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La asaltantes de camino y la payola

La industria musical, ya de por sí depauperada, se encuentra bajo la inclemente invasión de los intrusos profesionales, o de los profesionales de la intrusión.

Existe un pequeño, pero creciente ejército de pícaros redomados, de asaltantes de camino, de asesinos de los gustos, que tienen en sus manos la decisión de lo que oímos, cuántas veces lo oímos y hasta cuándo lo oímos.

Ahora se agrupan; adquieren caracter grupal, porque son herederos de los atracadores de camino. Aquellos nunca andaban solos en el Oeste norteamericano. Eran bandas de forajidos que dejaron profundas huellas, sin dudas, en la cultura posterior, y ha llegado a las alturas del hoy siniestro donde -desde los políticos hasta los parqueadores son malhechores- y nos hacen casi imposible escuchar en la radio algo que no pase por sus manos. Un poco más, y se esconden bajo el romántico nombre de cualquier fundación. Porque son así, bandoleros de altura.

Estos bandidos son los que le chupan la sangre a los talentos, viejos o nuevos. Sobre todo a los nuevos. No importa que sean reggaetoneros o trovadores, merengueros o salseros, boleristas o rockeros. Para sonar hay que cantearse. Les exigen lo mismo dinero constante y sonante, que bailes o por cientos en las fiestas. Así andan las cosas.

Se hacen pasar y se presentan como si fuesen brigadas benéficas, en medio de un operativo para rescatar niños de la mendicidad (es un decir), pero que en realidad son usureros taimados, para quienes las palabras cultura o arte o calidad son más vacías que la palabra Nada. Solo importa el dinero, y así no esperemos que la calidad tenga espacio en el éter.

La industria musical es uno de los tesoros a los que con más saña han llegado los rufianes de la melancolía: lo que nos dejan son los despojos de sus pésimos gustos, los surcos de sus malolencias, las trazas de sus detritus. Todo por la payola.

Me pregunto si no sería mejor legalizar algo que existe desde hace más de 50 años. No estoy en contra de que se le pague a quienes a fin de cuentas definen qué escuchamos. Pero que sea con orden. Si a fines de los 60 bastaba con un sandwich, en los 70 eran $20 o colocarlo en nómina. Ahora es al descaro. En gremios que realmente son empresas -como la de los transportistas- y si no pagas, no existes.