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Joaquín Balaguer y Tomás Borge

Tomás Borge, el legendario comandante sandinista, solía venir a nuestro país con frecuencia, después del triunfo de la malograda revolución nicaragüense. Algunas de sus visitas eran públicas, dada su entrañable amistad con el doctor Peña Gómez. Otras, eran casi secretas. Muy pocos se enteraban. Más de una vez lo alcancé a ver en el entonces hotel Dominican Concorde, que para la época era un centro de tertulias vespertinas, paseándose por el lobby en grata compañía.

Una de esas visitas tuvo una motivación especial: entrevistar al doctor Joaquín Balaguer. Algunos hombres de la izquierda latinoamericana y europea tenían cierta oculta admiración por el líder reformista. No son pocos los ejemplos. Borge quiso conocer a aquel “patriarca, brujo y estadista” que era para entonces el único gobernante ciego y con problemas de movilidad que existía en el mundo.

Era mayo de 1993. Hace casi veinticuatro años. Balaguer estaba preparándose para enfrentar al doctor Peña Gómez en los comicios del año siguiente. Las encuestas favorecían desde ya al poderoso líder perredeísta. Juan Bosch estaba en un lejano tercer lugar. Pero, Bosch, como afirmaba Tomás Borge, estaba por encima de las disputas políticas, era “un entrañable sujeto de la historia”. No bien estuvo frente a Balaguer, el comandante sandinista fue asediado por preguntas del gobernante dominicano. Una estrategia, tal vez, para encauzar él la conversación. Borge se vio obligado a recordarle que había ido a entrevistarle. Y Balaguer accedió. Borge introduciría su entrevista con una pregunta crucial, frente a aquel hombre que ya tenía más de sesenta años en la vida pública y que, como decíamos al principio (y ahora lo apuntaba Borge) era no solo respetado sino admirado por sus adversarios políticos. Y soltaba una primicia que a la vuelta de los años adquiere un peso insoslayable: “Usted es admirable, para citar una frase de un amigo mío que entiendo que tiene cierta amistad con usted que se llama Fidel Castro”. La pregunta: “¿Cómo maneja usted el sentido de la responsabilidad histórica?” La respuesta de Balaguer fue brevísima. Se presentó como un objeto de las circunstancias, especificó algunos de sus roles y defendió “su” democracia: “Usted es testigo porque ha viajado mucho al país, está muy en relación con sus líderes”, le recordó al entrevistador, como insinuándole que conocía sus pasos cada vez que venía al territorio nacional.

Más adelante, Joaquín Balaguer explicaría a Tomás Borge que nunca era enemigo absoluto de nadie, que “el enemigo de hoy puede ser el mejor partidario del mañana”, que era “destinista”, que creía en la suerte como factor preponderante en la vida humana (“Si la suerte se alía a los otros factores puede conseguir resultados mejores, más satisfactorios”), que nunca osaba intervenir en terrenos o escenarios que no le correspondiesen; le informó cómo entró al gremio trujillista y recordó que durante la Era de Trujillo pasó “por momentos de humillación muy dolorosos; era una cuota indispensable que había que pagarla y yo la pagué”. Pero, aclaró: “Nunca (Trujillo) me utilizó para nada que fuera extraño a mis actividades normales de siempre, nunca me pidió que hiciera una misión ingrata o que yo no hubiera podido cumplir”. Y cuando Borge le pregunta cuál era su recuerdo más amargo de Trujillo, Balaguer no vaciló en responderle que “su insistencia en reprimir la invasión de forma brutal a como lo hizo” (se refiere a la expedición del 14 de junio de 1959). “Ese fue un momento desagradable para todos aquellos que no consideraban necesario llegar a esos extremos de eliminar físicamente a todos los que cayeron prisioneros, sobre todo aquellos que rendían sus armas incondicionalmente... y quizás fue lo que dio lugar a que de ahí en adelante el régimen empezara a decaer y terminara en lo que terminó”.

Borge preguntó a Balaguer sobre las diferencias entre Trujillo y Somoza, cuando el dictador de Nicaragua visitó al Generalísimo en Santo Domingo. Trujillo –rememoró Balaguer- tuvo con él “una recepción poco decorosa, le hizo objeto de muchos desprecios, lo humilló, recibió muchos actos de altanería y eso lo resintió profundamente”. ¿Se creía Trujillo superior a todos sus colegas? Lo mismo hizo con Batista, con Pérez Jiménez y hasta con Perón, quien terminó ambulando por la ciudad en una Vespa, aunque lo salvó en gran parte su educación y su sabiduría política. Trujillo olfateó que Perón, contrario a los otros, volvería al poder.

Cuando entraron en literatura, Balaguer le dijo a Borge “usted es mejor poeta que yo, tiene mayor seguridad poética que yo” (en verdad, ninguno de los dos eran buenos poetas). Balaguer lo admitía, y de seguro hablaba con franqueza porque conocía bien del asunto: “Yo no soy un poeta, yo soy aficionado a la poesía”. Y entonces le confesó que su narrador preferido era Benito Pérez Galdós, que en la música popular admiraba al maestro Rafael Solano y reafirmó su vieja apreciación de que Juan Antonio Alix era el mejor poeta popular del país (“Si no lo conoce, se lo recomiendo... lo va a seducir. Es un monumento poético”).

Ya en la arena de la política internacional, Balaguer no quiso anticipar juicios sobre el futuro de Bill Clinton que recién se estrenaba como presidente de EUA. “Es un hombre que parece notable, pero hay que esperar”. Y por si fuera poco, agregó: “Por la presidencia de Estados Unidos han pasado muchos hombres notables que han resultado después desilusiones para América Latina”. Balaguer habló luego de Haití. Ya para entonces, Bill Clinton se interesaba en el tema haitiano y había enviado a preguntar a Balaguer su opinión, pero la solicitud se hizo privadamente y un funcionario de la Cancillería había cometido la indiscreción de divulgarlo. ¿Y sobre Cuba y Fidel Castro? “Gran figura que ha hecho logros considerables”, lo definió Balaguer. “Mi admiración para Fidel es la admiración que merece un hombre que lucha por su país, que tiene sus ideas que yo no comparto pero admiro”. Y destacó que, a pesar de que la OEA había excluido a Cuba de su nómina, él había establecido “un sistema que nos permite mantener las relaciones tradicionales con Cuba sin un compromiso diplomático”. Una historia que no se ha escrito aún del todo. Balaguer se mostraba contrario al bloqueo y sentenciaba que “al fin y al cabo, Cuba se mantendrá”.

Finalizando la entrevista, vino la pregunta miura de la noche: ¿Está usted decidido a renunciar a la candidatura presidencial del Partido Reformista? “No puedo (ser candidato) por la salud y por la edad”, le respondió. Pero, dejó gravitando la cuestión: “Yo no he renunciado a nada...yo quisiera seguir sirviendo a mi país...pero no puedo”. Justo un año después (la entrevista se publicó en el diario El Excelsior, de México y fue reproducida en el Listín Diario tiempo más tarde), cerrado a banda, Balaguer provocaría una de las crisis políticas más graves de la historia contemporánea, impidiendo el paso a la presidencia de José Francisco Peña Gómez y permaneciendo en el poder hasta 1996.

Tomás Borge falleció en Managua el 30 de abril de 2012, a los 82 años. El deceso de Joaquín Balaguer se produjo diez años antes, el 14 de julio de 2002, a los 96 años de edad.

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