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Nostalgias mocanas

Cuando cruzo por debajo del Viaducto, ese querido tren que venía e iba desde un pueblo hasta otro, llegaba a Moca, y se despedía hacia otros tantos, al verlo ahora con sus rieles destruidos, con solo un poquito de espacio donde vive pobremente un trencito muy antiguo, me da mucha nostalgia. Esos restos moribundos del Viaducto han quedado, a pesar de los pesares, como un testimonio silencioso de lo que era un recorrido veloz que arrastraba algarabías. Debo decir que todavía queda un manojo de “nomeolvides”, de una nostalgia que crece en el paso, no de los jóvenes de hoy, sino de los que nacimos y crecimos en Moca y ya los años nos miran con un pasado corporal, alguans veces ya olvidado.

Ya ese tren no pasa desde Puerto Plata, Santiago, Moca, con sus locomotoras Anacaona y Enriquillo, que llegaban puntuales los martes, los jueves y los sábados, para dirigirse de frutos rebosantes hasta Estancia Nueva, La Vega, Macorís, Samaná, Salcedo, Pimentel, Las Cabuyas, Arenoso, Villa Riva, Bajaboníco, Altamira, Navarrete, Ceiba de Madera, con un silbato anunciando su llegada. Llegaba cargado de alegría, mensajes, rostros sonreídos, lágrimas de despedida, con algún caballero distinguido o una dama que iba a curar sus penas de amor. También algunos dejaron sus raíces: Bogaert, Mariotty, Collins o McGregor. Holandeses, escoceses, norteamericanos, unieron sus manos con los dominicanos.

Una bella historia de amor tejió el Viaducto. La de un conductor y una bella pasajera que venía de Jábaba: Nica y Chito estarían unidos por toda su vida y en una bella historia de amor, en la que ella lo esperaba sentada en una mecedora, a la puerta de la casa, escuchando canciones de Los Panchos, Toña la Negra y otras tantas que en ese tiempo estaban de moda. Esas hondas raíces del recuerdo mantienen vivo ese tren en mi recuerdo y esa historia de amor, por lo que escribí un cuento. El Callejón de las Flores, mi libro donde vive ese cuento, toma de la mano la casa de la familia Sanoja, la fábrica de mentas de Guayo Liriano con su casa llena de begonias, por donde, yo desde niña, vía pasar el Viaducto.

El tren comenzó a dejarnos por los años 50, pero su memoria ha quedado en mi vida, en el amor y los sueños de otros mocanos que al igual que el tren me han dejado el corazón y el alma repletos de muchas cosas que ya no están en Moca. ¡Moca de mis amores... cuánto has cambiado. Pero a pesar de los pesares, te sigo amando!