigamos las conclusiones pertinentes. Algún bien podrá lograrse del espanto que fue aquella fiesta latina en el club nocturno Pulse, la madrugada del domingo último.

El acceso fácil a las armas de todos los calibres y especificaciones se ha convertido en una plaga en los Estados Unidos. Hay un listado espeluznante de extermino de vidas humanas similar al de Pulse, solo que con menos víctimas. Sin embargo, la sociedad norteamericana ha sido incapaz de controlar el comercio de pistolas, revólveres, ri?es de asaltos y cuantos artilugios han servido a Omar y sus antecesores en el listado de horrores, incluido el odioso episodio de la escuela primaria de Newtown, en el estado de Connecticut, con el saldo final de 26 muertos, casi todos niños. La combinación exitosa de los esfuerzos de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y una interpretación antojadiza de la Constitución norteamericana han entorpecido los esfuerzos para controlar el comercio de muerte. Más que eso, en el ADN colectivo está inscrita la pasión armamentista y también la idiotez aneja. El miedo a las restricciones ha provocado que en los años de Obama en la Casa Blanca, el presidente norteamericano que más ha clamado en el desierto por medidas de control, las ventas de armas hayan alcanzado cifras récords.

Estas estadísticas grotescas dicen más que simples palabras. Cuando Obama llegó a la presidencia en el 2009, se fabricaron 5.5 millones de armas de fuego. En el 2014, más de nueve millones. En este año, la industria de la muerte registrará ventas ascendentes a US$15.500 millones, con ganancias estimadas de US$1.600 millones. No hablamos de cifras menudas; el impacto total en la economía de las balas, armas cortas y largas y parafernalia militar, monta, de acuerdo a la National Shooting Sports Federation, otra de las organizaciones abanderadas de puertas abiertas al todos armados, casi RD$50.000 millones; o sea, ¡alrededor del 80 por ciento del PIB de la República Dominicana! Paradoja en una sociedad de contrastes que enarcan cejas, los apostadores de Wall Street asumieron correctamente la respuesta a los cincuenta muertos en Orlando: las acciones de las dos principales compañías fabricantes de armas de fuego, Smith & Wesson y Sturm Ruger, subieron 6.9 y 8.5 por ciento respectivamente al día siguiente de la masacre. ¡Oh tiempos, oh costumbres!

Consecuencia o causa, pocas dudas abundan de por qué le resultó muy fácil a Omar Mateen matar a mansalva a tantas personas en un local de no más de 150 metros cuadrados. La pistola y el ri?e que utilizó le aportaron una capacidad de fuego sorprendente, tanto que una chica superviviente contó 100 disparos en un lapso relativamente corto. Con la misma fuerza letal se sirvió el chalado de Newtown, y así lo prueban las evidencias que colectan las autoridades una vez consumados estos hechos de violencia repulsiva.

Guardando distancias, nuestra violencia comparte rasgos con la norteamericana. También aquí las armas son vehículos eficientes para segar vidas, destruir sueños y llevar cada vez más alarma a los hogares. Cargar un cacharro al cinto es símbolo de macho, y recuerdo penoso del conchoprimismo vigente aún en la mentalidad de muchos. De acuerdo al Observatorio de la Seguridad Ciudadana del Ministerio de Interior y Policía, en el 68 por ciento de los homicidios acontecidos entre enero del 2014 y junio del 2015 intervinieron armas de fuego. En el primer semestre del año pasado, un total de 2.335 personas fueron heridas con armas de fuego, lo que arroja un temible promedio de trece ocurrencias diarias. No partamos de ligeros y culpemos solo a la delincuencia rampante por estos números escandalosos. El 48 por ciento de estos incidentes se ubican en las casillas de las acciones policiales y la violencia doméstica.

Omar Mateen acusaba rasgos patológicos en su conducta habitual. Su exesposa asiática, ahora emparejada precisamente con un latino en el estado de Colorado, ha descrito un patrón de violencia doméstica constante, golpizas por cualquier quítame esta paja, encierros rayanos en secuestro, reclamos machistas como el monopolio de los ingresos de la pareja, y de cuantos abusos puede ejercer un sujeto de temperamento voluble e impulsos incontrolables. Probada está la relación entre la violencia doméstica y los tiroteos masivos en los Estados Unidos: en el 57 por ciento de los casos en que tres o más personas han muerto, entre las víctimas han figurado la esposa, pareja, o miembros de la familia del victimario. En una proporción apreciable de los casos, hay una historia previa de violencia doméstica.

Hay que cortar por lo sano en la tierra que más amó Colón y frenar el delirio armamentista. Sin apelación, demos un primer paso con la prohibición del porte y el endurecimiento de las penas cuando en la violencia intervengan armas de fuego, sobre todo si no están documentadas legalmente. Impongamos una moratoria a la concesión de nuevos permisos y añadamos requisitos severos para la renovación de los ya existentes, que solo cubrirían la tenencia. Y a todo aquel en posición de autoridad que abuse del arma consignada, imponerle aún penas más duras. Portar y tener armas no es un derecho constitucional en nuestro país.

Mala consejera es la homofobia en un mundo que se rinde ante la evidencia de que la preferencia sexual cae en el apartado de lo personal, al que no es oponible una pretendida moral social alimentada por textos religiosos mal digeridos o pulsiones reprimidas, tal el caso de Omar Mateen. Esos discursos de púlpitos impostores, de autoridad arrogada sin base colectiva firme, alimentan la violencia y crean una atmósfera peligrosa de intolerancia. Contravenir pacíficamente la opinión del otro y sus prácticas montadas en convicciones que a ellos y su entorno solo incumben, en modo alguno puede camu?arse como falta meritoria de condena social extendida. Nuestras leyes no castigan la conducta o preferencias de la comunidad LGBT, ergo el respeto obligado en proporción similar al católico o cristiano renacido más radical. Si bien no huelga proteger con legislación la diversidad cultural, racial y el derecho a la preferencia sexual, tanto o más apremiante es castigar el discurso incendiario homofóbico, quizás una de las causas perturbadoras de la mente frágil de Omar Mateen. De esos infiernos verbales procedió el chantaje electoral en el mayo pasado con la lista de candidatos proscritos por reductos de fanáticos claramente identificados con la homofobia.

Omar Mateen frecuentaba la discoteca donde cometió el crimen de terror y odio, como lo describió Obama. Según el padre, avistar a una pareja de homosexuales que se besaba públicamente en Miami le cortocircuitó el cerebro. Sin embargo, era un usuario compulsivo de las redes sociales que utilizan los gáis. Se debate la hipótesis de que era un homosexual reprimido, alguien que descargaba en la intolerancia esas inclinaciones represadas y de las que no se liberaría jamás por el canal de la homofobia. Engaño torpe, habitual, sepultar el subconsciente, allá donde según Freud no cabe la mentira, con prácticas contrarias a esa dinámica vital, a esa inclinación natural –inevitable por demás–, que informan la homosexualidad. Detrás del discurso machista de muchos de esos paladines que abjuran de la comunidad LGTB, yace la verdad incontrovertible de que nacieron gáis. La hipocresía jamás subvertirá la naturaleza.

De nuevo el yo y mis circunstancias, como elemento definitorio de la responsabilidad que es propia y sin embargo contiene ingredientes aprendidos del medio. La educación en libertad implica la aprehensión del otro como depositario de las mismas prerrogativas que el yo, y en capacidad plena para ser diferente sin que le importunen mis desvaríos o creencias. Contra ese pilar de la sociedad democrática atentó Omar Mateen y le siguen quienes pregonan odios e imposiciones a las que osan enmarcar en lo divino. No siempre la retórica radical e intolerante rinde frutos, y la reacción del candidato republicano a la tragedia en Pulse le ha costado un aluvión de votos en potencia, a juzgar por los puntos perdidos en las encuestas y que hablan de una brecha creciente.

No hay tal paradigma que acople sin fisuras el nosotros contra ellos. Ciudadanos somos todos, aunque nos valgamos de los derechos en sentido encontrado para convertir la diversidad en hecho irrefutable. El espejo de la tragedia en Pulse nos devuelve una imagen susceptible de mejoras profundas. Apercibidos estamos.

adecarod@aol.com

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