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Juan XXIII mirando al futuro Un homenaje a Vaticano II

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Juan XXIII mirando al futuro Un homenaje a Vaticano II
El Papa Juan XXIII

En República Dominicana apenas comenzaban a sentirse los vientos de libertad de la posdictadura, cuando en Roma quedaba instalado, en octubre de 1962, el Concilio Vaticano II, uno de los hechos fundamentales de la historia religiosa contemporánea, cuyas decisiones modificarían, de alguna manera, el rostro y la práctica de la Iglesia Católica.

Juan XXIII, campesino nacido en una aldea de Bérgamo y quien, con los años, se convertiría en patriarca de Venecia, sería el responsable de convocar a los obispos de todo el mundo para ser partícipes de aquel gran evento eclesial, sin precedentes en la llamada era moderna porque la Iglesia tenía décadas sin reunir y consultar a sus prelados para examinar sus problemas y adecuar sus dogmas a la luz de lo que el propio "Papa bueno" había llamado "los signos de los tiempos".

Angelo Giuseppi Roncalli, el nombre que le dieron en la pila bautismal, había dicho que la idea de celebrar el Concilio le había llegado cuando se afeitaba un día en la mañana. Casi de inmediato, los conservadores de la curia romana se pusieron en movimiento para enfrentar la decisión papal, y hasta se llegó a plantear la necesidad de deponerlo, calificando el hecho como "una locura", acción en la que tuvo, al parecer, cierto liderazgo, el cardenal italiano Giuseppe Siri. Juan XXIII continuó, impertérrito, en su determinación de celebrar este cónclave, seguro como estaba que la Iglesia debía iniciar una nueva etapa en su misión evangelizadora, ante el rápido cambio que estaba viviendo la humanidad.

Juan XXIII iniciaba aquella reunión extraordinaria de 2.540 obispos en la basílica de San Pedro con un discurso que sellaba su inconformidad con la iglesia de ese momento y, al mismo tiempo, afrontaba las zancadillas anticonciliares de los representantes del sector conservador, a quienes llamó en sus palabras "profetas de calamidades que siempre están anunciando lo peor, como si estuviéramos ante el fin del mundo". Las líneas fundamentales de la renovación eclesial que buscaba Roncalli, se trazaban con absoluta claridad en ese discurso inaugural, aunque desde un año antes, cuando Juan XXIII publicaba su encíclica "Mater et magister" -acentuadas luego en su otra encíclica "Pacem in terris"- los teólogos comenzaban a descubrir el fervor renovador del pontífice.

No pudo terminar Juan XXIII el concilio que iniciara el 11 de octubre de 1962, pues fallecería un año después (justo en el año, 1963, cuando "cayeron" tres "juanes" clave para la historia del mundo, y para la dominicana: junto a él, John Kennedy y Juan Bosch). El magno evento lo clausura Paulo VI tres años más tarde, en 1965, cuando nuestro país sufría los rigores de la guerra civil y la intervención norteamericana. Tres años para producir una visión renovada de la doctrina católica, a través de cuatro constituciones, nueve decretos y tres declaraciones, documentos entre los cuales resaltan, a nuestro juicio, dos señeros: "Lumen gentium", que es la constitución dogmática sobre la iglesia, donde se encuentran los ejes básicos e invariables de su doctrina, y la "Gaudium et spes", que es la constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo actual, o sea, sobre la iglesia de esos años sesenta, un decenio que lanzaría al ruedo nuevos paradigmas sociales y éticos.

En estos días en que se ha conmemorado el cincuentenario de Vaticano II, he vuelto a releer la "Gaudium et spes", con todos los subrayados que hiciera ¡en 1966!, hace 46 años, que fue cuando comenzó la circulación y conocimiento de los documentos completos de Vaticano II, como producto de la militancia católica que promovían los sacerdotes jesuitas y los hermanos de la Salle, a través de los olvidados Cursillos de Vida y, posteriormente, de los denominados cursillos de sociología, que permitían evaluar con criticidad comparativa, la doctrina marxista y la doctrina cristiana. Eramos muy jóvenes aún (17 años recién cumplidos), pero ya estábamos haciendo anotaciones en los pocos libros a los que teníamos acceso, y en esta relectura comprobamos la trascendencia de aquel documento eclesial que nos permitía reconocer, desde dimensiones nuevas, los valores de la fe, la libertad, la conciencia, la comunidad humana, el bien común, los derechos humanos, el cambio social, la educación de la juventud, el matrimonio, la familia, la convivencia social, la economía, la propiedad privada, el latifundio, el dilema ciencia-religión, la cultura y el arte, entre otros temas.

El teólogo suizo Hans Kung -a quien Juan XXIII llamó para que fuera consultor del concilio- ha escrito que fue este gran pontífice "el que en un pontificado de cinco años escasos abrió las puertas a una nueva era en la historia de la iglesia católica". Y resume Kung sus logros: abrió para la Iglesia, imbuída de la Contrarreforma medieval y el paradigma antimoderno, el camino a la renovación; la proclamación del Evangelio adecuándose a los tiempos; el entendimiento con otras iglesias cristianas; la nueva actitud ante el judaísmo y otras religiones; los contactos con la Europa del este (recuérdese que estábamos en plena guerra fría); la justicia social internacional (ya delineada en la encíciclica "Madre y Maestra", 1961); la apertura al mundo moderno: y, la defensa de los derechos humanos (que Juan XXIII reforzaría en su encíclica "Paz en la tierra", 1963). Y agrega otros dos: el comportamiento colegiado que reforzó el papel de los obispos, y la nueva concepción pastoral del ministerio papal.

"Hay que volver a los documentos del Concilio Vaticano II", proclamó hace unos días Benedicto XVI en la conmemoración de los cincuenta años de este cónclave. Alguien ha recordado que en la inauguración del concilio estaba presente Joseph Ratzinger, entonces un joven profesor de teología, de 35 años de edad. Luego, Ratzinger pondría resistencia a las decisiones de Vaticano II, escribiendo incluso un libro contra las decisiones conciliares. Juan Arias, de El País, recuerda que Ratzinger, "de joven asesor progresista del Episcopado alemán pasó a ser el cancerbero de la inteligencia de la Iglesia, condenando a sus mejores teólogos". Este año, le tocó presidir la ceremonia de recordación de aquella memorable cita católica, afirmando que las preocupaciones de Juan XXIII y las de Pablo VI, son las suyas ahora: el "olvido y la sordera" hacia Dios, la necesidad de repasar la primera lección, la fe en Dios.

En la realidad concreta, Vaticano II eliminó la misa en latín, ofrecida de espaldas al público, privilegiando en la celebración de la eucaristía a las lenguas locales; transformó los altares, enviando al almacén las imágenes de santos que descuidaban la permanente ofrenda al Santísimo; permitió el surgimiento de la teología de la liberación, que Gustavo Gutiérrez impulsó hasta el delirio, con sus consabidos deslices; comenzó a defenestrar la vieja alianza con reyes y jefes de estado (el altar y el poder), y terminó de cierto modo con medidas múltiples que continuaban estáticas desde el Medioevo.

Juan XXIII enfrentó, resuelto, a los "profetas de calamidades" y -como dice Juan José Tamayo- "abandonaba la senda del dogmatismo, reconocía la importancia de los métodos histórico-críticos, y empezaba a caminar por las veredas de la interpretación". Quedan aún aspectos pendientes del amplio temario conciliar -entre ellos, la unidad de los cristianos- pero no hay dudas de que, contra todo ánimo contrario, el antiguo patriarca de Venecia renovó el carisma eclesial, transformó la práctica católica, y aunque están muy vivas las llamaradas de muchos infiernos terrenales sobre su techumbre de siglos, la persistencia de Roncalli logró su objetivo, hace cincuenta años. Antes, mucho antes, en 1932, él había escrito lo que luego sería una premisa de su pontificado:

"Yo permanezco en mis viejas posiciones; es decir: dar crédito a mis ojos, interpretar bien todas las cosas y complacerme en el bien antes que distraerme demasiado en la visión del mal. Y después mirar al futuro".

***

(Recomendamos la lectura de los siguientes textos consultados:

1) "Documentos completos del Vaticano II", Editorial El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, España, 1966. Existen ediciones de años recientes.

2) "Juan XXIII", la biografía escrita por León Algisi, traducido del italiano por Guillermo Gutiérrez Andrés. S.J. Editorial Sal Terrae, Santander, 1960.

3) "La Iglesia Católica", Hans Kung, traducción de Albert Borrás. Círculo de Lectores, Barcelona, 2002).