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Pueblo Viejo (I)

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Pueblo Viejo (I)

Ubicada en el centro y rodeada de comunidades, la República Dominicana posee una de la zonas mineras más ricas del planeta. Una zona donde ríos, llanos y montañas se entrelazan como los versos de un poema.

Siempre se supo que por su ubicación sub-urbana y la manera como se entrelazan los recursos, la explotación minera de aquella zona obligaría a grandes apuestas.

Por eso, cuando se decidió trabajar los óxidos de Pueblo Viejo, el Estado y la empresa juraron que apostarían a la integración y la armonía. Pero en la búsqueda del oro se suelen perder las mejores intenciones. Y empresa y Estado terminaron apostando al enclave y la violencia.

Comenzó con funcionarios de la empresa hablando y actuaban como funcionarios del Estado. Funcionarios del Estado actuando y hablando como empleados de la minera. Y unos y otros sentados en el mismo lado de la mesa. Como si representaran los mismos intereses. A partir de ahí, Estado y empresa comenzaron a prometer, actuar y maltratar juntos.

Prometieron relaciones amistosas y constructivas con las comunidades. Pero antes de extraer la primera onza de oro, ya corría la sangre. El Estado toleró abusos, y colocó la fuerza pública al servicio de la Rosario Resources. Después de nacionalizar el negocio, siguió tolerando abusos y reprimiendo a nombre de la Rosario Dominicana. Hasta que los habitantes de la zona llegaron a asociar la explotación del oro de Pueblo Viejo con desalojos, presos, heridos, muertos, dislocamientos familiares, guetos.

Prometieron una explotación limpia. Pero en lugar de enmendar, minera y Estado calificaron de ignorante, tremendista, agitador y enemigo del gobierno a todo aquel que osó advertir sobre los problemas ecológicos que se acumulaban a ojos vistas. Ahora, Estado y minera informan que en Pueblo Viejo quedó un desorden tan descomunal que antes de continuar la explotación de los sulfuros se debió ejecutar el mayor proyecto de remediación ambiental jamás emprendido por la mayor explotadora de oro del mundo.

Prometieron que la explotación convertiría la zona en una tacita de cristal. Pero la taza se rompió, cuando Estado y minera usaron los centavos del 5% que se otorgaba a las comunidades mineras, como pretexto para desatender una zona que la explotación golpeaba. Esa desatención se volvió endémica. El año pasado, cuando las inauguraciones iluminaban las prioridades, se demostró lo poco que el Estado había construido e inauguraba en aquella zona.

Prometieron que la explotación de los óxidos marcaría un antes y un después en el desarrollo económico de la nación. Y hasta llegaron a calcular el monto de los enormes beneficios que la nación recibiría. Ahora se dice que el Banco Central quedó enganchado con miles de millones que ya forman parte del déficit cuasi fiscal.

Al final, cuando el Estado completó la "hazaña" de quebrar una mina de oro, nadie pudo explicar a dónde fueron los beneficios que el pregón anticipó. Quién sería responsable de remediar el tollo, desactivar la bomba ecológica y desmantelar las instalaciones inservibles que allí quedaban. Y de qué manera se resarcirían las deudas sociales con comunidades duramente castigadas, por el solo delito de estar en una zona bellísima, cuya inmensa riqueza la volvió ajena.

Al final, cuando el Estado completó la hazaña de quebrar una mina de oro, nadie pudo explicar a donde fueron los beneficios que el pregón anticipó.