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La voz de mi juicio

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La voz de mi juicio

Acaba de publicarse el libro Las voces del juicio, entrevistas a críticos-escritores dominicanos. Me permito reproducir solo seis de las respuestas que diese a las diecinueve preguntas que forman la entrevista, incluida en esta obra, que me hiciese Basilio Belliard, editor de la misma, con el fin de contribuir al conocimiento y valoración del libro como instrumento en la historia y desarrollo de los pueblos.

En total, son once escritores los entrevistados. De éstos, ocho recibieron sus cuestionarios-modelo elaborados por estudiantes de letras de la UASD, como parte de un ejercicio destinado a promover la difusión de la lectura (José Mármol, Bruno Rosario Candelier, Manuel Matos Moquete, Manuel Núñez, Soledad Álvarez, Plinio Chahín, José Enrique García y Manuel García Cartagena). Otros tres, recibieron directamente el cuestionario de parte del profesor Belliard (Diógenes Céspedes, José Alcántara Almánzar y José Rafael Lantigua).

¿Leer nos hace personas diferentes a las demás y nos hace poseedores de poderes especiales?

Nos hace personas con mejores niveles de conocimiento y, por tanto, con mayor capacidad para comprender el curso de la historia y sus influencias en nuestras vidas, los valores del arte, la elevación de la poesía y sus signos, para decir algo, pero no nos otorga poderes especiales. Esa es una materia que deberíamos dejársela a Batman o a James Bond. Hay una realidad: muchas personas alcanzan la felicidad y el bienestar, espiritual o material, o ambos a la vez, sin haber puesto nunca sus ojos sobre un libro. Otros, llegan a ser millonarios y empresarios de éxito combinando ambos elementos: son lectores voraces y hombres prácticos y emprendedores. Esa combinación sí que produce “poderes especiales”. Y conozco varios casos. Ahora, los que no podemos entender la vida sin la lectura de un buen libro, nos sentimos incómodos con los que no han hecho vocación en esta onda. Desde luego, hay que establecer categorías. Hay lectores de un solo tipo de lectura, o de dos. Yo creo en el lector total, el que no desdeña ningún área de pensamiento o creación. Tan útil me resulta el conocimiento poético como el histórico, el filosófico como el científico, la literatura de creación como la literatura deportiva, el ensayo literario como el ensayo político. Esa “totalidad”, cuando se sale del ámbito estrictamente académico y se inserta en el emprendedurismo de nuestros tiempos o en el ejercicio profesional, político o empresarial, sí que resulta un productor de “poderes especiales”.

¿Qué libro en especial o autor transformó o modificó su vida espiritual, intelectual y cultural?

Nunca he creído que un libro o un autor puedan crear patrones de conducta ni modificar nada. Pueden facilitar conocimientos que mejoren tu manera de pensar y evaluar las realidades vitales, impulsando saberes culturales que con toda seguridad te conducen a tener una mejor visión del mundo. Pero, de ahí a que exista un libro que modifique conductas, o viabilice fórmulas, no puedo señalar ninguno. No me gusta el recetario. Ahora bien, sí creo en libros que te ayudan a crecer como ser humano y a enriquecer tu percepción de la vida, como te puede ayudar por igual un consejo en un momento determinado de tu existencia o un hecho fortuito que marque tu realidad presente o futura. No radicalizo los valores de la lectura. No obstante, si anoto alguno que haya despertado en mí ciertas inquietudes literarias o espirituales, creo que hay un libro que marcó una etapa de mi vida. Me lo regaló, siendo yo un adolescente, el padre Ramón Alonso, quien fuera rector de la Universidad Católica Santo Domingo y de quien fui su asistente en Moca en los años en que estuvo allí. Se llama El pan nuestro de cada día de Gustave Thibon, un librito formidable, de reflexión filosófica, que aún conservo. Otros dos más, La hora 25 y La segunda oportunidad de Virgil Gheorghiu, que me introdujeron en la dolorosa realidad de los totalitarismos. Y de George Orwell Rebelión en la granja mucho más que 1984. En la introducción de mi obra Espacios y Resonancias doy cuenta de otros libros que formaron mi pasión de lector.

¿Para qué sirve leer si hay tantos libros, si es más fácil ver películas?

La pregunta no la entiendo bien. Parece una sorna desfigurada. Una cita de algún desbocado que te hirió haciéndola. Son dos disciplinas distintas, aunque a veces se complementen. Cine y literatura casi siempre debieran caminar juntos, pero no son pocos los literatos que no van al cine. Y cineastas que no leen. Con la falta que le hace una cosa al otro. Hay que unir ambas cosas, no desdeñar uno por ser fiel al otro. Es un desaguisado enorme.

¿Por qué usted escribe o hace crítica, ensayo, poesía, novela o cuento?

Comento un texto literario porque me complace compartir mi experiencia de lector con otros lectores activos y potenciales. Hago poesía porque creo en el género como un reconstructor de la memoria desde otro plasma que no sea el histórico y como un ejercicio donde la palabra y el lenguaje ocupan un lugar de privilegio que no tiene en otros géneros. El ensayo es una materia muy noble y me encandila más leer los estupendos textos de tantos buenos escritores que escribirlos. Me quedo perplejo ante tantas inteligencias notables que producen ensayos memorables, perennes. Es una lástima que un género noble sea a veces utilizado para el infundio y el ultraje.

¿Hubo antecedentes de lectores en su casa? ¿Cómo descubrió usted la lectura?

Ya dije que mi madre que alcanzó solo un sexto de primaria, pero tenía una letra dibujada, maravillosa, leía libros, revistas y periódicos. Cuando vimos que ya no le llamaba la atención leer los periódicos y una u otra revista que le gustaba, nos dimos cuenta que ya se estaba despidiendo de este mundo. Y así fue. Murió a los 93 años totalmente lúcida. Pero, fíjate, en días pasados, cenando con tres de mis hermanos de padre, como yo no me crié con él, el mayor de ellos me confirmó que mi padre leía mucho y que no se acostaba sin leer. Qué cosa más interesante. Eso yo no lo sabía. Justo lo que hago a diario. Mi padre murió en La Vega, de donde era nativo, hace más de veinte años. Sé también que en una sección de sangre de mi madre, no reconocida, hubo escritores, cuyos nombres conocemos, pero que prefiero no mencionar.

¿En qué tendencia crítica se sitúa usted? ¿Podría justificarla?

Nunca me he preocupado por eso de tendencia. Lo único que he sido es un cronista literario, un periodista cultural que se ha desvelado siempre por exaltar la literatura dominicana y a sus protagonistas. ¿Tiene algún nombre específico esta “tendencia”?

Lea la entrevista completa en “Las voces del juicio”. O en www.jrlantigua.com

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