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Cine

Día de los Enamorados: La, La, Land, y El Amor a los Veinte Años

En mis años de juventud, allá por los años sesenta y setenta del pasado siglo, en Cuba, aprendí a ver cine de calidad, de propuestas novedosas y profundas, cine básicamente europeo. Pero quizás era tarde para sacar de mis adentros algo que consumí en mi niñez con avidez, también en Cuba, pero en los años cincuenta: El cine de Hollywood.

Sucede que al triunfo de la Revolución Cubana de 1959 yo tenía once años. Y ya había visto una buena cantidad de cine norteamericano; melodramas, musicales y comedias acompañando a mi madre y hermana a los cines (habían más de 110 salas en La Habana) que por aquel entonces colgaban en sus carteles promocionales la siguiente frase: Damas y Niños diez centavos. Las películas de acción, westerns preferentemente, las veía de vez en cuando si a mi hermano, casi siete años mayor, se le ocurría a regañadientes llevarme con él. La diferencia de edad e intereses lo justificaba.

La política cultural que trajo la Revolución, perfilada en aquel entonces por una serie de jóvenes amantes del cine europeo, convirtió la programación nacional en un hervidero de películas de aquel continente, incluyendo filmes soviéticos (buenos y malos) y del resto de Europa del este, a la vanguardia Polonia y Checoslovaquia. Y no faltaba el cine moderno y ambicioso en lo formal, del otro lado del viejo continente: Francia, Inglaterra, Italia y España eran sus pilares.

Las ideologías de izquierda (en las que me alineo, pero de una manera profundamente democrática y con miles de dudas sobre su implementación) a grosso modo, condenaban (¿y condenan?) en su versión más estricta y pueril, la capacidad de soñar del cine más tradicional y comercial hecho por la gran industria norteamericana. Y “enfrentaba” (¿o enfrenta?) a ello la legitimidad del buen cine de Autor, reflexivo y penetrante.

Ese enfrentamiento de conceptos dio lugar a que se priorizaran en la programación habitual de los cines cubanos, las cinematografías europeas a las que he hecho referencia, en detrimento (sobre todo en los primeros años de la revolución) del cine norteamericano más comercial y en ocasiones banal, aunque hay que reconocer que en Cuba nunca se dejó de exhibir cine de Estados Unidos. Por ello los de mi generación pudimos visionar, en el espacio que quedaba en las pantallas, obras de gran renombre por cierto, hoy muy difíciles de ver, no porque sean de un lenguaje hermético o demasiado complejo (que algunas lo eran) si no porque se dificulta, de manera alarmante acceder a plataformas que se ocupen de aquellos títulos de especial calidad. Es una pena.

Lo peor de aquella experiencia fue que terminó por abrirse una inmensa brecha entre el cine comercial (denostado por muchos cineastas e intelectuales de la izquierda más extrema) y el cine llamado de Autor. Los Festivales Internacionales de Cine más prestigiosos del mundo, no han sido ajenos a esa persistente polémica que tiene sus raíces más allá de las fronteras cubanas.

Por ello quiero hacer esta breve reflexión, pretextando que es Día de los Enamorados, acerca de dos películas que tratan el tema desde polos opuestos: La La Land (USA 2016) que representa lo comercial y El Amor a los Veinte Años (Francia 1962) película de cinco relatos contados por directores-autores: Cine comercial vs cine de autor, para mí, por las razones que expuse más arriba, ambas miradas aportan mucho y cumplen con un objetivo esencial del arte; emocionar. En el caso de La La Land se trata de contar sueños irrealizables y aspiraciones casi dementes (temas del más puro Hollywood del melodrama y el musical) metas que luego son conseguidas por sus personajes, recurso tan válido como el de enfrentar el yo interior a reacciones de odio, desprecio, traiciones y desamores de un cine más realista y profundo, como es el caso de los relatos de más impacto en El Amor a Los Veinte Años.

Las curiosas y a veces lacerantes miradas que propone la formidable película de relatos dirigida por cinco directores de puntería de los años sesenta; El polaco Andrzej Wadja, el italiano Renzo Rossellini, el japonés Shintaró Ishihara, el alemán (naturalizado francés) Marcel Ophüls y el auténticamente francés Francois Truffaut, parecen oponerse a la mirada soñadora, bella per se, colorida y ¿tradicional? De La, La Land...pero para mí, y es lo que quería comunicarles, hay suficiente espacio en el espectro de mis emociones para disfrutar sensaciones tan aparentemente opuestas. Sólo basta con esperar de cada film lo que se propone y consigue.

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Estoy convencido que el gran Truffaut y Jacques Demy (autor de esa obra maestra del musical que es Los Paraguas de Cherburgo) dos de los más tolerantes e ingeniosos directores franceses de la Nouvelle Vague, hubieran disfrutado las claves inteligentes, cinéfilas y visualmente sofisticadas de la puesta en escena realizada por Damien Chazelle para La La Land.

Siempre me viene a la cabeza la primera vez que vi La Rosa Púrpura de El Cairo, una de las obras maestras de Woddy Allen. El rostro de la actriz Mia Farrow al final de la película, su mirada viendo bailar a Ginger Rogers y Fred Astaire desde la butaca de aquel viejo cine, similar al de los recuerdos de mi infancia, me llegó al alma. Igual que me conmovió Emma Stone en La, La Land, cuando en el brillante final de la película penetra con sus inmensos y luminosos ojos, (con una intensidad que no encuentro como describir) a Ryan Gosling mirándole tocar el piano.

Igual de penetrante e inolvidable fueron (y son) la mirada de asesino poseso enamorado del japonés Kóji Furuhata o la infinita sensación de tristeza y desasosiego del polaco Cybulski en los respectivos episodios en que actúan en El Amor a los Veinte Años.

El cine es grande y hay dulces para todos. Al menos ese es mi criterio. Sólo pido que si alguien encuentra la forma de hallar El Amor a los Veinte Años me avise, hace muchísimo tiempo que la vi por última vez, y me encantaría repetirla una vez más. La, La, Land, la vi hace un par de días. Feliz 14 de febrero.

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