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Ataques en Francia
Ataques en Francia

La Europa cautiva

Al magistrado Milton Ray Guevara, quien hizo historia en Niza como estudiante excepcional

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La Europa cautiva

Sin levantar sospecha alguna, el asesino ingresó a territorio francés por el punto fronterizo cercano a la ciudad italiana de Ventimiglia. Le amparaba un pasaporte británico auténtico, a nombre de alguien cuya identidad había usurpado. Absolutamente seguro de que tendría éxito la operación cuidadosamente diseñada por un grupo terrorista, se dirigió a Niza y una vez allí se alojó en el renombrado hotel Negresco, en la archiconocida vía Promenade des Anglais.

Se trata de un trozo de ficción correspondiente a una de las escenas del filme El día del chacal, basado en la novela homónima en la que el escritor británico Frederick Forsyth describe una trama para eliminar al entonces presidente de Francia, Charles de Gaulle. Realidad dolorosa, sin embargo, la misma avenida se ha llenado de espanto este jueves noche. Un terrorista se valió de un camión para embestir a lo largo de un tramo de casi dos kilómetros la multitud congregada para celebrar la fiesta nacional francesa. Sobre el pavimento y las aceras dejó un rastro sangriento de 84 muertos y decenas de heridos, algunos en grave estado. Nuevamente elegido un blanco emblemático en una fecha significativa en todo el mundo: la toma de la Bastilla, inicio de la revolución francesa y génesis del reconocimiento de los derechos humanos y los ideales asociados de libertad, fraternidad y solidaridad.

Con frecuencia preocupante, el fanatismo ataca con una eficacia sorprendente. Apenas unas semanas atrás y a propósito del atentado terrorista en el aeropuerto internacional Kemal Atatürk de Estambul, renegaba en estas páginas de toda noción de espontaneidad en la selección de los escenarios para reproducir desolación y muerte sin importar género ni edades. Me resisto a creer que la selección de los blancos terroristas obedezca al albur o a cuán expedito les resulta el camino a los yihadistas. Las barreras impuestas por las fuerzas de seguridad son muchas, y más sofisticadas que lo que informan soldados armados hasta los dientes, acorazados bípedos que se desplazan por los pasillos de los aeropuertos, las estaciones de tren y, tras la trágica experiencia parisina del año pasado, por los alrededores de donde se concentran grandes multitudes, caso de cada partido de la Eurocopa de fútbol que acaba de terminar, varios encuentros en el moderno estadio de Niza.

Hay un propósito implícito, relacionado con el odio contra una cultura que estos fanáticos visualizan como un engendro diabólico cuya eliminación es sine qua non para la victoria final de su interpretación muy particular de la religión musulmana. Quisieran verlo como un choque de civilizaciones, como erradamente lo bautizó Samuel Huntington. Aquellos que abominan de la tradición judeocristiana y las corrientes culturales en que se incubó el islam, en realidad representan una fracción mínima entre los seguidores del Profeta.

Escuchaba la transmisión en directo de una entrevista a uno de los vecinos del bulevar nizardo, coincidencialmente una estambulí cuyo esposo había tomado un vuelo dos horas antes del horroroso episodio en el aeropuerto de su ciudad natal, y me sobrecogió la descripción en inglés entrecortado de la carnicería protagonizada por el conductor en solitario. Me caló un argumento simple pero demoledor: las autoridades necesitarán desarrollar un instinto más perverso que el de los terroristas para adelantarse a sus planes macabros. Detrás asoma el peligro de que el extremismo se combata con medidas de igual calibre, en menoscabo directo de los valores que los franceses y todos con ellos celebramos a diario, no solo el 14 de julio de cada año. También un sentimiento de indefensión, porque, ¿quién hubiese imaginado que un camión se utilizaría como instrumento de terror con resultados tan bestiales? En el mundo de la revolución tecnológica, el sofisticado rifle para francotiradores del Chacal estaría más a tono. ¿Pero acaso no se valieron de machetes y cuchillos, arma esta última utilizada ya en la Edad de Piedra, los jóvenes fundamentalistas de clase media que protagonizaron la reciente matanza de turistas y foráneos en un restaurante de Daca, la capital de Bangladesh? El establecimiento comercial sirve comida española, es regenteado por dos argentinos, se encuentra en un barrio de clase alta donde viven diplomáticos y extranjeros que trabajan principalmente en la floreciente industria textil de Bangladesh. El capitalismo se ha globalizado; y también el terror, paradójicamente vendido como antídoto contra el primero.

Niza es un remanso de paz y colorido en la Provenza-Alpes-Costa Azul. La publicidad oficial turística asegura que descubrirla corta la respiración, que resulta muy difícil acostumbrarse a tanta belleza. Sobresale como la capital de la región más hedonista de Francia, cuna de grandes acontecimientos artísticos y otrora residencia veraniega de la élite y celebridades europeas, reemplazadas en la actualidad por los plutócratas árabes que se han adueñado de la Costa Azul. Como ciudad, no podría tener mejores vecinos en el mundo de la ostentación y la vanidad: Cannes, Saint Tropez y el Principado de Montecarlo. Niza es el Mediterráneo, esencia y presencia de una cultura que ha evolucionado mas aún conserva un esplendor desconcertante. La Promenade des Anglais, el Paseo de los Ingleses, simboliza tanto el savoir vivre como la placidez del paisaje urbano coronado por playas que se suceden la una a la otra en el contorno de la bahía apropiadamente llamada de los Ángeles. Caminar por ese malecón nizardo o sentarse en una de las tantas terrazas fortalecido por una copa de buen vino o, mejor aún, de champán burbujeante en el punto debido de enfriamiento, es cortejar el paraíso. Y revivir historias que son requisito indispensable para entender el porqué de la atracción inacabable de estos retablos citadinos de la Europa de antaño, una vez más en el presente a merced de los bárbaros.

Imponente por la fachada y la cúpula que se divisa desde lejos, el hotel Negresco define la tradición en la Promenade des Anglais hoy de luto. En mi prehistoria, visité la Costa Azul por primera vez con la intención de calibrar la calidad del festival de jazz que anualmente tiene lugar en San Juan-les-Pins, contiguo a Antibes y Niza, precisamente en esta fecha luctuosa. Apercibido estaba de aquella noche mágica en que Ella Fitzgerald, la gran dama del jazz, había hecho un dúo con una cigarra que se atrevía a trastornar el ambiente con su chirrido estremecedor. Son machos los bullosos, validos de unas membranas vibratorias que producen una infinidad de tonos diferentes difíciles de diferenciar por el oído humano. Ella lo hizo, y junto al insecto desafió los secretos del jazz y la naturaleza. Una mañana de esa jornada estival de aventuras me colé disimulamente en el Negresco. Ya sabía que la enorme lámpara, diseñada por Louis Eiffel, había sido un encargo del zar Nicolás II, fusilado junto a su familia en los albores mismos de la revolución rusa. Sin receptor que pagara la cuenta, la luminaria fue a parar al hotel situado en el número 37 del paseo marítimo ensangrentado por un terrorista solitario.

La cúpula del Negresco se advierte en Nunca digas nunca jamás, de la saga de James Bond. Ya antes Alfred Hitchcock había inmortalizado el hotel en uno de sus grandes filmes, Para atrapar un ladrón. Danny de Vito, Michael Douglas y Kathleen Turner se dan su vuelta por el Negresco en La joya del Nilo. Más recientemente, hace dos años, el genio de Woody Allen sitúa Magia a la luz de la luna, con Colin Firth de galán en esa comedia romántica de gracia singular, en la Côte d’Azur y una vez más la institución hotelera del Promenade des Anglais asume protagonismo. Frente al hotel, donado por su propietaria a una organización protectora de animales, murió la egregia Isadora Duncan. Suceso impresionante que recobra dramatismo con los acontecimientos de este jueves. La larga bufanda que llevaba atada al cuello la estranguló al enredarse en las ruedas del automóvil en el que se desplazaba por la Promenade des Anglais, frente al Negresco. Cuentan que la californiana Isadora, que con su arte revolucionó la danza de entreguerras, presintió su muerte y se despidió con un sombrío “adieu, mes amis. Je vais à la gloire” (adiós, mis amigos. Me voy a la gloria). Tal es el convencimiento de estos yihadistas cegados por el fanatismo y asidos a la creencia vana de que con su acción aseguran la salvación eterna, entretenidos por las huríes irresistibles. El Corán ciertamente habla del paraíso en términos que solo mentes turbadas pueden entender cómo código terrorista: “Y dales la buena noticia a los que creen y practican las acciones de bien, de que tendrán jardines por cuyo suelo corren ríos... (Corán, 2:25)”.

El terror se roba la tranquilidad y, de paso, tradiciones y recuerdos que han enriquecido generaciones de las culturas más diversas. Francia ha sido escogida como laboratorio de prácticas de esta locura que atenta contra los cimientos mismos de la civilización occidental. Un país tolerante, donde se incubaron derechos que hoy son universales, sufre los horrores de la pasión insensata de unos islamitas chalados. La carnicería en Niza motivó la cancelación del festival de jazz que también se celebra allí en estos días estivales. El programa sintetiza ese espíritu respetuoso de una Francia abierta a las corrientes más diversas del pensamiento y, a la vez, terreno fértil de las ideas que han fortalecido la savia intelectual del Occidente. Abdullah Ibrahim, luchador incansable contra el apartheid de su Sudáfrica natal, actuaría con su quinteto. También Avishai Cohen, judío a carta cabal. La británica Laura Mvula, cuyo apellido delata su raíz africana, aportaría vistosidad a esos días fecundos de música en el Théâtre de Verdure, en la Place Masséna donde una vez estuvo el famoso Casino Municipal, paralelo cercano a la ensangrentada Promenade des Anglais y tránsito hacia la Vieille ville de Nice, en cuyas callejuelas se entretejen lo francés y la herencia musulmana que ha llegado sin colador desde las antiguas colonias.

Duelen en el alma esas vidas perdidas a causa de la insensatez. Tanto como la verdad de que el mundo que conocimos ha cambiado, que nunca será igual y que la muerte acecha en la Europa cautiva. El rapto de Europa, otro de los cuadros magistrales de Goya en el Museo Nacional del Prado, escapó de la mitología y se refugió en la contemporaneidad con pinceladas de absoluta tragedia.

adecarod@aol.com

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