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Y hasta con solo de flauta que siga la música

Era un plaquette, más que un libro. Muchas veces se comienza así. Unas cincuenta páginas, veintisiete años a cuestas, a poco de bajar de la loma y con la poesía como divisa. Raíces con dos comienzos y un final. Y René Rodríguez Soriano entraba en el redondel para saber a literatura cierta con cuál instrumento se sacaba el agua al tinaco.

Era 1977. Declinaba el decenio y declinaba el gobierno de los doce años. Rodriguesoriano –que así firmó por muchos años- levantaba su ira y su lucha, porque por ese carril cruzaban entonces muchos velocistas, así como en casi todas las proclamas poéticas de los sesenta anduvo de por medio la utopía en sus distintas variantes. Era la hora. Balaguer, la guardia colorá, el viento frío y las tardes empujadas hasta el abismo. El constancero se estrenaba en la lid con el pie izquierdo en la furia de los vientos y con el pie derecho –no podía ser de otro modo- en las lecciones del amor a oscuras, surcando palideces y mieles.

Cerró la década con un segundo texto. Bueno, digamos, con un mazo de textos, libres, libérrimos, sueltos, desgranados, fijando territorio: el poeta que se decanta por una narrativa de trechos que no tenían que deberle nada a ningún escriba anterior. El intento de declaración de principios que fue su primer libro, se consolida y expande en el segundo. La proclama del escritor que quería ser, y sus motivos, queda clara en estos Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción. Era 1979. Ya los setenta estaban en repecho y la era balaguerista estaba descolorada. Teñido de blanco el pueblo ponía sus jarretes en otras esperanzas. Declaración de principios: Rodríguesoriano mantenía, renovado, el estilo y las señales que ensayara en su libro anterior, pero venía ahora con unos jeribeques donde se mezclaban la ironía, la fisga, el fuñidero contra entidades –físicas y espirituales-, la tevé, algunos personajes de la época, algunos momentos de la época, la época en fin...y la libertad aleteando, haciendo que el himno fuese guerra, “guerra de amor y rompeolas”. Las claves ya estaban ahí. Nunca abandonarían su estilo, su pensamiento, sus rasgaduras, sus dominios. El poeta que no tenía deudas con nadie decía lo que tenía que decir “desde, con y por mi época ¡untándome de ella, si es preciso!”. Desde el bulpén izquierdo.

Llegaron los ochentas. Un decenio que, tal vez, no se ha afirmado cuán interesante resultó. Los sesentistas cuelan sus mejores ofertas en este tiempo. Los del cuarentiocho recuerdan que ya la página escolar había muerto y que era minuto de mostrar lo que había que mostrar. Los ochentistas comienzan temprano a mostrar sus garras. No pocos setentistas se quedaron, y aún siguen quedándose, en la gatera. Los ochentas no fue solo época de los ochentistas. René iba a demostrar en esta década que él era el centro de acopio de los que se organizaron en aquel Colectivo de escritores...y Punto! Y su oficiante mayor. Tal vez, único. Y punto. En 1983 nace Canciones rosas para una niña gris metal. Y tres años después, Muestra gratis. Dos estaciones gloriosas en nuestra literatura contemporánea. Contenido y continente, digo. El poeta se iba con su parte a otra música. El estilo ya era el reneniano. Todavía hoy sigue siendo así. Quedó, entonces, registrado. Y el escritor libérrimo se escapa por cualquier rendija. Ya está claro que, fuera de los efluvios del amor, no tiene otras faenas que explorar. (“este aposento angosto y sin ventanas/ con tu aliento anda a trancas por el día/ no le cabe en el pulso tu presencia/ ha vuelto a cobrar vida con tu vida...[]...este aposento cuando tú lo habitas/ se torna melodioso y transparente/ ocúpalo a tu antojo y sin medidas/ no hay dimensión que ensanche más su luz/ que el trote de tus ojos/ revolviendo en las tardes/ sus rincones”).

En el año en que se publica este último libro, René da el salto al relato. Y ahí comienza la otra historia. La poesía iba a seguir su curso más despreocupadamente (no se había dado cuenta que había dejado dos, tres, libros emblemáticos). Hizo algunos despojos en compañía de amigos escritores, algo poco común entre nosotros en literatura, porque ahora, cuando el mercado marca otras rutas, los cantarines mezclan con frecuencia sus composiciones musicales con colegas de mayor y menor cuantía. El cuento tomó las riendas de la poética reneniana, que abarcaría a la novela y al ensayo más tarde. Llegan Todos los juegos el juego (Cortázar deja huellas en quien lo aborda en noches de insomnio y René se convirtió en cronopio), No les guardo rencor, Papá, y Su nombre, Julia. Y entonces, vino la saga de esas mujeres intrépidas, que surcan azares y vendimias, que mueven los hilos del azar y que acostumbran a llenar las tardes de palomas. Y no solo Julia –pertinaz, deslumbradora- sino también Claudia, Laura, Rita y todas las demás. Por esos tres libros ambulan unos relatos que pueden estar en cualquier antología de aquí y de allá.

La producción siguió incesante. Indetenible. Cuando decidió desunir sus dos apellidos, abandonaba tal vez un gajo de su estilo renovador y recusador. Digo solo tal vez. Importó poco. El estilo propio para hacer literatura siguió no solo intacto, sino que fue creciendo desde distintas perspectivas y provisiones. A veces, la soledad, en ocasiones los recuerdos, en otras los sucesos de la amistad o la nostálgica querencia de los suyos, la patria desde sus estercoleros o sus ruinas, la distancia, el bolero, la música, los nombres olvidados, a tientos y trotes, siempre con la mira puesta en el perímetro de la ternura doliente, emancipadora y crucial.

Enriquillo Sánchez dijo que René es el primer autor de los ludismos dominicanos. “Le pertenecen. Son su obra. Los demás no hacemos otra cosa que seguirlo”. Y Marcio Veloz Maggiolo afirmó (cito aquí a dos grandes) que la pluma de René “nos lleva por el remolino de una fantasía que puede ser teoría del recuerdo”.

Y ya no sé que más decir. Solo esta nota final, si cabe: René Rodríguez Soriano cumple en este 2017, cuarenta años de ejercicio literario desde que apareciese en 1977 el folletiningo –como él mismo lo denominó- Raíces con dos comienzos y un final. Con estas breves anotaciones busco recordar a la sociedad cultural nuestra que una trayectoria como la de este creador de alta gama no debiera pasar sin que nos emocionemos cantándole aunque sea un japi verdi. Con Mozart, Vivaldi, Antonio Prieto o The Beatles. De todos modos, René, el diablo sabe por diablo y no por viejo. Que enciendan el Faro, que apaguen todas las luces y, suavemente, bájale las mallas, sírvelo sin hielo y sigue oyendo la canción 92 con sus novecientos noventidós mil recuerdos. Y hasta con solo de flauta, que siga la música.

www.jrlantigua.com

Jugar al sol

(Más de 13 historias de René Rodríguez Soriano)

Máximo Vega. Ediciones Juguete

de Madera, 2017. 122 págs.

Acabada de salir del horno, esta es la más reciente antología de la narrativa de este admirado escritor constancero. El escritor santiaguero Máximo Vega, que la edita, asegura que los cuentos de René transmiten una forma de narrar placentera, no importa la historia que se cuenta.

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