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A ti, joven envejeciente

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A ti, joven envejeciente

Vi la llamada perdida de mi tío Danilo marcada en mi celular y, tan pronto pude, lo llamé para ver cómo le había ido en su cita bancaria de hoy. Nervioso, a sus casi ochenta años, me dijo con sorpresa que en el banco le habían renovado la inversión a tres años, que eso no era lo acordado (ni lo que yo había recomendado), pero que además una amiga le estaba sugiriendo invertir ese dinero en otra entidad y eso le había llamado la atención, pues pagaban "mensual".

En otra ocasión, doña Luisa, una amiga de la familia de años atrás, me pidió una cita por vía de su hijo Pedro, un entrañable amigo. Cuando la recibí con cariño y afecto, ella me quiso explicar que tenía un "certificado" en una "financiera" de un familiar de "mucha confianza" y que, aunque siempre le habían cumplido, se habían retrasado unos días en el transcurso de los últimos meses.

En ese tiempo, la banca pagaba un 5% en depósitos a plazo fijo. Al revisar el documento que las frágiles manos de Luisa me entregaron, vi que la "financiera" (que de hecho no era tal, pues ni en la DGII existía) le prometía una tasa de... ¡un 18%! Solo alcancé a mirar hacia abajo, triste y preocupado, como previendo los titulares de escándalo y quiebra que, en efecto, se producirían pocos meses después.

En otra ocasión un amigo del interior me citó para explicarme que su anciano compadre, que había sobrevivido con sus ahorros a largo de dos décadas y luego de tres "sustos" (crisis) bancarias estaba preocupado. Había invertido en la "bolsa" y en un solo título colocó el 100% de su capital para maximizar su pensión mensual, ya que esa empresa pagaba la más alta tasa de interés disponible en el mercado.

Claro, el compadre de mi amigo no se había percatado, como era de esperarse de una persona de más de 80 años con poca experiencia financiera, que la calificación de riesgo de la empresa se había deteriorado progresivamente y que estaba al borde de declararse en quiebra como, poco tiempo después, leímos todos en la prensa.

Finalmente: Un compañero del colegio se me acercó, preocupado por su madre. Aunque ella había logrado criarlo (sola) a su hermana y a él, ya a sus setenta y tantos años se le dificultaba mantener su estilo de vida y de autonomía económica, un tanto caótico, de muchas deudas, líos y totalmente insostenible. La madre pedía prestado a diestra y siniestra, desde entidades financieras hasta familiares y amigos, pagando deudas viejas con nuevas y estaba sentada sobre un volcán financiero que le hacía temblar su cada vez más débil corazón. Por más que intentaran, ni mi compañero ni su hermana podían ayudarla, ya que ella, recia de carácter y con toda una vida acostumbrada a vivir "enliada", se resistía a cambiar y a tomar decisiones que así como eran duras, eran también impostergables.

LECCIONES DE VIDA

Estoy seguro que los cuatro casos anteriores, llamémosles hipotéticos o productos de la imaginación de este escribidor financiero, resonarán, de una forma u otra, en el sentimiento de muchos lectores.

Ojalá que también sean un llamado, tanto a jóvenes como a quienes cariñosa y respetuosamente llamaré nuestros jóvenes envejecientes. ¿Un llamado a qué? A planificar y organizar mejor nuestras finanzas para un futuro incierto que, tarde o temprano y, si tenemos la bendición de una larga vida, nos llegará a todos.

Es difícil cambiar hábitos y estilos de vida. Está en nuestra naturaleza humana. Aunque esto no quiere decir que sea imposible, la alerta viene al caso, pues no podemos pretender que una vez lleguemos a la tercera edad habremos superado nuestra falta de disciplina en el gasto o consumismo excesivo o hasta en la mal planificada caridad hacia otras que nos lleva al borde del precipicio financiero.

A diferencia de los Estados Unidos y de otros países desarrollados, donde ya existe la costumbre de la planificación previsional, los instrumentos financieros adecuados para asegurar un cierto retorno a un nivel de riesgo aceptable y mucho mejores sistemas de salud para los envejecientes, en nuestro país todo esto debe ser, de una u otra forma, construido a la medida de cada una de nuestras realidades personales y familiares.

Mientras más pronto nos aboquemos a esa tarea, más fácil y realista será alcanzarla. Mientras mejor nos asesoremos para ella, de personas idóneas tanto desde el punto de vista ético como técnico, mejor preparados estaremos para enfrentar la incertidumbre. Y, claro está, mientras más abiertos, claros y transparentes seamos, incluso con nuestros abuelos, padres o hijos, menos traumático será el proceso.

Será obligatorio para los más jóvenes acompañar, personalmente, a nuestros mayores al momento de hablar con sus banqueros. Aunque ellos tomen sus propias decisiones, nos necesitarán si no de asesores, por lo menos de testigos y protectores.

Será también obligatorio el que los menos jóvenes tomen decisiones extremadamente conservadoras, bien pensadas y consultadas, donde aquello de "no poner todos los huevos en una sola canasta" y que todos "los papeles" estén en orden sean ejes fundamentales, pues ya son demasiados los riesgos que enfrentan para embaucarse en otros, de orden bancario y financiero.

Jóvenes y jóvenes envejecientes tienen que llegar a nuevos acuerdos y decisiones de vida, en base a una claridad y una transparencia que, como todos sabemos, son muy difíciles de lograr. Pero, como decía mi abuela, "hablando la gente se entiende". ¿Verdad que sí?

Ojalá que estas líneas sirvan como un primer paso en ese tan importante diálogo, sobre todo, para aquellos que todavía no lo han dado. Ojalá.

"La vejez no es una sorpresa, sabíamos que llegaría. Solo queda sacarle provecho. Quizás ya no seas tan rápido, ni te guste lo que veas en el espejo, pero si todavía estás funcionando y no estás en dolor, para mí el nombre del juego es agradecimiento".

Betty White

en "Si me preguntas a mí" (2012) 

A tía Eliana, mi primera economista. 

@Argentarium / info@Argentarium.net