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Huella de un Estadista Decente

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Huella de un Estadista Decente
Patricio Aylwin (FUENTE EXTERNA)

El fallecimiento del ex presidente Patricio Aylwin -quien encabezara la restauración democrática tras la larga dictadura de Pinochet, 1973-90- ha conmovido con razón a los chilenos. No por la muerte en sí, desenlace natural de una existencia longeva de 97 años, sino por la significación simbólica en su historia democrática. Con él se cierra un ciclo de políticos personalmente honestos, caballerosos, con vocación de servicio público, motivados ideológicamente, abiertos al debate. Parte del Chile institucional que viví durante la democracia cristiana de Eduardo Frei y el primer año de la Unidad Popular de Allende, cuando Aylwin era senador DC. Más tarde tuve el privilegio de compartir en el 90 esa restauración democrática en Santiago de Chile y departir años después en el Palacio Nacional con el estadista chileno, durante el primer mandato de Leonel Fernández.

Aylwin nació en Viña del Mar en 1918. Hijo de juez que presidiría la Corte Suprema, estudió leyes y ejerció profesionalmente, impartiendo docencia en las universidades de Chile y Católica. De formación católica, ingresó a la Falange Nacional –un desprendimiento juvenil del Partido Conservador alentado por las ideas sobre la cuestión social de la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII y el humanismo cristiano de Maritain- fundada por Eduardo Frei, Radomiro Tomic, Rafael Agustín Gumucio. Antecesora del Partido Demócrata Cristiano surgido en 1957, del cual Aylwin fue presidente siete veces, incluyendo la convulsa etapa final del gobierno de Allende y varios años de la dictadura de Pinochet.

Durante el mandato de Frei (1964-70) se impulsó la reforma agraria, la promoción popular orientada a mejorar las condiciones de los pobladores de los barrios marginados con planes de vivienda, centros de madres y juntas de vecinos. Asimismo, la chilenización del cobre. La democracia cristiana experimentó fuertes tensiones que terminaron fracturándola. Los oficialistas –dentro de los cuales destacaba el senador Aylwin-, los rebeldes capitaneados por el veterano senador Rafael Agustín Gumucio y los terceristas dirigidos por los jóvenes diputados Bosco Parra y Luis Maira. Algunas de estas fracciones se escindirían de la DC, formando el MAPU y la Izquierda Cristiana e integrándose a la Unidad Popular.

Durante el trienio de la Unidad Popular (1970-73), correspondió a Aylwin encabezar el Senado (1971-72), siendo el presidente de la DC al momento de producirse el golpe de Estado contra Allende en septiembre de 1973. Tanto Frei como Aylwin fueron críticos sistemáticos de las políticas más radicales emprendidas por esta coalición. En el clímax de la polarización que se experimentó en la fase final de la UP, Allende encaminó esfuerzos para atraer a la DC hacia un acuerdo político que frenara las posibilidades de un golpe y permitiera la estabilización del régimen. A este propósito, solicitó al cardenal Raúl Silva Henríquez –a quien reconocía liderazgo moral y reputaba influencia en los predios democristianos- que mediara para concretar un encuentro privado entre él y el ex presidente Frei, quien había ganado la curul senatorial por Santiago en las elecciones parlamentarias de marzo del 73 como parte de la Confederación de la Democracia (CODE) que integraban la DC y el Partido Nacional, de derecha, asumiendo la presidencia de ese órgano.

En una cena realizada al efecto, Frei le manifestó al cardenal Silva Henríquez: “Don Raúl, si usted me lo pide como católico, yo debo decirle que sí, porque es mi pastor. Pero si me lo pide como político, debo decir que no”. De todos modos, un descreído Frei se comprometió a considerar la oferta, resultando la respuesta negativa, en medio de revelaciones de prensa que daban cuenta del apoyo de la CIA a su candidatura triunfante en 1964, resaltadas por los medios de comunicación afines a la UP. Conforme a las memorias del cardenal, en el diálogo sostenido con Frei, ante la renuencia manifiesta de éste a embarcarse en una solución conciliatoria a la crisis política, le increpó diciéndole: “Si yo tuviera que analizar cuál gobierno ha sido más cristiano, en su cercanía con los pobres, si el anterior (el de Frei) o el actual (el de Allende), me costaría elegir”. Una afirmación inoportuna que según Silva Henríquez hirió sensiblemente a Frei en su orgullo y de la cual se arrepintió.

Ante el fracaso de esta gestión, un cada vez más mortificado Allende, consciente de la inminencia de un desenlace trágico que se percibía flotaba en el ambiente, solicitó de nuevo la interposición de sus buenos oficios al cardenal Silva Henríquez. Esta vez el encuentro apuntaba al presidente de la Democracia Cristiana, Patricio Aylwin. “En agosto de 1973 el Presidente Allende me llamó para decirme que se necesitaba restablecer el diálogo urgentemente con el PDC; estaba convencido de que a lo sumo quedaban unas pocas semanas antes de que sobreviniera una revolución violenta. Agregó que no podía contar con la dirección de la UP y que estaba decidido a tomar iniciativas personales para resolver la crisis. No veía otro camino. Me pedía ‘una vez más’ que lo ayudara; creía que una conversación privada con Patricio Aylwin sería un paso crucial.”

El cardenal refiere que llamó a Aylwin a quien encontró reticente a un encuentro secreto con Allende. También se comunicó con Frei para enterarlo. Finalmente la reunión-cena tuvo lugar en su residencia, con la presencia de ambos, más el anfitrión y su secretario, en estricta confidencialidad. Refiere que “Allende era un invitado perfecto para las ocasiones sociales. Actuaba con naturalidad, hacía gala de buen humor y pasaba con facilidad y elegancia de los temas triviales a los trascendentales”. El Presidente habría dicho “Cuesta mucho gobernar, señor cardenal. Ustedes no se imaginan los esfuerzos que he tenido que hacer para cumplir el programa de gobierno de la Unidad Popular, a pesar de las muchas condiciones adversas con que día a día nos topamos. Sin exagerar, creo que este ha sido uno de los gobiernos que más dificultades ha encontrado para ejercer su tarea. Pero creo que vamos a salir adelante. Yo soy optimista”.

“Yo creo que el momento es muy grave, Presidente”, dijo Aylwin tremendamente preocupado según el cardenal, inseguro respecto al propósito de Allende. Recargando: “Usted tiene que definirse, tiene que tomar una decisión política. Hoy en Chile nadie trabaja, Presidente; los partidarios del gobierno tiran cada uno para su lado y mantienen un clima de constante agitación. ¡Usted tiene que escoger! No se puede estar bien al mismo tiempo con Dios y con el diablo. Usted no puede estar con Altamirano y con la Marina. No puede estar bien con el MIR y pretender estarlo con nosotros. Hasta ahora, usted parece querer conciliar lo inconciliable y, con su capacidad de persuasión, cree ir superando los obstáculos; pero eso es sólo transitorio. Para lograr soluciones reales, tiene que definirse”. Aludía al secretario general del Partido Socialista, a quien se acusaba de planes con suboficiales de la Armada.

“Allende escuchó en absoluto silencio. Me pareció que percibía bien el dramático significado que Aylwin buscaba conferir a sus palabras... ‘Estoy de acuerdo en que es imperioso institucionalizar el proceso de cambios. He insistido en que la gente debe trabajar para sacar adelante...Pero qué pasa: que uno se encuentra con un aparato estatal lento, muchas veces ineficiente...’ Siendo ripostado por Aylwin: ‘Perdone que sea insistente pero a mí, a mi partido, yo creo que también a la mayoría del país, le parece que sus buenos propósitos y palabras no se concilian con los hechos’.”

Terminada la cena, Allende hizo galas de su proverbial sentido del humor, afirmando satisfecho: ”Esto es Chile: el Presidente de la República, masón y marxista, se reúne con el jefe de la oposición, en la casa del cardenal. Esto no ocurre en ningún otro país.” El anfitrión pensó que se había logrado algo en positivo, al concertar que entre Aylwin y el ministro de Interior Carlos Briones se avanzaría en una agenda común de correctivos a la situación imperante, que se ejecutaría. Pero los acontecimientos marcharon a contrario, con desenlace trágico para Allende y la democracia chilena.

Más de dos décadas después, pregunté a Patricio Aylwin sobre este encuentro que pudo ser crucial para el destino chileno en la sobremesa de una cena que le ofreciera Leonel Fernández en el Palacio Nacional, en octubre de 1997, en ocasión de su visita como responsable de la Comisión Latinoamericana sobre Desarrollo Social, encargada de impulsar la agenda de las cumbres mundiales sobre desarrollo social de Copenhague y la mujer de Beijing, ambas celebradas en 1995. Su respuesta, siempre amable, fue directa y sincera, sin maquillajes históricos. Reiterando que la oferta de Allende para un acercamiento, lamentablemente, había llegado tarde, cuando ya las posiciones se habían polarizado, en un clima de desconfianza mutua.

En octubre de 1990 asistimos en Santiago de Chile -como parte de una delegación formada por el Arq. Eugenio Pérez Montás y los historiadores José Chez y Manuel García Arévalo- a la VII Conferencia Iberoamericana de Comisiones Nacionales para la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América, inaugurada en el antiguo recinto del Congreso por el Rey Juan Carlos y el Presidente Patricio Aylwin. Quien había asumido en marzo de ese año, al ganar las elecciones con el 55% de los votos, postulado por la Concertación de Partidos por la Democracia –PDC, Partido Socialista, Partido por la Democracia, Partido Radical Social Demócrata.

Fue una magnífica jornada que trascendió los alcances propios del evento. Estadistas, intelectuales, educadores, organismos internacionales, entidades culturales de toda Iberoamérica se dieron cita en Santiago de Chile –todavía bajo la sombra de la jefatura militar de Pinochet, quien conservaba su poderío intacto- con la conciencia plena de que acudíamos al renacimiento democrático de Chile. Y lo avalábamos con nuestra presencia.

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