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Los atentados de Barcelona narrados por un becario

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Los atentados de Barcelona narrados por un becario
Momento del homenaje a las víctimas de los atentados, bajo el lema “Barcelona, ciudad de paz”. (EFE/ ENRIC FONTCUBERTA)

BARCELONA. Llegué a la redacción a las cinco, como era mi costumbre en aquellas prácticas de verano en el diario El Mundo. Se antojaba otra tarde apasionante de agosto en Barcelona, donde no quedaban ni los cuatro gatos que reza la expresión, las calles estaban vacías y reinaba un extraño silencio en la ciudad. No obstante, ese silencio se truncaba una vez se llegaba a las inmediaciones de la Plaza Cataluña, en pleno centro de Barcelona. El bullicio, las sandalias con calcetines blancos, con sus camisas de tirantes y sus cámaras de fotografías colgadas al cuello, no miento si les digo que esta apariencia del turista tan tópica era realmente así, se agolpaban entre Las Ramblas y alrededores.

Cinco minutos pasadas las cinco de la tarde encendí mi ordenador y una nueva trepidante media jornada estaba a punto de comenzar. Aquel día no tenía mucho que hacer, más allá de ofrecerme para cualquier cosa que necesitasen, el abc del becario, y actualizar la parrilla televisiva del día siguiente en la maqueta del diario en papel. El típico silencio se apoderó de la redacción, únicamente interrumpido por el sonido de los teclados a velocidad de crucero. Como digo, todo hacía indicar que sería una jornada normal, habitual, pero nada más lejos de la realidad. El sonido estridente de las sirenas bajando por el Paseo de Gracia comenzó a mezclarse con el tecleo de los ordenadores.

La primera pasó desapercibida, la segunda también e incluso la tercera. A partir de la cuarta algún periodista miró por la ventana, extrañado por la “inusual” afluencia de ambulancias y coches de policía en pleno agosto vacacional en Barcelona. La jefa de redacción recibió una llamada; un accidente en Las Ramblas, parece que ha pasado algo. Levantó la cabeza buscando al periodista encargado de la sección de sucesos, sin éxito, aún no había llegado. Fue entonces cuando decidió enviar al becario, para ver que estaba pasando. –Llámame en cuanto sepas que es lo que ha pasado- me dijo la jefa.

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Infografía
Grupo de personas depositan hoy, aniversario de los atentados, flores en el mural de Las Ramblas en recuerdo a las víctimas (EFE/ANDREU DALMAU)

Raudo y veloz, e incluso emocionado, enfilé las escaleras, con muchas ganas de demostrar y con el único propósito de enterarme de que había pasado. Comencé a bajar el Paseo de Gracia en dirección La Rambla, el ambiente estaba enrarecido algo que no me percaté hasta más adelante, ya que mi única obsesión era hacer mi trabajo. El primer atisbo de anormalidad me lo encontré al llegar al final del Paseo de Gracia, cuando al intentar cruzar, una marabunta de gente histérica estuvo a punto de llevarme por delante. Fue ahí cuando me di cuenta de que algo sucedía pero yo, terco y tozudo, quise seguir avanzando a pesar de entender de que si una masa de unas 200 personas estaba corriendo hacia arriba era porque algo gordo había pasado. Traté de hablar con alguna de las personas que corrían pero la gente estaba fuera de control, la mayoría lloraban o estaban al borde del ataque de ansiedad. Comenzó entonces el aluvión de rumores falsos y al oír que yo era periodista empezaron las versiones propias de un momento así. Desde “mi sobrino es amigo de un Mosso (Policía autonómica de Cataluña) que le ha dicho que hay 50 muertos” hasta “se ha encerrado con rehenes en el Corte Inglés” todo tipo de elucubraciones fruto de la histeria y el delirio colectivo. ¿Muertos? ¿Se ha encerrado con rehenes? ¿Quién? No entendía nada.

Tras varios minutos intentando comprender o verificar si lo que me decían podía ser cierto desistí, y con una frialdad que no suele caracterizarme continué descendiendo por Rambla Cataluña, dirección Las Ramblas. A mitad de camino la Policía comenzó a poner el cordón policial, alejando a la muchedumbre de la zona de los hechos. En esos momentos yo también estaba histérico, no por la situación, sorprendentemente, sino porque minutos después de haber salido de la redacción solo había podido confirmar que una camioneta había atropellado a varias personas, no sabía nada más. Fue entonces cuando, desesperado, comencé a preguntar a todo el mundo de mí alrededor pero nadie era capaz de decirme nada sólido. Me armé de valor y traté de hablar con varios policías, los que, evidentemente, me despacharon rápido. Dicen que quién sigue y la persigue, la consigue y al tercer o cuarto policía que preguntaba accedió a decirme lo que había sucedido. “Lo confirmarán más tarde mis superiores pero estamos bastante seguros de que ha sido un ataque terrorista. Un individuo se ha metido con su furgoneta por en medio de Las Ramblas y ha atropellado a varias personas” me explicó.

El Mosso no fue capaz de darme datos concretos, de heridos o si había muertos por lo que, después de insistirle mucho, me dejó pasar el cordón y bajar hasta donde empezaba el cordón policial, en la esquina de la Calle Pelayo con Las Ramblas. Al pasar el cordón y encaminarme hacia allá se me dibujó una sonrisa, impropia de aquellos momentos, una felicidad fugaz de ser uno de los pocos que pudo avanzar hasta el lugar de los hechos donde, en teoría un superior, de la Policía, iba a darme información sobre el atentado. Al llegar y ver, a lo lejos, la ambulancia con varios voluntarios y algunos detalles que voy a ahorrarme, el horror pudo apoderarse de mí, pero no fue así. Sorprendentemente todo aquello que pude ver desde la esquina de Pelayo, un poco antes del archiconocido restaurante Zurich Café, no influyó ni turbó mi ánimo, totalmente focalizado en hacer bien mi trabajo y salirme airoso de esa situación profesional. El superior de los Mossos tan sólo me confirmó que se trataba de un atentado terrorista y que había un gran número de heridos, en cuanto a los muertos se informaría a los responsables de cada periódico, es decir, no a mí. Llamé a mi jefa explicándole lo que había podido averiguar, la cual me agradeció mi esfuerzo y me pidió que volviera a la redacción. De camino hacia allí, ubicada en Paseo de Gracia, sufrí una nueva ráfaga de histeria colectiva que se materializó en una estampida de gente corriendo hacia arriba. Cuarenta minutos después de los hechos la gente que estaba en la zona seguía muy nerviosa, totalmente fuera de control perdiendo los estribos momentos. A la que alguien empezaba a correr, cientos se contagiaban y eso no ayudaba a la salud mental de la gente que aún estaba en la zona. El cordón policial fue subiendo hasta llegar a Paseo de Gracia donde se dieron varios “ataques” de histeria más. Personas adultas paralizadas por el miedo se encerraban en tiendas, portales o donde pudieran, intentando resguardarse. Una gran cantidad de turistas se encerraron en el edificio de la redacción, en su mayoría personas que no hablaban español. Un grupo de amigas originarias de Bélgica, de entre 13 y 15 años, estaban perdiendo los nervios y no paraban de llorar. En el momento de los hechos estaban comprando en una tienda cercana a Las Ramblas por lo que, empezaron a correr hacia varias direcciones y se separaron de su grupo (de varias personas). Costó pero finalmente accedieron a tomar unas infusiones y explicarnos su experiencia. Una vez los ánimos se fueron calmando la gente fue saliendo de donde se habían escondido, aunque la normalidad no se recobró hasta horas después.

Mi testimonio no es ni un reportaje, ni unas memorias (aunque me ha quedado un poco largo), ni nada que se le parezca. Estas líneas son para explicar la experiencia de un becario ante una situación límite, las vivencias de alguien que no se preocupó de su integridad por pesar más el ímpetu de hacer bien su trabajo. Muchas veces he escuchado que los becarios o las prácticas sirven para servir muchos cafés o hacer fotocopias. No sé cómo serán las prácticas en otras profesiones, yo sé cómo son en el periodismo. Sé que suficientemente mal está la industria como para encima tener allá a gente sin hacer nada, por eso se trabaja y se le exige igual que se le haría a cualquier otro profesional. Es por todo ello que me siento tremendamente orgulloso de mi entereza aquel día, de no perder los nervios hasta que llegué a mi casa a las 12 de la noche, que me derrumbé. Como becarios aguardamos oportunidades profesionales a diario, el mero hecho de que me mandaran a enterarme que había pasado me produjo alegría, aunque fuera porque no había nadie más; ¡se contó conmigo! El 17A fue un día infausto para todos, una fecha marcada a fuego en nuestras memorias. Sin embargo, con todo mi respeto a las víctimas, yo pude sacarle el lado positivo a esa tragedia, me sirvió para crecer y para madurar como profesional, nunca olvidaré el día en que pensaba que iba a ser corriente y acabó por ser todo lo contrario.

¡Vivan los becarios!

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