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La otra tolerancia

La tolerancia es como el colesterol, que hay del bueno y hay del malo. Nadie en su sano juicio se atrevería a ver en ella un antivalor. Pero puede serlo.

De hecho, somos una sociedad con un altísimo nivel de tolerancia nociva. Toleramos benignamente el delito. Demasiado a menudo ni siquiera denunciamos los asaltos, los robos, los abusos... A veces es impotencia, a veces cansancio, a veces miedo a encontrarse al agresor en la comisaría.

Tenemos un nivel de tolerancia hacia la corrupción que raya en el masoquismo. Sabemos que los abusos de poder, el nepotismo, el tráfico de influencias son de tal magnitud que hasta alteran la economía. La libre competencia desde luego. Y la toleramos porque de lo contrario habríamos salido a la calle a exigir su final.

Toleramos la incompetencia y no sólo la que no nos afecta directamente: la que nos hace vivir peor también la toleramos. Por cansancio, por impotencia, por aburrimiento.

Toleramos los abusos del alcalde, las mentiras de los partidos, la inacción de la Procuraduría, la corrupción de la Policía, la amnesia de la Justicia. Toleramos pagar la luz y sufrir apagones, la mala calidad del agua, que los peatones no tengan aceras. Toleramos que de repente a Turismo, Cultura y el Ayuntamiento se les vaya la vida defendiendo la Zona Colonial cuando hace un mes no podían ni barrerla...

Toleramos, toleramos, toleramos. Nos sobra tolerancia hacia lo injustificable. Pero en esos casos la tolerancia no nos hace mejores. Nos hace vivir peor.

IAizpun@diariolibre.com

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