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La camisa sectaria

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La camisa sectaria
Juan Isidro Jimenes-Grullón

Cuando en 1938 Enrique Cotubanamá Henríquez redactó los lineamientos originales para la fundación del Partido Revolucionario Dominicano, se iniciaba la andadura del primer agrupamiento político formal contra la dictadura de Trujillo, que con el pasar de los años terminaría siendo la organización partidaria de mayor raigambre nacional durante varios decenios.

Un año después se daría forma definitiva al proyecto y un pequeño núcleo de exiliados creaba al PRD en la residencia habanera de don Virgilio Mainardi Reyna. Tal vez no resulte exagerado afirmar que desde su fundación se comenzaron a expresar discrepancias entre sus miembros. Las desavenencias, que alcanzaban el ámbito personal, entre Juan Bosch y Juan Isidro Jimenes-Grullón, llevarían a ambos a disentir hasta de la fecha de constitución del partido. El primero siempre dijo que fue 1939, y el segundo lo situaba en 1941. El dato parece insignificante, pero sirve de punto de partida de la extensa y tenaz disposición de los dirigentes de ese otrora importante colectivo político a crear fricciones, fomentar facciones y promover fracciones en su seno.

Dejando de lado las roturas que se produjeron en el destierro, constatemos las que se hicieron patentes una vez sus fundadores se instalaron en el país a la caída del régimen trujillista. Juan Bosch, constituido ya en el líder de dicho partido –no sin ciertas resistencias internas- vería pronto partir del grupo fundacional a varios de sus integrantes. Para las elecciones de 1962, Jimenes-Grullón hizo su partido propio. De los tres dirigentes que Bosch designara para que vinieran al país a establecer el partido poco más de un mes después del 30 de mayo, Nicolás Silfa creó el PRDA (la A era de Auténtico). Y más tarde, Mon Castillo tomaría las de Villadiego y después del golpe Angel Miolán se apartaría para siempre de Bosch y por largos años del PRD que ayudara a fundar. Incluso, Mainardi Reyna llegó a crear un partidito en Santiago. Tal vez el origen de los chiribitiles partidarios en nuestra historia posdictadura proviene de las variadas “tiendas aparte” que el perredeísmo fundador aportó a nuestro escenario político.

De ese armazón, que alcanzó niveles de poderío en varios tramos de su existencia, siguieron surgiendo nuevos grupos, las tendencias intrapartidarias –estrategia útil que se volvió contra su creador- hicieron colapsar fraternidades y agrietaron seriamente su estructura; su primer gobernante al ser derrocado dejó un grupo dirigente dividido y a sus masas dispersas; el segundo gobernante (poco estimado como tal), Molina Ureña, no logró nunca convencer al comité político del PRD de 1965 para que lo acompañara en la tarea de colaborar con su efímero y casi imposible mandato en los preludios de la guerra, en otras palabras lo dejaron solo; el tercero y el cuarto gobernantes provenientes de esas filas pugnaron uno contra el otro permanentemente, a un nivel de que el segundo obtuvo su victoria electoral arremetiendo en la tribuna contra el gobierno del primero (como consecuencia de esa falta de unidad, uno terminó sus días con un tiro suicida en su despacho, y el otro huyó a Atlanta y luego tomó cárcel en una vendetta insólita); el quinto gobernante fue también efímero y lo que quiso convertir en aval para lograr un periodo mayor al frente de la cosa pública, no fue posible debido precisamente a la gresca interna; el sexto y último hizo volar cabezas de iconos históricos, y el resto es historia conocida. Al día de hoy, ese PRD legendario es lo que más se parece a los célebres versos de Salomé: “memorias venerandas de otros días”.

Tan poderosa y dilatada ha sido la historia del PRD que de su seno surgieron los dos colectivos que acaban de enfrentarse electoralmente el pasado domingo. Setenta y siete años después, al margen de la existencia de sus siglas en un ya reducido espacio, dos desprendimientos de ese coloso histórico ocupan los dos primeros puestos del concurso nacional de votantes. Es un hecho incontrovertible que, tal vez, solo puede asemejarse al peronismo del que desciende la casi totalidad de los grupos políticos argentinos. Bosch conformó un partido de cuadros, de disciplina resistente a los embates propios de la política criolla, y a partir de 1996, contra toda dolama de los adversarios y enfrentada a las fórmulas fracasadas del disuasorio político opositor, las estrategias de su dirigencia máxima ha sido la más exitosa y resistente de la historia dominicana. Los que viniendo de las filas más recientes del perredeísmo establecieron un nuevo agrupamiento, intentando echar la pelea por el dominio del Estado sin resultados felices, son, empero, los nuevos herederos de esa comarca política originaria y los que, contra todo vaticinio, tienen sobre sus hombros la tarea de facilitar un nuevo destino a sus conmilitones.

Ambos, PLD y PRM, tienen un obstáculo a vencer, difícil en cualquier conglomerado humano: los fraccionamientos y la conformación de facciones que debilitan siempre las estructuras partidarias. Las divisiones agreden las estrategias y conducen a la derrota de los proyectos políticos. La izquierda marxista dominicana nunca ha sido opción de poder (ni siquiera sus remanentes actuales) a causa de su apuesta histórica faccionaria. El casi 62% que acaba de obtener el PLD en la cita electoral reciente, desmiente los pronósticos de su desgaste y le asegura larga vida si no se agrieta su estructura, si no se aplica una disciplina férrea dentro de líneas democráticas en su ordenamiento interno, si no se pone límites a discrepancias, juicios y actitudes que bordean el fanatismo. Si hacia dentro el PLD asegura unidad en la diversidad y los cuchillitos de madera no siguen lastimando su epidermis, podrá seguir disfrutando su cosecha de éxitos (Pablo McKinney la define de otro modo). Si hacia fuera el PLD abre sus puertas a todo el que desee inscribirse en los planes de consolidar la democracia dominicana desde sus fuentes direccionales, el porvenir del país luce despejado y sólido. El ganador de esta contienda en el discurso de celebración de su histórico triunfo, ha mandado a guardar en el ropero la “camisa sectaria” que tanto daño ha hecho a agrupamientos otrora poderosos como el PRD y a otros colectivos políticos en absoluta decadencia. El PRM tiene que verse en ese mismo espejo. Si –como se llamaba antes- el fantasma de la división por liderar ese circuito político lo invade, tendrá poco que ofrecer al electorado en las batallas por venir. Esto no quiere decir que no se planteen cambios estructurales y dirigenciales en ambos estamentos partidarios (una nueva generación comienza a manifestarse con bríos crecientes), pero dentro de unos bien razonados condicionamientos y sin fisuras al más alto nivel.

No se deje de lado este parecer, aunque solo sea para comprobarlo. Una parte importante de la estructura y bases de ambos partidos, hizo su propio rutero y perfiló con su voto opciones que tal vez no eran las de la dirigencia. Evaluar y conducir esas dicotomías aparentes, es tarea de los liderazgos una vez se termine de completar el proceso iniciado el domingo pasado. Las cabezas pensantes de La mancha indeleble surgen como pruebas al canto. Hay que lavar la camisa sectaria con jabón, cepillo y un producto químico especial para que la mancha se vaya, como relata Bosch en su célebre pieza cuentística. De lo contrario, la mancha se quedará ahí, indeleble, y a cada esfuerzo de borrarla se destacará más. El publicano Mateo reseñó para la posteridad un mensaje de su Señor que debe recordarse para los meses por venir: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se mantendrá en pie”.

“El país no quiere un pueblo dividido, sino de personas civilizadas que tengan la grandeza y la nobleza de quitarse la camisa sectaria y trabajar con la camisa de la unidad del pueblo dominicano”. Lo ha dicho el presidente Danilo Medina. Y es buen augurio, para su partido y para nuestro país. Los dominicanos lo eligieron con aplastante mayoría y lo que conviene al momento, una vez pase la cháchara poselectoral, habitual en cada certamen, es hacer caso a ese edicto. Luego, dejemos que el tiempo diga la última palabra.

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