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Ay, los extranjerismos. Nos traen siempre por la calle de la amargura. Una vez que nos hemos decidido por usarlos en lugar de emplear una palabra patrimonial, bien porque la desconocemos, o bien porque no existe, tenemos que cuidar su ortografía.

¿Se han parado a pensar en cuántos préstamos extranjeros muy habituales tienen el sonido /sh/? Ni ese sonido (parecido al que hacemos cuando mandamos a callar a alguien) ni su representación gráfica sh son propios del español.

Si optamos por mantener la grafía original, el préstamo ha de considerarse un extranjerismo crudo y, por lo tanto, debe escribirse en cursiva o, si esto no es posible, entrecomillado. Un show iluminado de flashes o una geisha que sirva un sushi no podrán prescindir de estos recursos gráficos para marcar su condición de préstamos.

Si, en cambio, optamos por la adaptación, elegiremos la s o el dígrafo ch. Así se ha hecho en préstamos que están ya perfectamente integrados en nuestra lengua como hachís (del árabe hashish), pisco (del quechua pishku), flecha (del francés flèche), champú (del inglés shampoo) o nuestros buscados cheles o chelitos (del inglés shilling). Es un mecanismo probado; no duden en aplicarlo cuando quieran adaptar los shorts (chores) o el flash (flas).

La excepción, que no podía faltar, la encontramos en los topónimos (Ushuaia, Islas Marshall) y antropónimos (Shakespeare) extranjeros, que mantienen su grafía original, así mismo la conservan sus derivados, como los gentilicios (ushuaiense, marshalés, shakespeariano).

Una vez más nuestra ortografía ha desarrollado los mecanismos para que los préstamos, cuando son imprescindibles, e incluso cuando no lo son, puedan irse pareciendo cada vez más a nosotros.

Twitter: @Letra_zeta

Envíe sus comentarios y/o preguntas a la Academia Dominicana de la Lengua en esta dirección: consultas@academia.org.do