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Derecho del lector

Le debo mi pasión por la lectura a mi madre, que ha sido siempre una gran lectora. En una ocasión me confesó que un novelista muy renombrado no era santo de su devoción y que no había logrado terminar de leer una de sus novelas más celebradas. Para no pecar de indiscreción no menciono ni el nombre del autor ni el de su obra.

Mi madre defendía su derecho, inalienable para cualquier lector que se precie, a dejar de leer un libro que no le gusta. La lectura es, sin duda, el espacio de la libertad individual. Elegimos lo que queremos leer, cómo y cuándo leerlo. Abrimos un libro, nos abstraemos, le dedicamos nuestra atención y nuestro tiempo, ponemos al servicio de sus páginas nuestra imaginación, nuestra memoria y nuestras experiencias o inexperiencias; es justo que, a cambio, lo que leamos nos guste. No quiero decir que lean los dos primeros párrafos y que, ante cualquier dificultad o traspiés, abandonen la lectura. Cualquier libro merece que le dediquemos un pequeño esfuerzo al principio y, con algunos más que con otros, a veces cuesta dejarse llevar.

No se dejen impresionar por premios, prestigios o número de ejemplares vendidos. Cada lector va construyendo su propio gusto literario y perfila libro a libro su personalidad lectora. Los hay que se embeben en largas sagas que recrean territorios y civilizaciones imaginarias; los hay que prefieren conocer los entresijos de una vida interesante bien contada; los hay, en cambio, que buscan en los libros la llave que les abren las puertas a tiempos remotos; y los hay, como yo, que beben los vientos por cualquier historia bien escrita y que dan su reino por un buen clásico.

@Letra_zeta

Envíe sus preguntas y/o comentarios a la Academia Dominicana de la Lengua consultas@academia.org.do

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