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Tulito se enrola en la Revolución

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Tulito se enrola en la Revolución

Tras el fracaso de la expedición de junio del 59, en la cual no pudo participar por motivos de salud, Tulio Arvelo debió reintegrarse al trabajo de fabricación de prendas de fantasía en New York junto a su compañero José Espaillat. Ya sin la presencia alentadora de su camarada y guía en este oficio manual, Miguel Alvarez, uno de los expedicionarios sacrificados de la Raza Inmortal. Pero en su espíritu revoloteaba inquieta la paloma socialista, el reto que representaba entonces la revolución cubana en ciernes. “Cuando ya no esperábamos la clase de ayuda que directamente podría desembocar en el derrocamiento de Trujillo, volví a La Habana en donde había quedado un pequeño grupo del Partido Socialista Popular, el partido de los comunistas dominicanos que tenía buenas conexiones con círculos oficiales. Fui con la esperanza de ser útil en cualquier medida a la labor que se estaba desarrollando en ese país como secuela de los cambios que se adivinaban en el ambiente tan pronto se pisaba suelo cubano”.

“Sin embargo, no era fácil, dada la situación existente, encontrar un trabajo de inmediato, como era mi necesidad. Juan Ducoudray, el más alto representante del PSP dominicano en esos momentos, me aconsejó que volviera a Nueva York. Me haría saber cuando hubiera un trabajo que yo pudiera realizar. Así lo hice y esperé... Ese aviso llegó a fines de septiembre de 1959. No se me decía que me trasladara a La Habana, sino que había una gran posibilidad... Era un organismo que estaba por formar Raúl Castro, el hermano menor de Fidel... Eso fue suficiente para que sacara mi pasaje y me presentara en La Habana para sorpresa de Juan Ducoudray, quien no me esperaba.

“Mi llegada se había producido a mediados de octubre de 1959 y en los primeros días de noviembre, por una recomendación de Che Guevara, entré a trabajar en la Administración General de Ingenios, en el departamento legal. Aunque mi título de abogado era dominicano, servía para las tareas que debía desempeñar. Ese departamento se había creado para administrar los ingenios que por abandono de sus dueños habían quedado bajo la dependencia del Estado; de los ciento sesenta que habían en Cuba, al momento de mi entrada solamente tres estaban intervenidos.”

Pronto, con el desarrollo de los acontecimientos, todos los ingenios fueron intervenidos por el Estado mediante expropiación, razón por la cual el organismo en el que laboraba Arvelo devino en una pieza administrativa estratégica en el proceso revolucionario cubano. En el desempeño de sus funciones, fue designado interventor de una empresa propietaria de siete ingenios, operando desde La Habana Vieja una oficina con más de una treintena de empleados bajo su dependencia. Con este cambio en su perfil laboral, su familia radicada en New York se trasladó a residir a la hermosa capital cubana. Aunque la úlcera le atacaba periódicamente obligándole a internarse, Tulito pudo retomar sus tareas políticas en el núcleo de los comunistas dominicanos y junto a Justino José del Orbe, quien había formado la Unión Patriótica Dominicana en Cuba que concurrió a la integración del MLD –aportando entre otros a su propio hijo, expedicionario en junio del 59.

En esas, acompañó a del Orbe a Santa Clara, donde un sujeto había sido apresado por las autoridades comandadas por William Morgan, al dedicarse de manera fraudulenta a imprimir bonos de la Unión pro recaudación de fondos para la causa dominicana. Morgan, al igual que Gutiérrez Menoyo, había participado en una operación de engañifa a Trujillo en coordinación con Fidel, consistente en aparentar su complicidad con una invasión fraguada desde República Dominicana en 1959 con elementos batistianos para tomar la ciudad de Trinidad. El fiasco resultó en un golpe exitoso de las autoridades cubanas, que apresaron a los expedicionarios e incautaron las armas. En 1961 Morgan fue fusilado, tras ser acusado de formar un movimiento insurgente en la Sierra del Escambray.

El deterioro de las relaciones cubano-americanas, que terminó en ruptura diplomática y en la fracasada invasión de Playa Girón de abril del 61, obligó a la familia de Tulito a abandonar la isla rumbo a NYC. Mientras, nuestro hombre fue elegido por la asamblea de la Administración General de Ingenios como jefe de la milicia que debía prestar servicios de defensa de la soberanía cubana y de su revolución en medio de esta crisis.

En esas funciones tuvo que trasladar a un detenido a la Fortaleza de La Cabaña, donde se realizaban los juicios políticos. Allí se enteró –al percatarse de la presencia de un grupo de espectadores- que Eufemio Fernández, su amigo y compañero en múltiples batallas contra Trujillo en Cayo Confites y Luperón, sería llevado en media hora al paredón. Ante la invitación formulada por un guardia para presenciar el evento, rehusó retirándose de inmediato. Aunque consciente de los cargos que pesaban sobre el imputado –quien había sido jefe de la policía secreta bajo Prío-, consideró que “de ahí a presenciar su fusilamiento había una distancia”. “El pensamiento que me invadió de momento fue alejarme de aquel sitio lo antes posible ante el temor de oír los disparos que terminarían con la vida de una persona... que en un tiempo ya pasado había dado muestras de compartir mis anhelos de ver a mi pueblo libre.”

Ya en fase de normalización relativa de la vida cubana, Tulito ideó viajar a EEUU para encontrarse con su familia, aprovechando la operación de la pequeña flota mercante de la isla. “El plan que tracé fue ir al Canadá en una de esas naves, cruzar la frontera con los Estados Unidos, trasladarme a Nueva York y regresar en el mismo barco con mi familia”. Autorizado por su superior, contactado el comandante de la flota, Arvelo debía impartir un cursillo político a la tripulación durante el trayecto de 15 días. Abordando el Bahía de Siguanea en el Mariel, su primera impresión fue negativa, al estimar que “más bien parecía una embarcación propia para el cabotaje, antes que una nave que debía bordear toda la costa atlántica de EEUU, continuar por la costa del Canadá, penetrar la Bahía de San Lorenzo en busca de la desembocadura del río del mismo nombre y remontarlo hasta Montreal, su punto de destino.”

Aunque los primeros días fueron tranquilos, impartiendo Arvelo sus charlas después de la cena, las dificultades comenzaron cuando el barco, evitando la costa americana, se internó “en la región de las galernas”, una palabra que por primera vez oía nuestro pasajero y que correspondía a “perturbaciones atmosféricas acompañadas de vientos con abultado oleaje”. Conforme a su expresión, se trataba “de un pequeño ciclón”. Fueron tantos estos episodios que perdió la cuenta. “Mi más angustiante experiencia la tuve una noche en que me despertó el rugido del viento y los bruscos vaivenes de la embarcación. Eran tan fuertes las sacudidas que resolví subir al puente de mando. Allí mi susto llegó al espanto cuando vi la cara de miedo que tenía el viejo lobo de mar, que cumplía su ronda de vigía...La proa del barco desaparecía y aparecía entre las olas que la cubrían por completo...Me parecía que en una de las bajadas la proa no volvería a emerger”. El temor se acrecentó cuando en una sobremesa escuchó de labios de los marineros la suerte que corrió en la misma ruta La Estrella de Oriente, tragado con toda la tripulación en esas aguas turbulentas.

Al llegar a Montreal emprendió viaje en autobús a New York, ya sin la idea de involucrar a la familia en el regreso a Cuba. Contactó a sus antiguos camaradas, que en lugar de La Casa Dominicana, operaban en la avenida Ámsterdam un local bajo el rótulo de Frente Unido Democrático Dominicano, esperanzados, dado el giro tomado por la ruptura de relaciones hemisféricas con el régimen de Trujillo y el interés norteamericano por liquidar al dictador, tras el atentado a Betancourt y la condena de la OEA. De retorno a Montreal, a la espera de reembarcar hacia Cuba, en la mañana del 31 de mayo un estanquillo de diarios atrajo su atención. La primera plana traía la siguiente noticia: “Presidente Kennedy anuncia desde París el asesinato de Trujillo”. A seguidas se dirigió a las oficinas que mantenía el gobierno cubano en la ciudad, donde ya estaban enterados. Desde allí se comunicó telefónicamente con José Espaillat en New York, quien le amplió indicándole que Ramfis se dirigía desde París a Ciudad Trujillo.

“Fue un duro golpe para mí cuando me aconsejaron que regresara a La Habana hasta que se despejara la situación. Sin embargo, comprendí que no se debía actuar precipitadamente. Ya lo principal se había consumado con la desaparición física de Trujillo. No nos quedaba más que tener paciencia y esperar el desarrollo de los acontecimientos”. En el trayecto de retorno, Tulito se ocupó de mantenerse al tanto por la radio. Así supo de las muertes de Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza, conceptuados como héroes. Intercambiaba relatos con la tripulación acerca de la represión bajo Trujillo y Batista, discutiéndose cuál de ambos era más sanguinario. Tras superar unas cinco galernas fastidiosas, avistaron el puerto de La Habana. Allí recibió un susto retrospectivo, al enterarse por boca del viejo lobo de mar que hacía su último periplo antes de jubilarse, que el Bahía de Siguanea transportaba material explosivo. Por eso, “además del temor a un hundimiento –el piloto de la nave- temía también que voláramos por los aires a causa de la explosión de las bodegas”. Por razones de seguridad, el barco no podía atracar en los muelles, hasta tanto no se hiciera la debida descarga de tan sensitivo material.

Aunque ya Trujillo no estaba, el retorno de Tulito a su patria –como el de otros exiliados fichados como “peligrosos comunistas”- tendría que esperar, dando origen a un capítulo de nuevas peripecias. Los Estados Unidos, nos dice, “habían tomado las primeras medidas para que elementos que ellos tenían fichados en determinadas categorías no pudieran regresar”. Aplicando una ominosa blacklist rayana en el absurdo.