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Energía y pasión en las obras de Gilbert Kieffer, expuestas en el Museo de Arte Moderno

SANTO DOMINGO. Abordar el universo expresivo del artista Gilbert Kieffer resulta harto complejo, cualquier esfuerzo que realicemos por intentar explicar con palabras el entramado que se desprende de la producción visual de este genio creador, resulta limitado, pues comprende adentrarnos en sus obras para dejar fluir la energía que ellas propician.

No obstante, procuraremos una lectura de la simbología que propone en la muestra inaugurada recientemente en el Museo de Arte Moderno (MAM) de Santo Domingo, a partir de la cual intentaremos una especie de ensayo reflexivo, que aunque sucinto, proviene de un diálogo pleno con las piezas, ya que el solo hecho de estar frente a ellas despierta el interés por conocer acerca de ese más allá en la composición.

El artista ha llegado a la República Dominicana en un tiempo en el que su arte ha evolucionado sustancialmente y, esto tiende a confundir, por el hecho de que lo que vemos en esta entrega es un proceso de síntesis que ha llevado años de trabajo, investigación y esfuerzo que no consta en la obra de forma exacta. Bien se podría deducir, pero no siempre este tipo de visiones son comprensibles en lo que respecta a la legitimidad de su devenir en el tiempo.

 Ahora bien, ciertamente, estamos en presencia de un ente cuya experiencia recoge años de formación con registros de obras en diferentes soportes y multiplicidad de técnicas desde lo más académico, la adopción de los lenguajes de vanguardia hasta llegar a la postmodernidad. Pero como advertíamos en principio, la simbología elevada por medio de efectos digitales no es más que un nuevo soporte para exponer la visión artística, cósmica e incluso filosófica del creador.

La exhibición en el MAM ha sido intitulada "Mitología Nazca" donde lo primero que nos atrae es la luminosidad y expresividad del conjunto. Así, vamos recorriendo con la mirada cada signo, los cuales parecen iniciar un viaje galáctico que en términos estéticos nos deja ver que la realidad queda a un lado y, por medio de las sensaciones, se construye un puente metafísico que conecta el pasado con el futuro, donde el momentum en que se produce la obra queda relegado a la experiencia para poder figurar lo que parecería abstracto o más bien desconocido.

Y es que Gilbert Kieffer se apropia de una variedad de símbolos de la cultura nazca, pero cuidado, que ha estado ensayando con representaciones culturales de otros espacios geográficos que han despertado cierto grado hermenéutico por el origen como su creciente interés por la civilización maya e incluso la taína.

Este grado de cuidado por el estudio de elementos precolombinos no han devenido al azar, a nuestro modo de ver están asociados al artista por su naturaleza cósmica. Las impresiones que nos llegan es que la naturaleza siempre procura inspirarnos para convertirnos en portavoz de mensajes de vida y espiritualidad. El arte se ha convertido a través del tiempo en uno de los medios por excelencia para develar aspectos del pasado e incluso del futuro. De modo que como ente creador, es un móvil perfecto para comunicar y despertar del mito: la magnanimidad de la creación.

Ahora bien, hablamos del tema de la "apropiación" porque si bien el artista sugiere y centra las inscripciones de la cultura nazca en el caso específico de la muestra del MAM, pero lo interesante es que sólo se vale del elemento en sí para dimensionar la cosmogonía que representan, amparado en la energía de su condición de artista o mensajero de la luz. Todo esto conlleva un proceso constructivo espacial delicado y minucioso, que va desde la ambientación del paisaje sobre el que se van a poblar estos signos, hasta su elaboración.

Así que desde nuestra percepción, Kieffer transmuta la experiencia de la imagen de líneas nazcas que dan vida al colibrí, al mini laberinto y otros geoglifos, pero desde su propia convicción, esculpiendo cada elemento como si los mismos se desprendieran de su asiento original para alinearse con el universo irradiando así energía cósmica que resulta a su vez celestial.

Algunos cuestionan el hecho de si esas imágenes digitales que presenta Kieffer son , y sí que lo son, pues para comprender los vuelcos y destinos de los elementos formales hay que situarnos en tiempo y espacio. Vamos a ver que todo va cambiando. Ya lo decía Heráclito de Éfeso: "Todo fluye, todo cambia, nada permanece". En efecto, los medios también van cambiando, así como los modos de representación.

Pero ¿qué hace diferente el trabajo de Kieffer además de la apropiación de la simbología aborigen de ciertas culturas? Indiscutiblemente existe un factor cuya fuerza escapa a interpretaciones lógicas del pensamiento. Más bien, se trata de un trabajo depurado del ser, del alma, del instinto, pero sobre todo de la sensibilidad humana. Independientemente de que se tenga algún conocimiento previo de lo que propone el creador, se presenta un nexo entre la imagen y el receptor que va seduciendo el espíritu y conducen a planos específicos como si existieras en ellos capítulos de la vida pasada y que de pronto afloran en la memoria.

Evidentemente el artista nos va mostrando señales que nos guían en la conquista de ese pasado multicultural que nos legaron nuestros primeros padres como se les suele denominar a los aborígenes, pero cuidado, muy probablemente estemos refiriéndonos sin darnos cuenta a civilizaciones preadámicas. Pues se advierte un desarrollo dinámico que aún en nuestros días carece de explicaciones lógicas que nos conduzcan a la verdad sobre los hechos.

La autora es  crítica y curadora de arte, egresada de la Universidad de La Habana, Cuba