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Infidelidad
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Un título tabú: “¡Los ‘cuernos’ existen!”

Entre las necesidades de la naturaleza humana no está la infidelidad conyugal, que es una experiencia de altos riesgos. Por el Dr. Pedro Mendoza

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 Un título tabú: “¡Los ‘cuernos’ existen!”

¡Pues, claro! Nadie en su sano juicio lo negaría, siempre y cuando usted no pretenda hacerse súbdito del reino de la estulticia.

Erasmo, en “Elogio de la locura”, dice: “No hay cosa más trivial que tratar las cosas serias en broma.” Y justamente eso fue lo que hizo un ciudadano puertoplateño que, de acuerdo con la prensa, lo más destacable de su biografía es su militancia en el PLD y un cargo en un ministerio del Estado. Ese hombre, en vez de recurrir a un lenguaje fatuo o tal vez implícito para dar cuenta de que comete infidelidad conyugal, sin especificar si ese goce iba in crescendo o si seguía la secuencia del disco rayado, creyó prudente que una conducta que la cultura occidental, hipócritamente o no, pues hasta hoy nadie puede asegurar que el adulterio sea un comportamiento pulsional o resultado de la curiosidad y los desengaños/desencantos de hombres y mujeres, pero que todos (¿?) creemos que es inmoral, la tacha de anómala, declara públicamente, usando una jerga fatula, que él como muchos tiene una “segunda base”. Así, convirtió en cosa trivial, un tema tan serio y huidizo como el adulterio.

Antes de continuar quiero aclarar y enfatizar que la infidelidad no es un sentimiento sino un acto. Usted no es responsable de sus sentimientos pero sí de sus actos y consecuencias. De modo, que ningún hombre o mujer puede refugiarse, con fines de “tirar una canita al aire”, como lo haría cualquiera que no sufra de anhedonia, en la excusa de que “lo hice porque ella o él lo hizo primero, o en “lo hice porque de lo contrario pasaría por pendejo” o como algo peor, “por sospechoso de ser....”

Claro, que en este espinoso y siempre doloroso asunto, donde se mezclan extrañamente las relaciones de amor y de poder, uno podría hallarse frente a las opiniones más abstractas. Como aquella que escuché de una mujer cuando su marido, amigo muy cercano, me pidió angustiado y con su salud emocional erosionada porque no podía convencerla de que terminara una relación extraconyugal que había llegado demasiado lejos, que le preguntara por qué insistía en su infidelidad. Como he comprobado en mi práctica profesional que lo dicho por Aaron Beck, de que las parejas piensan que hablan el mismo idioma, pero lo que dicen y lo que oyen sus vecinos y amigos es muy diferente, es verdad, abordé previamente a su amiga más cercana pero no supe nada que ya no supiera. Aquella mujer respondió tanto a las preguntas explícitas como implícitas que le hice sobre tan delicado tema, con la misma respuesta: “Lo hago porque no soy pendeja.”

Lo que más cautivó mi atención respecto de aquel puertoplateño, que pudo haber confundido la emoción con la razón, fue que no pareció preocuparle que su esposa al verse burlada públicamente, decidiera colocar una barrera entre el matrimonio –unión legal-- y su enamoramiento de él --unión emocional--. Tampoco pareció preocuparse por el gran sensacionalismo que provocarían sus declaraciones en los medios de comunicación social. Es como si hubiese llegado a la feliz conclusión de que su confesión pública de infiel en vez de dar origen a las ironías y reproches más mordaces, serviría de beneficio terapéutico y motivador de otras infidelidades. No pensó que tiene muchísimo fundamento el famoso chiste del escritor español, Ramón Gómez de la Serna, al referirse a lo placentero del momento infiel: “El amor es el deseo de hacer eterno lo pasajero”, por lo cual el adulterio se compara con una larga escalera para ir al cielo a la cual después que usted llegó arriba, es muy difícil regresar porque alguien quita los peldaños a la bendita escalera.

Nuestra humana naturaleza nos impone grandes necesidades, pero la infidelidad conyugal no es una de ellas. Por esa razón, el adulterio es una experiencia de alto riesgo ya que a pesar de que en las culturas prehistóricas solo se consideró como una falta de connotación moral, hoy tiene una triple dimensión, es un terremoto moral, emocional y familiar. Con frecuencia la infidelidad masculina o la femenina se ven como un acto doblemente envilecido cuando el uno o la otra asumen la culpa por la indiscreción. ¿Qué se gana con arruinar el pudor de una amante o con avergonzar y humillar a una esposa? ¡El enojo y la maldición de ambas! Si la infidelidad marital es una conducta bochornosa para el autor y destruye la confianza del cónyuge y la estabilidad emocional de los hijos, entonces ¿por qué suponer que publicitarla generará el efecto contrario?

Según el afamado antropólogo francés, Lévi-Strauss, el primer tabú de nuestra cultura occidental es el incesto, pero ¿y quién dudaría que para el dominicano común, el segundo tabú sería el adulterio, aunque quien sabe si compite con el primero? Tal vez por eso, el adulterio confeso o aquel puesto al descubierto por gente “pendenciera” e indiscretos, tradicionalmente ha traído consigo tragedias pavorosas en la República Dominicana.

menpe120@gmail.com

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