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Hatuey amigo

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Hatuey amigo

En 1970 conocí a Hatuey Decamps en ocasión de la celebración de un seminario organizado en Santiago de Chile por la IUSY –Internacional Juvenil Socialista–, que presidía entonces mi viejo compañero lasallista y del Frente Universitario Radical Revolucionario (FURR), Rafaelito Alburquerque, recién electo en Londres. Con quien habíamos acordado juntarnos para salir a cenar y ponernos al día. Ya en el hotel donde se alojaba, Rafaelito insistió en que debía conocer a dos jóvenes dominicanos que asistían al evento. Nos dirigimos a su habitación y ya allí, me introdujo como un antiguo dirigente del grupo estudiantil socialdemócrata. Me presentó a Hatuey, señalándolo como líder del Frente Universitario Socialista Democrático (FUSD), nuevo nombre del FURR, convertido en fuerza mayoritaria. Y a Winston Arnaud, dirigente de la JRD.

Cuando llegamos a su cuarto ambos se preparaban para salir. Aproveché y les extendí invitación a cenar. Alborozados, gentilmente declinaron, indicándome que esperaban a sendas “pololas” (novias en chilensis) que pasarían por el hotel. Claro, les dije, es una mejor opción y nos dimos un apretón de manos para despedirnos. Fue una noche gratísima, pues tenía tiempo que no me encontraba con Rafaelito, quien había partido a Francia en 1963 a realizar estudios de postgrado, al igual que lo harían otros compañeros del FURR, como Gastón Marion-Landais, Eduardo Selman, Eduardo Delgado, Pedro Pimentel Hued. Quedamos al frente un equipo al que pertenecían Franklin Almeyda, Fello Suberví, Guillermo Rivera, Luis Rodrigo, Pochy Rodríguez, Fernando Valdez, Nina Miolán, Jacinto Mañón, William Cunillera.

Con Rafaelito habíamos sido anfitriones, durante la transición de los 60, de Carlos Delgado, dirigente de la juventud aprista y presidente de la Asamblea Mundial de la Juventud (AMJ), del peruano Luis Felipe Mejía y del tico Víctor Hugo Román, de Liberación Nacional de Pepe Figueres. Ambos funcionarios de la AMJ, de la cual fui su presidente nacional. Por igual, junto a Luis Rodrigo, recibimos al ibero Miguel Ángel Martínez del secretariado de la IUSY con sede en Viena –quien luego sería diputado del PSOE. También a un inglés de la Internacional Socialista, quien concluyó en un informe sobre la conveniencia de la fusión del PRD de Juan Bosch y la Alianza Social Demócrata que encabezaba Jimenes Grullón, ajeno a la rivalidad entre ambos líderes. Como condición para su admisión en la IS.

De Hatuey no supe más de lo que leía en la prensa dominicana acerca de sus hazañas universitarias, como secretario general de la FED. Un buen día recibí en mi apartamento una llamada telefónica en noviembre del 70. Del otro lado hablaba Hatuey, quien me informaba que estaba en Santiago en representación de Juan Bosch para asistir a los actos de la toma de posesión de Salvador Allende, con instrucciones de contactarme para realizar la tarea. Así sucedió. Participamos juntos del programa, Estadio Nacional incluido, aprovechando para introducirlo con personalidades de la Unidad Popular como mi profesor y canciller Clodomiro Almeida, así como ante el propio Allende, con cuya familia yo mantenía una estrecha relación, a quien entregó una carta personal de Bosch.

Fueron momentos de ebullición esperanzadora de los chilenos que contagiaba a las delegaciones extranjeras. En el hotel en que se alojaba Hatuey, lo hacía Julio Cortázar, con quien coincidimos en el lobby y compartimos gratamente. Una anatomía impresionante, la de este hombre barbado con rostro de niño, mirada dulcísima, brazos agigantados y marcado acento gutural, cuya narrativa experimental nos convocaba como generación encandilada por el boom latinoamericano. En ese juego intricado entre cronopios y famas.

Cuando regresé a inicios del 71, nos unió la política y la amistad. La casa de Franklin Almeyda en la Pina –al lado de donde se instaló el gobierno de Caamaño-, en sábado apacible con Bosch y Tonito Abreu, tomando jugo de naranja. El hogar del profesor en la Penson, quien le estimaba. Rafael Kasse Acta, rector a la sazón, Bosco Guerrero. Mi primera Semana Santa en Puerto Plata, en casa de los Puig Miller, en Sosúa junto a Roberto Saladín, su esposa Janine, Roberto Guzmán, Tonito Abreu, Sulamita y Max, en la arena charlando a la sombra de las uvas de playa. Antes de su partida a realizar estudios en Madrid y París, formamos el Comité Dominicano de la Paz, con Kasse Acta, Emilio Cordero y Silvano Lora.

En París nos reencontramos en octubre del 73. Kasse Acta, Emilio Cordero y yo charlábamos en un café de Saint Germain, cuando raudo pasó tras el cristal una silueta que se asemejaba a la suya. Con chaquetón negro, pullover cuello de tortuga, boina terciada, patillas largas y bigotes generosos, avanzaba a grandes trancos este “argelino”. De un salto me paré a buscarlo. Me llevaba buenos pasos y opté por gritar su nombre. Entonces vino el frenazo. Era Hatuey quien daba la media vuelta y me abrazaba regocijado.

Desde ese momento nos acompañaría, al igual que Rubén Silié quien hacía postgrado en París, en las diligencias pendientes para viajar a Moscú y participar en el Congreso Mundial de la Paz. Visita a la embajada soviética para el visado, a una cabina de fotos instantáneas, a Aeroflot a retirar los pasajes, hasta tomar el avión.

A raíz de la división del PRD y la formación del PLD a finales del 73, Hatuey regresó al país, llamado por Peña Gómez. En la Bolívar en plena calle le espeté: “Hatuey, ¿qué haces aquí? ¿Y los estudios?”. Me respondió que se sentía compromisario con la suerte del PRD y le dolía la situación por los afectos hacia su maestro Juan Bosch. La historia es conocida. Hizo carrera en el PRD, como uno de sus principales dirigentes, el más señero de su generación.

Nuestra amistad se mantuvo incólume. Ingresó a la Facultad de Humanidades de la UASD y me presentó un borrador de proyecto de investigación, cuando yo ocupaba la Dirección de Investigaciones Científicas, sin persistir. Con Dato Pagán, Mañón Arredondo, Walter Cordero y Manolito García, realizamos excursiones a San Cristóbal, con baño de río incluido y pasteles de Chichita. Y caballos en la finca de Zoilo Hernández.

Su vocación era la política. Artífice del triunfo del PRD en el 78, ocupó la dirección de Radio Televisión Dominicana y presidió la Cámara de Diputados. En el Caserío –donde compartimos la mesa y la “sopa Hatuey” de pollo, papas y fideos- se fraguó el proyecto Jorge Blanco, de cuyo gobierno fuera gravitante Secretario de la Presidencia. En octubre del 85 viajamos a New York a participar en el programa del 40 aniversario de la ONU, junto a una delegación de empresarios –Pepín Corripio, Alejandro Grullón, Manuel García Arévalo-, funcionarios, personalidades y periodistas, acompañando al presidente. En el Russian Tea Room asistimos a una noche memorable.

Tuvo buen tino al enamorarse de mujeres hermosas y talentosas, como mis admiradas Cecilia, Milagros y Dominique, y me tocó la buena suerte de compartir episodios de estas historias de vida. De esas uniones surgió una prole generosa, obrando siempre como padre ejemplar, atento y cariñoso. Disfruté la bonhomía de su progenitor Miguel Ángel con mi suegro Pacho Saviñón, Toñito Flaquer y Albert Giraldi. Y momentos gratos junto a amigos como José Martínez, Miguel Vargas, Rafael Flores, Rafelín Melo, Quico Tabar, Manolito García, Anisito Vidal, Rafael Perelló, Edmón Elías, Pedritín Delgado, Franklin Báez, Daladier Burgos, Juan Fco. Benoit, Petronio Guzmán.

Deja un vacío en el alma. Hatuey amigo.