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Peripecias de un retorno

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Peripecias de un retorno
Edificio Focsa en La Habana.

Tras la muerte del tirano en mayo del 61, Tulio Arvelo, exiliado desde 1947, debió permanecer fuera de su país ocho meses más. “Solamente lograría regresar después de salvar innumerables escollos a base de titánicos esfuerzos” -nos dice el luchador antitrujillista en sus memorias, quien se hallaba entonces residiendo en Cuba, donde laboraba en la Administración General de Ingenios. Las agencias de inteligencia norteamericanas habían hecho circular a nivel internacional una lista de nombres de exiliados a los cuales se les vedaba el acceso a vuelos con destino a República Dominicana. Y obvio, sobre los cuales pesaba impedimento de entrada a su territorio. Para Tulito, se trataba de la existencia del “trujillato sin Trujillo”.

Era una manera de mantener el control del proceso de transición por parte de EEUU, mientras se bregaba con el binomio Ramfis-Balaguer, Echavarría-Balaguer y luego el Consejo de Estado presidido por Bonnelly, cuya tarea sería conducir al país y organizar elecciones en un plazo razonable.

Fuera de los compromisos laborales, “las noches y los días festivos los dedicaba a mis actividades dentro del partido” (Partido Socialista Popular), monitoreando la situación dominicana con la mira puesta en el regreso a corto plazo. En julio del 61, el Comité Central del PSP –tomando nota de la llegada al país de los tres comisionados del PRD, Miolán, Silfa y Castillo- celebró en La Habana un pleno ampliado, en el cual se decidió enviar una delegación integrada por José Espaillat, residente en New York, y Tulito Arvelo, usando como ruta esta última ciudad.

“El plan era ir primero al Canadá en un avión tipo C-46 de los que hacían la ruta La Habana-Toronto. Como medida precautoria se nos proveyó de sendos pasaportes cubanos que utilizaríamos para ingresar a ese país”. Los delegados viajarían en un avión de carga “amarrados a unos sillones improvisados entre aguacates y otros frutos cubanos”. Llegaron a Toronto el 4 de agosto, pernoctaron y emprendieron la ruta por carretera hacia NYC. “Al llegar a la frontera presentamos, como era de ley, nuestras tarjetas de residentes en los Estados Unidos, conjuntamente con nuestros pasaportes dominicanos en los que estaban asentadas nuestras visas de entrada. Una vez que fueron examinados los documentos, sin decirnos nada se nos envió detenidos a una oficina de más categoría en la ciudad fronteriza de Niágara Fall.”

Durante ocho horas permanecieron detenidos e incomunicados en una habitación, temerosos de que se les practicara un registro que detectara que eran portadores a la vez de sendos pasaportes cubanos, lo cual empeoraría su situación. Finalmente los liberaron entregándoles sus documentos y equipaje, conduciéndolos a una estación de autobuses para reemprender el viaje. El oficial de inmigración que los acompañó todo el tiempo, les explicó que la demora se debió a que la indagatoria acerca de la autenticidad de su documentación se había realizado en Miami –lugar de ingreso a territorio americano marcado en sus pasaportes.

Nunca se supo que procedían de Cuba, cuyas relaciones con EEUU estaban al rojo vivo. Aliviados, arribarían a New York, sólo para enterarse que a las compañías de transporte aéreo y marítimo se les había prohibido venderles pasajes a determinados dominicanos, entre los cuales ambos sujetos encabezaban la lista de encartados. Fracasado en el intento, Arvelo optó por regresar a Cuba para reintegrarse a su trabajo y rendir informe de la misión. La misma vía en autobús hasta Toronto, con múltiples paradas que permitían apreciar “los tranquilos y pintorescos pueblos de la ruta”, que aún bajo aquellas circunstancias le hicieron placentero el trayecto. Muy distinto a la experiencia que le esperaba en el vuelo del C-46 desde Toronto a La Habana.

“El avión que me tocó en esa oportunidad transportaría una gran cantidad de cerdos que llenarían una imperiosa necesidad producida por el boicot a que ya tenían sometido los Estados Unidos a la Cuba revolucionaria. Todo el espacio disponible...estaba reservado a la preciosa carga. Los animales eran de una raza especial en la que cada espécimen era de una corpulencia nunca vista. Como el único pasajero era yo, se me asignó un pequeño espacio ubicado entre la cabina y el puesto de mando, de manera que las únicas posiciones que podía adoptar eran, sentado, o en pie. No podía recostarme, con el agravante de que el viaje comenzó ya de noche”, y nuestro pasajero necesitaba por lo menos dormitar.

Tan pronto el avión tomó altura, los cerdos comenzaron a inquietarse, empujándose mutuamente y cambiando de lugar. “Para mí esos incidentes no alcanzaron mayor importancia hasta que oí al capitán del avión decir al encargado de los puercos que tratara de mantenerlos tranquilos porque si se agrupaban en un solo lado la nave perdería el equilibrio lo que podría acarrear fatales consecuencias. Oír esto y levantarme de mi incómodo sitio para auxiliar al encargado a mantener el orden en la manada, todo fue una. Pasé toda la noche con una larga vara en las manos con la que mantenía a raya a los cerdos que trataban de encaramarse sobre el que les quedaba enfrente. Fue una verdadera noche de angustias y esfuerzos para evitar fatales consecuencias.”

Ya de nuevo en La Habana, Tulio se reintegró a su rutina. Vivía en un apartamento cedido al PSP por el gobierno en el edificio Focsa, de los mayores y más modernos de la ciudad, en el cual compartía con Justino del Orbe y su familia, así como con los hermanos Abelardo y Vinicio Vicioso. Dominicanos no relacionados con ese partido también ocupaban ocasionalmente habitaciones, como fuera el caso de Niño López. Coincidiendo en la hermosa capital cubana, se hallaban el doctor Pericles Franco Ornes, médico eminente dirigente del PSP, y su esposa Gilda Pérez, quienes mantenían viejas relaciones de amistad con Arvelo y disfrutaban de una confortable residencia. Contratado el primero desde México por el gobierno para realizar trabajos de investigación científica, a fin de compensar el masivo éxodo de galenos cubanos.

La obra de Arvelo narra las incidencias de dos intentos de suicidio de un dominicano en casa de los Franco-Pérez, bajo la obsesiva creencia de que Tulito –quien vestía ropa de miliciano y portaba pistola- pretendía entregarlo a las milicias revolucionarias para que lo fusilaran, ya que mantenía posiciones disidentes. Tras uno de esos intentos fallidos, Gilda –una mujer solidaria y corpulenta-, aplicando ante el suicida una lógica rotunda, le dijo convincente para tranquilizarlo: “Pero, si tú te quieres suicidar, qué te importa que te fusilen”.

Refiere la división en el seno de la directiva del MLD que organizó la expedición del 59, radicada en Caracas, y el reemplazo de dos de sus miembros renunciantes por Juan Ducoudray y por el mismo Arvelo, a iniciativa de Pancho Castellanos, su presidente. Pondera el carácter pionero del Movimiento Popular Dominicano en cuanto al retorno de los exiliados, todavía en vida de Trujillo, cuando sus dirigentes Máximo López Molina y Andrés Ramos Peguero se acogieron a las garantías ofrecidas por el régimen, llegando al país el 4 de junio de 1960. Donde pronto abrieron local en la avenida Trujillo Valdez No.12 (hoy Duarte), en el corazón del populoso barrio de Villa Francisca, colocando sendas bocinas en el balcón de una segunda planta desde las cuales se difundían mensajes antitrujillistas. En una acción a todas luces temeraria.

López Molina había pertenecido al Frente Interno en Puerto Plata, condenado a 20 años a raíz de la expedición de Luperón en el 49. Miembro del PSP, al igual que Pablo Martínez y Tiberio Castellanos, se separó de sus filas en La Habana, fundando el 20 de febrero de 1956 el MPD, cuyo órgano Libertad contaría con Julio César Martínez. En uno de sus editoriales (“Lucha interna o Trujillo siempre”, Libertad No. 9, octubre 1957), se planteaba la necesidad de “enfrentarse a la fiera en su propia madriguera”. Con lo cual se enfatizaba la estructuración de un movimiento de resistencia que fuera capaz de convertirse en contraparte de los esfuerzos insurreccionales que se fraguaban desde el exilio.

Ramos Peguero había salido clandestinamente del país por Haití con su hermano Chino a mediados de los 50, radicándose en Cuba. Combatió junto a Raúl Castro en el Segundo Frente Oriental, alcanzando el grado de capitán del Ejército Rebelde. Envueltos en una compleja operación de inteligencia de zanahoria y garrote, fraguada por la maquiavélica mente de Johnny Abbes, López Molina y él alcanzaron notoriedad pública en el marco del libreto, asumieron riesgos y sufrieron represión –asaltos al local, detenciones, cárcel y asesinato de miembros del partido. Todo ello en el contexto de la confrontación del régimen con los EEUU, que buscaba atemorizar a los gringos mediante el coqueteo con los comunistas y el campo socialista.

En su obra, Arvelo relata la encomienda de Abbes a Ramos Peguero, para convencer en New York a José Espaillat y a otros exiliados de regresar. Lo mismo en La Habana, donde hizo contacto a iguales fines con la dirección del PSP. En esas estaba, cuando se produjo la invasión de Playa Girón y fue detenido bajo sospechas. Tras meses en prisión, los miembros del PSP dominicano gestionaron su liberación ante el PSP cubano, lográndola. Correspondió a nuestro autor diligenciarle boleto aéreo para Kingston, viabilizando su rápida salida de Cuba.

Ramos Peguero, un hombre de acción que se vería envuelto en la vorágine revolucionaria de los 60 e inicios de los 70, tendría un trágico final bajo los 12 años de Balaguer. Máximo López Molina, con gran protagonismo en la política dominicana de los 60, se establecería en Francia por el resto de sus años. Donde todavía vive acomodado por las atenciones de la emprendedora madame Huguette Lefrere, una exitosa propietaria del Hotel du Danube de París que brindó generosa hospitalidad a los exiliados dominicanos. Bosch incluido durante su etapa europea, antes de su retorno en 1970.