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Una siestecita con el pasado meridiano

De ninguna manera, los pasados el meridiano, como nos decía Julio Ibarra, podemos dejar de dormir una siesta. Eso, con los muchos años que tenemos, y también los más jóvenes, después de comer a mediodía, tirarse en la cama y cerrar los ojos por unos cuantos minutos y el cuerpo nos devuelve hasta la salud y un poco de alegría. Ahora, con los más jóvenes que trabajan desde la mañana hasta muy tarde y viven lejos, no es posible. Sin embargo nosotros, los pasados el meridiano, podemos y debemos hacerlo porque con esa siesta, el cerebro gana intensidad, los músculos se relajan, la temperatura disminuye, el pulso y la respiración se acomodan y hasta nos ayuda la presión arterial.

Y la noche de descanso debe durar un número concreto de horas, pues cuando nuestros sueños nocturnos son muy cortos, la piel puede tener problemas, aumenta la cantidad de sangre, los nervios se mueven y una cantidad de cosas que no nos harán sentir bien durante todo el día. Aun así, la siesta permitirá que nos relajemos. No debe ser larga, porque salir de un sueño largo de siesta, la mente aparece confusa. Si no se ha dormido bien en la noche, la siesta es un regalo al cuerpo.

Ojalá los que trabajan puedan hacerlo en algún sitio. Se puede estar tirado en un sofá, sentado en una mecedora. Por eso nosotros, los de pasado meridiano (que para mí estamos mucho más allá del meridiano y hasta hemos llegado a la media noche) al ser beneficiados con un retiro, somos los héroes del sueño. Yo, a mediodía, después de comer veo la televisión desde mi cama y siempre la tv es la que me ve a mí al pasar unos minutos. Y al despertarme, un cafecito caliente, casi amargo, y mi cuerpo parece renacer.

Los días van y vienen. Y al levantarme, tanto en la mañana, como al mediodía, veo desde mi ventana las montañas y las saludo diciéndolo “Buen Día, día querido”, pues a la edad que tengo, cada cosa de naturaleza, aun pequeña, me atrae, porque para mí la Madre Naturaleza es un regalo de Dios.