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Tardes del Paladión

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Tardes del Paladión
Cartel de la Revolución rusa. (FUENTE EXTERNA)

A finales de 1924 la revista La Opinión reservó una sección al grupo cívico cultural Paladión para que publicara sus textos. Prats Ramírez, Carlos Sánchez y Sánchez y su hermano Tongo -mi vecino de la Francia con Puche-, Cristian Lugo, Jesús Ma. Troncoso, Julio Cuello, Cundo Amiama, Rafael Andrés Brenes, Juan José LLovet, Paíno Pichardo, Díaz Ordóñez, cubrieron dicha sección, reflejando el quehacer de los jóvenes intelectuales progresistas del Santo Domingo de los tormentosos años 20. Gracias al trabajo de Alejandro Paulino y a su edición (El Paladión: de la Ocupación Norteamericana hasta la dictadura de Trujillo), podemos disfrutar hoy de este paladeable material del Paladión.

Una de las maneras de integración de este grupo eran las llamadas Tardes del Paladión, sesiones efectuadas entre 5 de la tarde y 7 de la prima noche en su local de Duarte con Billini. La agenda, abierta a contingencias culturales y políticas que motivaban a los contertulios, como lo evidencia una de esas veladas dedicada a conversar en términos admirativos sobre la Revolución Rusa y la vigorosa literatura de ese país. Referida en crónica de Manuel “Cundo” Amiama en la revista Blanco y Negro de abril de 1925, cubriendo la siguiente temática: “La visita del ruso Kohaz. La situación de Rusia. ¿Existen en nuestro país problemas sociales? Opiniones encontradas. La intervención y el internacionalismo.”

El texto de Amiama, de prosa suelta y directa, revela su sólida formación y el manejo diestro de la lengua que ejercitaría en el periodismo diario –fue director de El Siglo, La Opinión y La Nación-, en la producción académica con obras de derecho constitucional y derecho administrativo, así como en la literatura con sus novelas El Terrateniente y El Viaje. Cercano a mi familia, padre del entrañable Tavito.

“Son encantadoras e instructivas estas tardes del Paladión. Cuando se reúne en el local de la calle Duarte, en el espacio de ateneo que allí se forma cada tarde, después de las tareas cotidianas, se provocan sin remisión las más interesantes discusiones. Además de los fogosos jóvenes del Paladión, siempre hay allí presentes intelectuales transeúntes que vienen a ofrecer una visita de cortesía, narrando sus impresiones o lanzando sus ideas. La última sorpresa fue la de un joven ruso –ruso auténtico– que a su vez fue presentado por un entusiasta idealista cubano, el señor Emiliano Miami.

El ruso entra, acompañado de su introductor, y va estrechando las manos cordiales que le extienden los jóvenes del Paladión allí presentes: Carlos Sánchez y Sánchez, escritor y poeta; Francisco Prats-Ramírez, vigoroso orador y periodista; Juan José Llovet, escritor y poeta; Tongo Sánchez y Sánchez, escritor y músico; Eduardo Soler hijo, ingeniero, y el que suscribe. Se hace un paréntesis de silencio, durante el cual el joven ruso expresa ciertos puntos relativos a su personalidad.

Este ruso es un tipo interesante. Se llama, exactamente, Arón Kohaz; es natural de Mohilov, capital del gubernia del mismo nombre, situado en la Rusia occidental; tiene actualmente 35 años; salió rumbo a Buenos Aires, donde residió 13 años, aprendiendo allí el español, con esa asombrosa y misteriosa facilidad que tienen los rusos para aprender las lenguas vivas. Vivió luego en Rosario, La Plata, Santa Fe y –en una palabra– conoce casi todos los países de la América Latina. Después de salir por primera vez de Rusia, ha vuelto a ella por tres ocasiones, la última vez, en el año 1916, es decir, un año antes del estallido de la revolución Kerenskiana. Después que el joven ruso nos expresa los supradichos datos, las preguntas llueven y yo, lápiz en mano, voy apuntando, en forma de preguntas y respuestas, las partes más saliente de la interesante conversación.

¿Se interesan Uds. por las cosas de Rusia?, pregunta el ruso. Y todos a coro: —¡Oh sí! Hemos seguido paso a paso la gran conmoción producida en aquel gran pueblo por la revolución social. Nos interesamos mucho también por la literatura de Uds., que pensadores tan fuertes como Baroja, en España, France, en Francia y Pirandello, en Italia, consideran como la más robusta literatura actual. Nos son familiares Gogol, Puschkin, Nekrasov, Bakounine, Dostoyevski, Turguenieff, Tolstoy, Andreiev, Chejov, Korolenko, Kuprin, Gorki, Averchenko, el mismo Lenín, y otros tantos fuertes y personalísimos escritores. Nos atrae sobre todo, Dostoyevski, a quien El Paladión considera uno de los cerebros más grandes de la humanidad. Y, a propósito, ¿qué es de Kerenski, aquel pobre revolucionario equivocado?

—Kerenski está en París, desde donde sigue, como buen ruso, ocupándose de la política de su país. —¿Ha seguido Ud. atentamente la evolución de Rusia bajo el nuevo régimen político-económico-social? El ruso: —Oh, sí. Nunca he dejado de recibir y leer la prensa de mi país, sobre todo el Izvestia, que es, bajo el régimen comunista, lo que bajo el régimen zarista fuera el Novoye Vremia, algo así como lo que es aquí el Listín Diario, el periódico más representativo. Rusia ha progresado mucho bajo el régimen comunista. El engranaje administrativo funciona con regularidad y eficacia, manteniendo el orden y promoviendo el fomento del país. En cuanto al pueblo, este trabaja y estudia con entusiasmo, y sobre todo el elemento juvenil, libertado de las viejas trabas y miserias, se encamina cada día hacia un estado de superior civilización.

Los jóvenes del Paladión: —En la revista Clarté, de París, Pirijanine ha traducido últimamente un artículo de un gran periodista ruso, en el cual se evidencia el auge alcanzado por la instrucción pública. El ruso: —Oh, sí, se labora mucho por la instrucción del espíritu revolucionario, que poco a poco va trascendiendo al mundo, y la revolución vendrá dondequiera que existan los problemas sociales derivados del régimen capitalista. ¿Estiman Uds. que hay en este país problemas sociales?

En este punto, la discusión se hace violenta, ensordecedora, desordenada, pues mientras unos, como Llovet, aseguran que no hay en nuestro país los problemas sociales que específicamente se derivan del capitalismo, los demás creemos que sí existen esos problemas, aunque no en la forma que lo creen ciertos elementos que erróneamente se llaman obreros y confunden el sindicato defensivo con el gremio corporativo. Lo que sucede es que los problemas sociales nuestros no han llegado al estado de crisis y que, por consiguiente, podemos irlos resolviendo por medios evolutivos y no revolutivos.

El ruso confirma nuestras apreciaciones y dice más o menos: —En los campos y en los ingenios hay problemas económicos típicos que no están resueltos. Los obreros no pueden ser felices en las condiciones en que están. Saben que hay medios de lucha, o no lo saben. Pero el problema social existe.

El ruso nos pregunta nuestra opinión sobre la intervención militar y le contestamos: —Sin considerar si material y políticamente la intervención le convino o no le convino a nuestro país, repudiamos todo hecho de fuerza que no se justifique por un ideal excepcionalmente superior. Nosotros, los jóvenes del Paladión, profesamos los hermosos principios del internacionalismo, pero a base del respeto de las nacionalidades, porque estas representan hechos históricos consumados que solo una evolución lenta, que necesita acaso siglos, puede borrar. Rechazamos el chauvinismo, aunque lo disculpemos cuando él es el resultado legítimo de una reacción contra las violencias de la fuerza. El ideario del Paladión no está aún completamente trazado; siempre estará abierto para las buenas tendencias.

El ruso asiente meditativamente con un gesto de la cabeza, una cabeza de perfecto tipo caucásico, de un ángulo facial amplio, espléndido. Sus ojos verdes, grandes e inteligentes, miran hacia el vacío, como abismados en el recuerdo de la lejana Rusia. Son ya las 7 de la tarde. La reunión se disuelve, y el joven Kohaz, a quien ya llamamos ‘nuestro amigo ruso’, nos promete venir todas las tardes.”

Rafael Andrés Brenes –figura del Postumismo, jurisconsulto de altas luces, padre de Breno, Cholo y Francis- estampa otra de estas veladas.

“Era una tarde de diciembre. En aquel rincón simpático estábamos casi todos. No sé cómo fue tomando bríos la conversación, ni cómo Carlitos y Llovet se enristraron en una de las más pintorescas discusiones. Cristián los miraba a ambos inclinando la cabeza sobre el hombro izquierdo... no le da importancia al que se golpea el pecho con las manos ni al que descarga, de cuando en cuando, colérico, un puñetazo sobre los papeles que llenan el escritorio de Panchito Prats. Julito Cuello, la silla recostada sobre la pared, finge leer un periódico. Jesús María, sentado sobre una pequeña mecedora, recoge los pies y separa las piernas, mientras la mano izquierda reposa dentro del bolsillo del pantalón crema y la derecha se agarra al bastón gris a ramos negros..

Tongo Sánchez, en otra mecedorita, con las piernas extendidas y ambas manos en los bolsillos del pantalón, con su cara muy seria y sus ojos oblicuos, contempla a los que discuten. Pero es que no puede ser, dice Panchito asomándose a la puerta de su dormitorio con la cara enjabonada. Pues sí puede ser, replica Cundo Amiama tumbándole la ceniza a su cigarrillo. Ahí está, dice Llovet abriendo la mano izquierda hacia arriba en dirección a Cundo, mientras sus ojos parece que se le van a salir de las órbitas, van de Carlitos Sánchez a este, con un gesto tan cómico, que todos prorrumpimos en una sonora carcajada.

Llovet, Prats y Amiama resultan papeles secantes de oficinas de redacciones de periódicos, que, después de absorber durante el día tantas ideas y tantas noticias, van en la tarde a verterlas y a discutirlas entre libros, papeles y retratos. Literatura, amor, política, sociología, ciencias, en un franco ambiente de cordialidad. Si acaso, los nervios un poco excitados.”