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La carrera de un maratonista intelectual

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La carrera de un maratonista intelectual

No había alcanzado aún el calendario número 30 de su vida. Enseñaba estilo en la recién inaugurada Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo cuando recibió la llamada del primer presidente dominicano electo democráticamente luego de largas décadas de dictadura. Se formaba allí la hornada de periodistas que inauguraría la nueva etapa de un oficio largamente caracterizado por la sumisión abyecta, más en la línea de propaganda y adocenamiento.

Juan Bosch le pedía que fuese a verlo al Palacio Nacional. Imagino yo que aquella invitación desataría un tropel de conjeturas en la bien poblada cabeza del joven profesor, escritor y poeta, investido en filosofía y letras en el mismo centro donde formaba alumnos que hoy lo recuerdan con aprecio y respeto. Un par de años atrás, sus inquietudes literarias le habían merecido el Premio Nacional de Poesía. En 1962, se le reconoció como novelista. Quién sabe si El sol y las cosas, poemario aparecido en 1957, o la prosa de El buen ladrón, tres años más tarde, habían impresionado al mandatario que con cuidado brío armaba gobierno. Ambos escritores habían coincidido en un tema, Judas. Porque cuando el Profesor fue al grano, sus palabras revelaron que veía a su interlocutor como un par.

Más o menos:

“Te propongo el puesto de embajador en un país que a todo intelectual le gustaría, y a mí también, Italia”. Fueron los prolegómenos de la carrera diplomática de una de las figuras centrales de la literatura dominicana, de una mente lúcida que ha ocupado espacios diversos en el quehacer de la cultura y que aún enriquece nuestras letras con una columna periodística que, estimulante e iluminada, marca diferencia en el enrarecido mundo de la comunicación en esta geografía caribeña. Marcio Veloz Maggiolo se asoma a los 80 agostos, maratonista insigne de una carrera ininterrumpida de producción de calibre; asombrosa por la diversidad de las instancias que abarca, pero, sobre todo, consistente e insistente. Testigo de este y otros tiempos, encarna lo mejor del periodismo y también de las letras, la arqueología y antropología. Esa amplitud de mira –la excelencia siempre en la diana–, delinea el retrato de uno de los verdaderos protagonistas de nuestra contemporaneidad.

El ganador de tres ediciones del Premio Nacional de Novela marchó a Europa a representar la democracia caribeña que tantas expectativas había despertado tras el aluvión de votos que catapultaron al Partido Revolucionario Dominicano, formado en el exilio por luchadores antitrujillistas señeros, al poder. Quizás por haber vivido tantos años en el extranjero, distante de la insularidad dominicana, Bosch se proponía continuar la democracia de altos vuelos que había instaurado el dictador. Los propósitos y el estilo, evidentemente, eran diferentes. Para estructurar y narrar el nuevo relato político dominicano, la presidencia recién bautizada necesitaba embajadores preparados, de formación probada y en sintonía con la dinámica democrática. Marcio Veloz Maggiolo cumplía satisfactoriamente con las reglas boschistas para el servicio exterior y lo probó de inmediato.

Cuando el cuarto presidente de la República Italiana lo recibió en el Palazzo del Quirinale, la residencia oficial en Roma, se llevó una agradable sorpresa. Mientras el nuevo embajador dominicano aguardaba fecha para la audiencia oficial de presentación de credenciales, se ocupó de aprender italiano a tutta velocità. Antonio Segni pudo conversar tranquilamente en su lengua nativa con Veloz Maggiolo, de sangre italiana por el lado materno. Al igual que Bosch en la República Dominicana, Segni fue un presidente efímero.

Lo que sobrevendría después en el país marcó sin dudas a Veloz Maggiolo y reafirmó los motivos reincidentes en su obra literaria. El 25 de septiembre de 1963 cayó el gobierno de Bosch y menos de dos años después, tropas extranjeras desembarcaban en suelo dominicano por segunda vez en el siglo pasado. Se cerraba un ciclo, demasiado corto sin duda. Nuevamente planeaba la sombra de la desventura sobre el colectivo dominicano. Antes de que la novela del dictador rescatara en nuestro continente la tradición en lengua española luego del pistoletazo de Ramón del Valle Inclán con Tirano Banderas, ya el joven escritor dominicano trillaba el camino, con diferencias claro está, y convertía la historia en ficción y esta en historia para regalarnos una producción literaria digna de una difusión mayor. Las novelas de Veloz Maggiolo compilan la historia dominicana, mejor dicho, la tragedia de nuestra historia. Simultáneamente y por oposición, vivifican un grito de libertad al exponer con crudeza las derivaciones de la fuerza como elemento primario del ejercicio del poder.

Cuando salió de imprenta, Los ángeles de hueso fue quizás su novela más revolucionaria en cuanto a la forma. Con pincelada magistral, el escritor subvierte el ritmo y la cronología. La mente desquiciada del narrador acuna varios personajes que aparecen y desaparecen en el propósito del autor de resaltar hasta el paroxismo las consecuencias de la dictadura, de la impotencia. En lo individual trasunta el colectivo, y no falla la extrapolación porque todos somos Juan en la demencia que deviene escudo protector frente a la realidad avasallante. Sin proponérselo, Veloz Maggiolo adelanta la tesis de la desesperanza aprendida, del sicólogo norteamericano Martin Seligman, y que en el país ha trabajado con brillantez mi admirado Leonte Brea González. La locura como estrategia de preservación, como refugio inaudito, inaccesible, contra la vesania generalizada. La novelística de nuestro Marcio trasciende el boom latinoamericano en tanto se explaya en la sociología del colectivo sometido y el dictador, protagonista en el texto de los demás autores de la región, es un tropo más. Tampoco se acomoda a la típica novela histórica: oblitera la realidad y sobre los restos construye otra, discernible, sí, pero tan feraz en posibilidades interpretativas como para apellidarse universal. La opresión es una invención humana, y la libertad, como antídoto, un bien de todos.

Ingreso en arenas movedizas si violento el zapatero a tus zapatos y pretendo contrabandearme como crítico literario. Más en mis aguas con el Marcio Veloz Maggiolo periodista, aquel en la CIESPAL, en Quito, en la tarea de perfeccionarse en el manejo del género en el que ha hecho escuela. Con eficacia envidiable, se ha valido de la crónica periodística para acometer aspectos fundamentales de la cultura dominicana. Sus múltiples artículos sobre arqueología y antropología han fungido de ariete contra los mitos anidados en la ignorancia, pero también como faro que ha permitido descubrir facetas desconocidas sobre el dominicano, nuestro pasado antropomorfo, la herencia de los primeros isleños y la cristalización de la nacionalidad. Sus investigaciones científicas han encontrado en el periodista experimentado la ruta exitosa para comunicar las claves que descifran el arcano de nuestro pretérito.

Particularmente, Marcio Veloz Maggiolo me impresiona como el cronista urbano por excelencia, como el portavoz de Villa Francisca, donde creció y cultivó las dotes que lo han elevado a la cumbre del parnaso y la intelectualidad dominicanos. Cáveat, la popular barriada capitaleña es un micromundo en sí misma, pero su protagonismo en la prosa del periodista permite un atisbo certero sobre la evolución del Santo Domingo contemporáneo, millonario en habitantes, refugio o infierno para casi una tercera parte de la población total. Hay costumbrismo, descripciones fantásticas de personalidades, nostalgia a raudales y una fina sensibilidad social en El correr de los días. Temas aparentemente simples atrapan al lector gracias al estilo acabado, bien cuidado, del columnista lúcido. No hay resistencia al cambio, mas Veloz Maggiolo, como dramatis personae en el montaje que es la transformación de la ciudad, también metamorfosis acelerada de una sociedad o el tránsito de lo rural a lo urbano, no permanece impasible. En ese espejo del Villa Francisca apacible, de cuando el padre del hoy laureado académico fabricaba vinagre y él se deleitaba con las aventuras mágicas de Emilio Salgari, los viajes de Gulliver y el mundo fascinante de Julio Verne en el que se daba la vuelta al globo en 80 días, nos re?ejamos todos. Todos hemos perdido y ganado con el despido de la inocencia y la aceptación tácita o abierta de que, como humanos, nada nos es ajeno.

Hay una pasión que comparto, distancia guardada, con Marcio Veloz Maggiolo: el idioma. Lo ha estudiado y cultivado con vehemencia y una de sus entregas del año pasado resulta reveladora, muy a tono con estos fastos a propósito de los cuatro siglos del nacimiento del insigne Cervantes. Escribía sobre el porvenir del español dominicano, y en el título nos colocaba de entrada en un estadio superior. Advertía sobre la deformación del lenguaje por la contaminación que mana a chorros por el internet, y la inexistencia de un aprendizaje idóneo del medio que nos permite comunicarnos y también informa la singularidad del dominicano. Abundaba con erudición en la transformación del idioma que importaron los colonizadores, a fuer del contacto con otras lenguas como el portugúes y los dialectos ibéricos. Es aquí, en nuestra tierra, donde se incubó el español latinoamericano y se enriqueció la lengua del conquistador gracias al mestizaje y la influencia de las diferentes culturas que con?uyeron en el Nuevo Mundo. El momento trascendental corresponde a los primeros fundadores de la villa de Santo Domingo, en palabras de Veloz Maggiolo, quienes mantuvieron viva la lengua, “sin otra salida que la mezcla con las hablas del arahuaco”, hasta el refuerzo llegado de la Península en 1498. “Fueron la base viva de la nueva lengua que se extendiera luego con los llamados Viajes Menores y aún con los Mayores”.

Afortunados somos de que la vitalidad intelectual de nuestro Marcio Veloz Maggiolo no ha disminuido con el roce de la octava década. Por el contrario, las vueltas de calendario le han ensanchado el camino a nuevas aventuras en el saber, a emociones renovadas y a maneras elegantes de decirlo en poesía o en prosa, en diarios o en libros, pero con la disciplina y sensatez del joven profesor de estilo, del embajador novel que aprendió el idioma del país anfitrión mientras esperaba la unción oficial. Su desempeño como maratonista intelectual sin pausa es aleccionador.

(adecarod@aol.com)