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Recordando a Domingo Liz Pineda

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Recordando a Domingo Liz Pineda

Extraña paradoja: En el día de la amistad, he perdido un grande amigo, lo que me hará recordarle siempre en esa fecha. Domingo Liz, fue mi amigo y mi maestro. De él aprendí, que el acto de enseñar, cuando se lleva acabo con entrega, no sólo aprende el alumno, sino también el maestro. Cuando tuve el honor de ser su alumno, me regalaba los materiales para que trabajara con mejores recursos. El año en que fue mi profesor tuve mi mayor crecimiento estudiantil. Siempre me hizo sentir una persona que gozaba de su aprecio. El día que me presento al poeta José Enrique García, me introdujo diciendo: "Te presento a Amable Sterling, la persona que más se parece a mí". Lo que me hizo sentir muy honrado, dado la admiración que siempre sentí por él. Adoraba la música de J. S. Bach, en algunas ocasiones en que yo salía de viaje me pedía que le comprara todas las partituras para violín, así como las suites para cello. Cuando le informé que había comprado la pequeña biografía de J. S. Bach, escrita por Ana Magdalena, su segunda esposa, corrió a la librería y se la compró, pero al leerla de una sola sentada, sintió la necesidad de comprar otro ejemplar y así lo hizo. Se diría que fue una acción poco común, pero así era Domingo Liz. Cuando él entendía que algo tenía el valor de ser compartido con personas de su entorno. Era seguro que lo prestaría para más adelante, y aquel pequeño libro, para él tenía tanto valor, y significación que quería siempre conservar un ejemplar, para el caso de que no le devolvieran el primero. Así hizo cuando se compró las obras completa de Bach, trajo a mi casa a su hijo Pablo para que me las instalara en mi computadora. Pienso que en el plano atemporal en que ahora se encuentra, estará disfrutando de una velada musical, en el hogar de los Bachs, o quizás teorice con León Tolstoi, sus conceptos a cerca del fenómeno artístico. Yo tenía la costumbre de visitarle todos los jueves de 2:00 PM, a 5:00 PM. Pasábamos el tiempo oyendo música de Bach, y conversando sobre música, y arte en general. Visitarle durante ese tiempo, siempre me produjo una sensación de enriquecimiento. Cuando observaba sus últimas obras me sentía motivado para ir a mi taller y ponerme a pintar. La frescura y espontaneidad que veía en ellas me entusiasmaba y me llenaba de nuevas ideas: había llevado el dibujo a niveles de simplicidad y pureza sorprendentes. Mientras las contemplaba me imaginaba el curso de su producción. Creía adivinar el proceso seguido, en ese ordenamiento magistral de formas tan suyas que daban la impresión que habían sido borradas con veladuras, para hacerlas participar en un tono menor, y producía una visión de conjunto, con una armonía de contrapunto, como la de un coro detrás del solista. Era sorprendente cómo se mantenía en un proceso de crecimiento novedoso asociado a la seguridad de su maestría. En una de mis últimas visitas que le hice, me preguntó qué estaba haciendo. Le respondí, que estaba escribiendo un texto sobre "Mis clases de Dibujo". Con la dificultad con que respiraba, se apartó la mascarilla de oxígeno de la nariz y me dijo: "que tenga muchos dibujos" y al hacerlo describió precisamente lo que yo pensaba al respecto. El sábado 9 de febrero le llamé para decirle que había encontrado en you tube, una película sobre la vida de J. S. Bach. Fue la última vez que hablé con él. Pretendía visitarle esa misma tarde pero algo me lo impidió. El día 16, dos días después de su fallecimiento, depositamos sus restos en el cementerio: "Puerta del cielo". Dos de sus hijos: Pablo y Tania expresaron hermosa palabras para despedirle. Domingo Liz tuvo otros muchos hijos, no de sus genes, sino de su genio. Era mi deber como tal, despedirle. Yo no pude decir nada. No habría podido hacer tal cosa sin que se me quebrara la voz. Domingo Liz dio mucho de sí al proceso educativo de las plásticas dominicanas. Por esa razón, he sentido la necesidad de hacer público éste escrito, recordando al amigo y al maestro.